La personalidad vibrante y los gustos eclécticos de los propietarios se convirtieron en la fuente inspiradora para el trabajo de María Claudia Távara. En este proyecto se logró una amalgama singular de estilos, en la que destaca la fuerte presencia de los tonos oscuros y las plantas.

Por Fiorella Iberico Marotta

Fotos de Renzo Rebagliatt

Gran parte de los muebles que adornan la casa fueron cuidadosamente diseñados y fabricados a medida. Las mesas de troncos, por ejemplo, son piezas artesanales confeccionadas por artesanos de Chaclacayo, quienes aportaron su destreza para crear elementos únicos y personalizados.

Los propietarios de esta casa, la pareja compuesta por los event planners Andrée Martinot y Diego Urbina, dieron a María Claudia Távara libertad creativa para materializar su visión sin restricciones. El principal desafío para ella consistió en integrar la extensa colección de muebles y objetos que la pareja tenía y que traía consigo de su anterior departamento. Esta compilación de objetos personales –compuesta por muebles, adornos y memorias de eventos y matrimonios, así como mucho arte– se alzaba como un museo personal para Andrée y Diego, y se tradujo en un reto estimulante para la arquitecta e interiorista. La intervención de Távara se centró en el interiorismo y en contados cambios a nivel estructural; específicamente, en el dormitorio principal, donde se optó por desaparecer algunas paredes. Desde el principio, la estrategia fue incorporar elementos inusuales que se alejaran de lo convencional, debido al estilo del propio cliente. Un ejemplo de esta audacia se ve en el baño principal, donde se integraron bambús dentro de la ducha. De manera similar, en el baño de visitas diseñó una jardinera que permite el crecimiento de una trepadora.

Diseño del bar, que se extiende del interior al exterior y permite
conectar la sala con la terraza. La mampara es una división sutil.

En la sala se colocó un panel decorativo de enchape de madera con retroiluminación, sin funcionalidad específica, pero que contribuye a la estética distintiva del lugar. Así como estos, abundan los detalles originales. La paleta de color se sumerge en la aplicación del negro con audacia y estilo, desafiando la convencionalidad del blanco y la luz.

En la sala, predominan los colores y texturas neutros; los acentos están en las tonalidades de los cuadros y el original panel retroiluminado.

Nuevamente, los clientes, con un gusto distintivo, expresaron su deseo de que la casa transitara por esta vía desde el principio. Afortunadamente, la abundante luz natural hacía posible apostar por tonalidades oscuras. Esta preferencia también marcó el rumbo del diseño, con paredes, muebles y acabados sumidos en la elegancia del color negro. Se puede decir que la casa abraza la penumbra, buscando crear ambientes suaves y acogedores, donde la luz se desliza con delicadeza y el resultado sorprende y cautiva.

La mezcla de elementos rústicos o muebles antiguos de la colección de los propietarios, junto con las plantas, los colores oscuros y piezas modernas, configuran el sello de esta residencia.

En contraposición y para generar balance, en cada rincón se experimenta una conexión tangible con la naturaleza, una visión que florece a través de la pasión de los propietarios por la vegetación y su deseo de transformar su hogar en una especie de oasis urbano. Cada planta, más que constituir un elemento decorativo, revela una intención auténtica por integrar la esencia natural con la vivienda. Esta simbiosis no es solo un detalle, sino una narrativa –querían generar una presencia tanto física como visual– que se despliega desde cualquier perspectiva dentro de la residencia.

La presencia de plantas es una constante en todos los ambientes interiores y exteriores. El verdor de la vegetación ayuda a conectar el elemento natural con los materiales crudos y la paleta más bien neutra o virada hacia el negro.

Hay un espacio que a Távara le gustó intervenir especialmente: la oficina de Andrée, ubicada en el primer piso. Más allá de tratarse de su espacio de trabajo, este lugar desempeña un papel crucial porque ahí recibe a sus clientes. Esta área, que parecía olvidada, anhelaba una renovación que la arquitecta e interiorista materializó con una hábil elección de acabados. La chimenea, antes cerrada, fue convertida a una de etanol y revestida completamente con piedra sinterizada. Además, para potenciar la rica altura del espacio, cambió el techo, lo que le dio una dimensión visualmente fascinante. El rediseño del dormitorio principal también fue especialmente gratificante, ya que inicialmente era un espacio desaprovechado con una distribución poco funcional del baño y del walk-in closet. La transformación implicó una reorganización completa y el derribo de algunas paredes. Aquí se redujo el baño a un tercio de su tamaño original, se reconfiguró la disposición de la ducha y el inodoro, y se abrió el walk-in closet hacia el fondo. Este enfoque integrado permitió maximizar el espacio y crear una estancia renovada. Asimismo, se conservaron las teatinas que ya existían y se utilizó su luz para resaltar la nueva jardinera en la ducha. En general, el diseño interior de María Claudia Távara desafía las convenciones y abraza la fusión de estilos, dando protagonismo a la ausencia de color –algo por lo que pocos apostarían–, a la vez que crea una conexión íntima con la naturaleza. La casa se convierte en un ejemplo del vínculo entre la visión ecléctica de los propietarios y la creatividad de la arquitecta e interiorista.

 

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