El novelista ha dejado atrás la escritura, y encontró la paz, la tranquilidad y la comprensión que siempre buscó en Cecilia Grau, el amor de su vida.
Por Fiorella Ramírez Menacho Fotos Renzo Alvarado
¿El verdadero amor tiene un tiempo perfecto? Algunos lo descubren en plena juventud; otros, durante la madurez. Un reducido grupo lo recibe durante la última etapa de sus vidas, como le ocurre a Alfredo Bryce Echenique, quien vive la dicha de experimentar una gran serenidad al lado de Cecilia Grau Malachowski, a quien describe públicamente como “su último y gran amor”.
Cecilia y Alfredo se conocieron años atrás en París, mientras el escritor trabajaba como profesor universitario en Francia. Ambos coincidían a menudo en reuniones de amigos en común. Sus encuentros furtivos formaron una relación de respeto y admiración. El destino los unió una vez más cuando Alfredo regresó a Lima para instalarse en San Isidro. Y es durante sus visitas frecuentes a la casa de Marita Souza que surge el cariño y el amor mutuo en la pareja.
En esta relación, el escritor parece haber encontrado lo que siempre anheló: una paz que le era elusiva y una mujer que lo comprende de una forma plena. Si bien Alfredo estuvo casado en tres ocasiones –primero con Maggie Revilla, luego con Pilar de Vega Martínez y finalmente con quien fue el amor fugaz de Ribeyro, Ana Chávez–, su círculo más cercano es testigo de que estas relaciones no fueron nada fáciles.
Cecilia, en cambio, no es solo una compañera, es su apoyo, cómplice y confidente. No tienen una diferencia de edad muy marcada, y ambos disfrutan de viajar frecuentemente a Europa y el mundo. Alfredo suele presentarla ante sus amigos escritores y artistas, un círculo que a Cecilia también le interesa, porque lo ha frecuentado en otros tiempos. Al compartir especial interés por la literatura, Cecilia es percibida como una mujer muy agradable, pero en especial resaltan el cariño y la felicidad que brinda a Alfredo. Recientemente, la pareja viajó a Madrid, donde compartieron momentos con amigos como el cantante Joaquín Sabina y el poeta Luis García Montero, director del Instituto Cervantes.
Recalcamos la amistad porque para Alfredo este es un pilar fundamental de su vida. Él es querido por ser un amigo generoso y entrañable, que disfruta de la buena conversación y del placer de estar rodeado de personas cercanas. Aquellos que lo conocen destacan su calidez y cercanía, y lo grato que resulta compartir con él una noche de charla y complicidad.
Quizá para quienes no sean cercanos a él salte el escepticismo, porque Alfredo es también un hombre callado. Como se refleja en su magnum opus, “Un mundo para Julius”, tiene el carácter de una persona observadora. En sus libros, es un escritor que analiza a través de un prisma la sociedad y la conducta humana. Prefiere preguntar y escuchar antes que hablar. Él es así, tranquilo. No acapara una conversación. Habla poco, dice lo que piensa y lo hace con gracia. Y además tiene sentido del humor, uno agudo, propio de quien entiende la complejidad del mundo.
Actualmente, con 85 años, está en una etapa muy tranquila de su vida. Ha decidido no escribir, y lejos de las angustias de antaño, dedica su tiempo a los placeres sencillos que la madurez sabe valorar: un buen restaurante, una conversación profunda y un viaje compartido. En Cecilia ha encontrado un amor maduro, donde hay lugar para la compañía, la risa y el diálogo. Una relación en pareja a la que, finalmente, todos apuntan.
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