El artista peruano Abel Bentín regresa a la galería Ginsberg + Tzu con una instalación inmersiva que combina esculturas, sonido y arquitectura, transformando los símbolos clásicos del poder en figuras que dejan escapar una densa materia negra.
Por: Alessia Carboni
A partir del 5 de diciembre el público podrá visitar “El silencio de las fuentes”, la nueva exposición individual de Abel Bentín en Ginsberg + Tzu, que marca su esperado regreso a la galería y su primera muestra en solitario después de cinco años. En entrevista exclusiva con COSAS, el artista comparte los detalles y las ideas detrás de esta propuesta que invita al público a ingresar a un mundo simbólico y sensorial. “La idea es que el espectador ingrese a un espacio creado por mí, como si entrara a mi cabeza”, explica Bentín.

El artista considera esta muestra su obra más poética y vulnerable hasta el momento.
Un regreso inmersivo
En un espacio cerrado, rodeado por cortinas de terciopelo, la exposición invita a recorrer un patio interior intervenido por esculturas ornamentales: piletas, querubines, cisnes y figuras mitológicas inspiradas en la estética arquitectónica europea.
Estas estructuras, habitualmente asociadas a lo majestuoso, ahora parecen colapsar. De su interior emana una materia negra y las paredes muestran grietas que sugieren que esa sustancia también las atraviesa, como si estuviera a punto de desbordarse.
Bentín reconoce que esta instalación marca también un reencuentro con sus inicios. “Mis primeras muestras eran muy escenográficas: creaba jardines o cafeterías para transportar al espectador a mi mundo”, recuerda. “Con esta exposición estoy retomando ese espíritu, esa necesidad de construir un espacio que te saque de la realidad y te meta en un nuevo universo”.

La propuesta integra sonido ambiental y voces susurrantes que intensifican la sensación de filtración y movimiento dentro del espacio cerrado.
La caída de lo solemne
Para Bentín, «El silencio de las fuentes» es una metáfora sobre la fragilidad de los sistemas de poder. “Son figuras que solemos ver en lugares importantes, símbolos de grandeza y autoridad. Pero en esta muestra ya no están funcionando como antes; algo dentro de ellas se desborda, revelando que no todo está tan bien como parece”.
El sonido juega un papel esencial: una composición que combina efectos líquidos con voces susurrantes, pensada para reforzar la sensación de que algo se filtra, se transforma o se descompone. “Busco que la muestra hable por sí sola, que comunique mucho sin necesidad de palabras”.
El artista concibe esta exposición como una respuesta orgánica al momento que atraviesa el mundo. “Creo que emocionalmente no podemos ser indiferentes a lo que está pasando. Hay un colapso ideológico y humano que todos sentimos, y esta muestra nace de esa contención”.
Después de varios años trabajando de forma independiente y participando en ferias y proyectos colectivos, Bentín considera que esta exhibición marca una madurez en su discurso: “Siento que mi lenguaje se ha vuelto más natural, más claro en mí. Por eso esta muestra me representa de una manera más honesta”.

La materia negra que emana de las esculturas funciona como metáfora visual del colapso ideológico y emocional que inspira la instalación.
La exposición reúne alrededor de doce piezas y contará con intervenciones arquitectónicas dentro de la galería. Bentín valora el rol del espacio y su relación con Ginsberg + Tzu: “Para mí, la galería es un medio de comunicación, un puente entre el artista y el público. Me alegra volver a trabajar con ellos después de tanto tiempo”.
Con esta propuesta, Abel Bentín invita al espectador a sumergirse en una atmósfera simbólica y sensorial donde la belleza se descompone y los símbolos colapsan. “Siento que esta es mi muestra más poética, más sensible y más vulnerable. Si la gente logra sentirla como yo la siento, para mí ya será un éxito”, confiesa el artista.
La mirada curatorial
En conversación exclusiva con COSAS, el curador de la muestra, Daniel Bernedo, subraya que esta exposición no solo marca el regreso de Bentín, sino también una reflexión profunda sobre la experiencia artística y su relación con el espectador contemporáneo.
“Con Abel coincidimos en pensar las exposiciones como experiencias que trascienden lo visual. Queremos que el público se involucre, que no solo observe, sino que se sienta parte de lo que sucede dentro del espacio”, explica Bernedo.
Desde su visión, la curaduría se construyó a partir de un diálogo constante y orgánico, donde el intercambio de ideas y la complicidad fueron esenciales. “La curaduría es complicidad, sintonía y feeling con los artistas”.

Daniel Bernedo aporta una curaduría experiencial que conduce al público a un universo simbólico.
Bernedo describe la obra de Abel Bentín como “crítica, dinámica y potente”, capaz de retar las lecturas superficiales y cuestionar las convenciones del arte contemporáneo. Para él, las esculturas y su teatralidad dialogan con las tensiones de la modernidad líquida y la “Era del Vacío” que define al individuo y la sociedad actual.
“Abel trabaja con la idea del desborde, del exceso, pero también con una gran sensibilidad. En su obra lo bello y lo profano conviven, revelando las fisuras del poder y de la imagen”.
El curador destaca además el trabajo interdisciplinario detrás del montaje, donde arquitectura, sonido y luz se integran en un mismo lenguaje. “No se trata solo de presentar piezas, sino de construir una vivencia. En ese sentido, el espacio no es un contenedor, sino parte viva de la obra”.
Para Bernedo, «El silencio de las fuentes» representa un punto de encuentro entre el arte y la emoción: “La muestra invita a detenernos, a mirar con calma y a pensar. En tiempos de saturación visual, eso ya es un acto de resistencia”.
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