Lo que empezó como un proyecto de decoración se convirtió en una renovación integral. Alessandra Petersen se enfocó en la luz y el color para revelar el verdadero corazón de esta casa familiar en Totoritas. Esta intervención significa la vuelta al interiorismo de la diseñadora.
Por Rebeca Vaisman / Fotos de Per Tomas Kjaervik
Entre setiembre y diciembre, la rutina de Alessandra Petersen se convirtió en un constante ir y venir entre Totoritas y Lima. Estaba contra el tiempo, pues la remodelación que había asumido dentro del condominio debía estar lista para el inicio de la temporada. Y es que, cuando llegó por primera vez a la casa, sus propietarios la habían convocado para una redecoración. “Pensaba retapizar los muebles, quizás poner un nuevo sofá, cambiar cojines y adornos”, explica la diseñadora. “Pero una vez que entramos, encontramos varios problemas”. El principal era que la familia no se sentía acogida por la casa, ni lo suficientemente cómoda como para quedarse más que los fines de semana. Los requerimientos cambiaron y los propietarios le pidieron a Petersen una casa placentera, de familia. Tan cálida como el verano que querían disfrutar.
Petersen empezó por cambios puntuales pero drásticos. Como el piso. Encontró un porcelanato ochentero que ya lucía gastado, y lo reemplazó en su totalidad por otro, en formato de listones de madera, con una textura arenosa. Ese nuevo elemento la llevó a cambiar las mayólicas de todos los baños. Estos resultaban espacios muy pequeños, oscuros, húmedos y sin una correcta ventilación. La casa de los setenta había tenido ya una remodelación, en la que se colocaron falsos techos en los baños. Petersen se deshizo de ellos y dejó que se luzcan las vigas naturales del techo. Trabajando en conjunto con su padre, el arquitecto Max Petersen, intervino todos los baños, tumbando muros. En el resto de la casa, cambió algunas ventanas y puertas por mamparas corredizas, con marcos blancos que encuadrarán las nuevas vistas.
“La propietaria es una mujer divertida, superalegre, y su casa era todo lo contrario. No había nada en el espacio que contase cómo eran quienes vivían ahí, qué les gustaba”, cuenta la diseñadora. “Eso no podía simplemente maquillarse; necesitábamos trabajar alrededor de un concepto”. Con eso en mente, enfrentó lo que ella considera su mayor reto: el patio interior.
El corazón de la casa
Curiosamente, la piscina se encontraba en un patio muy desnudo que se usaba para extender las toallas y como un lugar de apresurado paso. Si bien este patio resulta medular, pues comunica el área social con el dormitorio principal y con las escaleras, la disposición de sus elementos incomodaba el tránsito. La puerta del dormitorio abría directamente hacia la piscina y la circulación se entorpecía por el motor, malamente camuflado por una jardinera. La escalera de caracol se había pintado de blanco, en un esfuerzo por esconderla. Los hijos adolescentes, en lugar de tumbarse junto a la piscina, subían al techo buscando independencia.
Alessandra Petersen vio en este espacio el corazón de la casa. Dejó que el piso subiera por la pared de concreto expuesto de la piscina, y pintó el resto de paredes con el mismo blanco –con un punto crema– del resto de la casa. Las escaleras que, antes, se habían querido ocultar, se resaltaron con un color verde. Las pepelmas azules que ya estaban maltratadas se reemplazaron por otras turquesas. El motor de la piscina se cambió de lugar, y la ventana y la puerta del dormitorio se convirtieron en una mampara corrediza con marcos blancos. El resto se llenó de plantas. Como resultado, el cambio en este espacio es notable. Se ha convertido en el verdadero punto de encuentro.
“A mí me gusta mucho la playa. Y pienso que una casa de playa tiene que ser lo más sencilla del mundo”, asegura Petersen. “Pero esa sencillez debe tener también sentido práctico, luminosidad y ventilación. Y tiene que aprovechar las características de la playa: su brisa, el sol en verano y su luz natural maravillosa”. Si bien su formación es la de pintora, ejerció durante mucho tiempo el diseño de interiores, inspirada por el trabajo de sus padres (también es hija de la interiorista Teté Anavitarte). A su regreso de una larga estadía en Europa, se interesó por el diseño de moda, rubro por el cual se ha hecho más conocida. Sin embargo, ya en 2015, estrenó una línea home. Además, dirigió la remodelación del rancho miraflorino donde funciona su atelier. “Creo que hoy he sentido más madurez, que tiene que ver con haber vivido afuera, con los viajes constantes, pero también con que, al trabajar con el cuerpo, te vuelves más empática con las necesidades de las personas”, reflexiona la diseñadora. Este proyecto integral en Totoritas inaugura una nueva vertiente en su trabajo. Después de todo, una casa, como un cuerpo, quiere ser adornado, abrigado y, sobre todo, comprendido.
Artículo publicado en la revista CASAS #242