Solo buscaban un lugar para pasar las vacaciones, Pero terminaron quedándose a vivir allí. Esta es la historia de un matrimonio holandés que, mientras vestía los muros encalados de una casa rural típica ibicenca, se enamoró de la luz del Mediterráneo.
Por Laura Alzubide / Fotos de Montse Garriga Grau
En el año 2011, George Kuijl y su mujer, Hetty van Driest, decidieron comprar una segunda residencia en Ibiza para pasar algunas temporadas de vacaciones. Estuvieron buscando algún tiempo, hasta que un amigo les enseñó un terreno con una estructura rudimentaria sin finalizar. Consistía en un piso techado con pilares de concreto, junto a una gran piscina, también de este material. Fueron varias veces para empaparse del “feeling” del lugar. Pero el diseño no les gustaba. Habían oído hablar del arquitecto ibicenco Rolf Blakstad, autor de algunas de las propiedades más emblemáticas de la isla, y conversaron con él. Congeniaron enseguida y decidieron terminar de construirla juntos.
Tras los trabajos de rehabilitación, se mudaron definitivamente a la isla con sus dos hijas. Se habían enamorado de la casa, que los lugareños llamaban Can Curralasus. De su luz, la libertad que respiraban allí. Era un terreno agreste, el típico campo mediterráneo que alguna vez había sido de uso agrícola. El diseño de Blakstad, con un estilo muy respetuoso con la arquitectura local, se había limitado a remozar lo existente, añadir un ala con la habitación principal y un patio privado, y reducir el tamaño de la gran piscina. Había encalado los muros de blanco y prescindido de casi todas las puertas.
“La casa es muy sencilla y luminosa”, explica George. “Los techos altos hacen que sea un lugar especial para vivir. Blakstad es el mejor estudio de arquitectura en el uso de viejas técnicas, como el enlucido y el techado con vigas de madera, los armarios empotrados y los tragaluces, sin dejar de tener un ambiente contemporáneo que nos encanta. Además, son personas maravillosas con las que trabajar”.Festival de color
George y Hetty no se dedican al arte. Sin embargo, como si fueran artistas ellos mismos, su sensibilidad se refleja en todos los rincones de la casa. En Holanda, ella era diseñadora textil. Y, en Ibiza, la pareja terminó lanzando una colección de ropa para niñas hecha a partir de ropa reutilizada. “Tratamos de hacer un mundo mejor usando los materiales que ya existen”, cuenta George. Esta vocación se refleja en la casa. Los tapices y las alfombras provocan pequeñas explosiones de texturas y colores en el contexto del blanco y la madera, típicas de la arquitectura ibicenca. Es algo deliberado. Al fin y al cabo, el interiorismo es obra de Hetty.
“Nos encantan los textiles y el color mezclados con piezas de diseño clásico y contemporáneo”, dice George. “También nos gusta el minimalismo, pero es muy difícil ser minimalista cuando sueles coleccionar cosas. La mayoría de piezas que hay en la casa la compramos hace años. Trajimos muchísimas de nuestra casa en Holanda y, ya en Ibiza, agregamos otras más grandes, debido a la enorme altura de la sala de estar. Todavía pensamos que necesitamos una jirafa que llegue al techo”.
Aquí, alejados de la costa desbordada de edificios llenos de turistas, George y Hetty han encontrado nuevos motivos de inspiración. “Esta isla trata de la luz y de expresarse, y esto es lo que más nos gusta”, confiesa George. “Aquí hemos conocido a personas muy estimulantes y encontrado la paz y la tranquilidad al mismo tiempo. Somos muy afortunados de vivir en Ibiza”.
Artículo publicado en la revista CASAS #244