Armando Andrade diseñó un departamento para el hijo de su pareja con detalles que revelan vínculos y pasiones. Un espacio modernista con influencia del arte geométrico latinoamericano, donde se mezclan piezas artesanales con obras de renombrados artistas.

Por Gonzalo Galarza Cerf / Fotos de Gonzalo Cáceres Dancuart

Andrade

Más que un pedido, lo que Sebastián Tintorer dijo a Armando Andrade sonaba a una invitación a actuar con absoluta libertad: “Quiero que me sorprenda”. A sus veintiséis años, Tintorer –hijo de Carla, pareja de Andrade– quería una visión fresca para la que iba a ser su casa. Andrade, coleccionista empedernido que transita por la cultura y el arte con vitalidad pueril, apeló a esa impronta regida por la experiencia y el conocimiento: mezclar estilos, cruzar culturas y trazar historias desde las piezas.

“Espacialmente, no sientes que estás en un departamento, sino que estás metido dentro de una obra”, revela Andrade sobre el interiorismo de esta vivienda de tres dormitorios diseñada por el arquitecto Mario Lara. Esta declaración, lejos de ser pretenciosa, obedece a su forma de entender las cosas. “Me interesa vincular todos los espacios con el mundo del arte. No tomaría un proyecto si eso no estuviese latente”, añade. En este caso, el arte estuvo aplicado de manera integral: en piso, paredes y techo. Todo inspirado en el espíritu modernista de los años cincuenta e influenciado por el arte geométrico latinoamericano, teniendo como referentes a Willys de Castro, Hélio Oiticica y Lygia Clark.

Andrade

Con todo esto en mente, Andrade trazó el diseño de las alfombras producidas por Clisa, colocó grabados de Joan Miró y piezas de Augusto Ballardo, tanto en las paredes como en el techo de la sala, donde el pintor limeño trabajó una especie de fresco para crear ambientes espejados con figuras geométricas que parecen reflejarse y comunicarse. “Ese efecto en el techo le da a todo el proyecto una diferencia enorme. Lo integras desde todos los lados. Eso hace que un departamento tradicional se transforme en uno especial”, dice Andrade.

Andrade

Siguiendo esa premisa, eligió los patrones de los estampados: el Chevron blanco y negro para las cortinas de la sala, y líneas rojas y blancas para el sofá. Este mueble, al igual que la consola y la mesa del comedor, fue un diseño propio. Otras piezas, como las sillas modernistas del comedor, la mesa lateral y un escritorio estilo inglés en el dormitorio principal, fueron adquiridas en un anticuario. Y además de todas esas piezas, también hay mucha artesanía, como toritos de Pucará. A esta combinación de obras, sumó grabados de Antoni Tàpies que forman parte de su informalismo y contrastan con lo geométrico.

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La importancia del tránsito

Mientras el espacio social es de pura vitalidad y juventud por sus colores y diseño, los espacios de circulación son lo más telúrico del departamento. Dos muebles de madera definen el tránsito: un librero en la recepción y una biblioteca camino a los dormitorios, ambos repletos de artesanías, libros y piezas de caballos y estampas taurinas. La calma, como es de esperarse, llega en el dormitorio.

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Para ese ambiente, Andrade trabajó una paleta en la que priman el blanco y el beige, con una alfombra que resalta el color vicuña y el rojo, tonos que simbolizan la relación entre Sebastián Tintorer y su madre. “Ese cuarto está inspirado en ese vínculo materno”, cuenta. Siempre con la presencia de su gran pasión, los caballos. Por eso incorporó una copia de un grabado de un libro de Juan Bonafé, el pintor viajero que retrató la imagen de Esteban Arredondo, famoso chalán capeador y uno de los máximos representantes de la llamada Suerte Nacional. También por eso, Andrade y Carla decidieron dar a Sebastián unos grabados de caballos, unas piezas que ellos adquirieron hace mucho tiempo, e incluso uno del grabador francés Pierre Soulages, ubicado encima del escritorio del dormitorio, que remite a ese universo de riendas y monturas.

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Si bien Sebastián Tintorer iba aprobando lo que Armando Andrade iba ejecutando, luego de tres meses de trabajo, el artista le reservó un detalle que no está a la vista. Para apreciarlo, hace falta mover la cama del dormitorio principal hasta descubrir el diseño de una T en la alfombra, letra con que inicia su apellido y que representa, de alguna manera, que ese espacio es suyo y que, al habitarlo, marca el inicio de otra obra más importante: la vida misma.

Artículo publicado en la revista CASAS #272