Ingeniero civil y arquitecto, Juvenal Baracco lleva más de medio siglo enseñando, investigando, escribiendo, proyectando y dictando el curso de taller a sus futuros colegas. Pero, sobre todo, siendo auténtico. Hace algunas semanas recibió el premio Arquitecto Peruano, que se le concedió en la XVIII Bienal de Arquitectura y Reconciliación por su trayectoria profesional, y que se suma a los veinte galardones obtenidos, entre nacionales e internacionales, y otros veinte concursos en los que ocupó el primer puesto. El relevamiento del Centro Histórico es su estudio más largo –le ha demandado cuarenta años de labor–, y será apreciado en el futuro en lo que ha titulado “El atlas del Centro Histórico”. Sabiduría y humor son dos componentes que hacen perder la noción del tiempo a la hora de entrevistarlo.
Por Laura Gonzales Sánchez / Retrato de Sanyin Wu
–Juvenal, y ahora que han ganado, ¿qué van a hacer?
–Contratar a un arquitecto –respondió Baracco sonriendo, muy suelto de huesos.
Acababa de ganar el concurso arquitectónico para diseñar el Banco Minero con sus compañeros Benvenuto, Wong, Chang-Say, Lizárraga y Cavassa. Su interlocutor, molesto, pretendía mofarse de él porque, a pocos días de haber egresado de la UNI, se había impuesto en la competencia a nombres como el del maestro Miguel Rodrigo Mazuré, que en ese momento hacía casi todas las entidades bancarias en simultáneo. Esta escena, que sucedió hace más de cincuenta años, cuando había concursos para obras públicas, sigue siendo contada por el protagonista con el humor que salpimienta cualquiera de sus largas conversaciones, que bien pueden tratar de literatura, geografía, historia, arquitectura o, incluso, la vida misma.
Todo lo que Juvenal Baracco hace es solo por convicción. Ha llegado hasta a renunciar a un trabajo porque jamás proyectaría algo en lo que no cree. La última casa de playa la diseñó varias veces. “El cliente estaba agotado, así que me reuní con él y le dije: ‘Si te he presentado cuatro anteproyectos y no he dado con lo que tú quieres, será mejor que lo dejemos aquí. Búscate otro que te lo resuelva’. Me boté antes que me boten…”, nos dice entre risas.
–Un trabajo mejor pagado siempre se recuerda. ¿En su caso cuál fue?
–Recuerdo más bien uno en el que trabajé muy fuerte y al final, cuando repartimos la plata, entre todos cobramos como dibujantes. Fue el proyecto del Banco Minero.
–¿Y cuántos se quedaron en bocetos, en planos?
–Varios. En los años setenta, gané el concurso para el Colegio Médico y trabajé dos años. Pero, como salió la directiva, se acabó. Veinte años después me volvieron a llamar para replantearlo y estuve nuevamente trabajando, y pasó lo mismo que la vez anterior: la directiva se fue y yo también. En los años setenta diseñé un corredor de alta densidad con todos los servicios para lo que serían diez mil viviendas en Los Próceres. El gobierno militar cayó y todo quedó en planos. Me llamaron de la minera Caylloma, en Arequipa, e hice la nueva ciudad para ellos, pero el proyecto murió.
–¿Qué siente un arquitecto cuando tiene muchos proyectos diseñados, trabajados con tantas expectativas, que no ven la luz?
–Terminas publicándolos.
Precisamente, “Un universo en casa” (1985) es el título del libro, editado en Colombia en los años ochenta, que reúne veinte obras de su autoría, la mayor parte de ellas no ejecutadas. Fue la primera publicación en el extranjero que rindió homenaje a un arquitecto peruano.
Innovaciones costeras
Baracco ha transitado por múltiples encargos desde que se convirtió en arquitecto, al iniciar los años setenta. En 1978, se le pidió lotizar Pulpos (La Barca, segunda etapa, por aquel entonces). Allí diseñó las tres primeras casas y luego completó diez. La Casa Gezzhi (1983), por ejemplo, costó la suma de veinticinco mil dólares. Los propietarios querían tener una especie de carpa sólida en la playa con un presupuesto bajo.
–Estamos hablando de hace cuatro décadas. ¿Cuál fue la solución que usted planteó?
–Una casa de simplicidad totalmente franciscana, en la que apliqué las técnicas usadas en la invasión de las barriadas, con muros de soga de ladrillo king-kong, carpintería muy económica, el techo entramado de eucalipto, y la parte más sólida de caña y barro. Ahora la han modificado malamente.
–Otro proyecto costero importante ha sido la casa en El Misterio, en una zona de geografía accidentada.
–Aquí experimenté con el color a través de los materiales. Fui el primero en usar piedra en una casa de playa, una piedra verde gris que se asemeja al color del mar.
Baracco también fue el primero en investigar el uso de la madera de pumaquiro, que se empleaba antes como una caoba dura. Le hizo las pruebas respectivas y la entregó al mercado.
Desde la docencia
Su labor como investigador y proyectista siempre ha marchado a la par con la docencia. Baracco comenzó como profesor auxiliar en la UNI. Y luego, antes de cumplir los treinta años, fue convocado por los alumnos del tercio estudiantil e ingresó como profesor principal en la Universidad Ricardo Palma, donde actualmente se desempeña como director de Imagen Institucional.
–¿El arquitecto nace o se hace? Es una cuestión ineludible…
–Creo que nace, y hay que ayudarlo a que se haga. El trabajo del profesor consiste en encontrar el camino para cada alumno.
–¿Alguna vez se ha preguntado por qué estudió Ingeniería Civil pero lo ganó la arquitectura?
–En el tercer año empecé a dudar de mi carrera. Quería encontrar un pretexto para no seguir más. Por ese tiempo, la oficina de mi padre (él era ingeniero de caminos) recibió el encargo de construir la carretera de ingreso a Ventanilla. Dos compañeros de estudios de la UNI y yo llegamos al lugar para hacer prácticas. Pero se presentó un problema en lo que sería la Urbanización Satélite que competía a los arquitectos. Para resolverlo, llegaron Nikita Smirnoff, Enrique Ciriani y Jacques Crousse. Yo había logrado meterme ahí, y por supuesto era un “huele guiso” y un preguntón. Nikita, entonces, me dijo: “Si te gusta tanto esta vaina, estudia arquitectura”. Eso bastó para presentarme al examen y salir demasiado bien… Claro, no dormí durante dos años, pero recibí dos títulos. Siempre digo que me hice arquitecto por mi madre. Era artista. Un día me contó que “era la primera en pescar la luz del sitio donde tenía que pintar”. Y eso es arquitectura.
–¿Qué es el espacio?
–Aquello que eres capaz de percibir. El arquitecto debe transformar objetos en ideas, en espacios.
–¿Y el tiempo, cuando se llega casi a los ochenta años?
–[Silencio largo]. Lo que queda. Uno no sabe cuánto es…
–¿Lo atormenta pensar que algún día deberá ponerle punto final a la docencia?
–[Silencio]. Enseñaré hasta que el cuerpo aguante…
Artículo publicado en la revista CASAS #263