No ocupa los titulares de los principales medios de comunicación ni tiene un apoyo sostenido del Estado. Sin embargo, el diseño peruano muestra signos de vitalidad, las tiendas especializadas se multiplican por la capital y algunas propuestas empiezan a despuntar en la escena internacional. ¿Es eso suficiente para hablar de un nuevo boom?
Por Gloria Ziegler
Es la palabra de moda. Y no se trata solo de la efervescencia entre las carreras vinculadas al diseño, la multiplicación de tiendas concepto o la demanda de productos, que cada vez es mayor. La idea se ha colado, incluso, en los lugares más inesperados. Otras, rozando el exceso: los carteles publicitarios de las calles de Lima, por ejemplo, venden departamentos o los servicios de un dentista con la sugerencia de que diseñes una nueva forma de vivir o, al menos, una sonrisa bonita. Como si se tratará del nuevo santo milagrero. La confusión, sin embargo, no se limita a un puñado de publicistas poco inspirados. “Se ha extendido una idea equivocada del diseño, en la que todo parece depender de colocar distintos elementos para que un ambiente o un objeto se vean bien, cuando debería entenderse como un proceso complejo, como el arte o la arquitectura”, dice el arquitecto y diseñador Rafael Freyre.
La historia de esta disciplina, en el Perú, se puede rastrear a través de dos momentos históricos bien definidos. El primero, a fines de los años veinte, con las hermanas Elena y Victoria Izcue como abanderadas de la reinvención iconográfica de las culturas precolombinas. Y la segunda, a inicios de la década de 2000. “Este segundo movimiento, desgraciadamente desligado de los intentos anteriores por encontrar lo que nos identifica, es el que responde a la movida actual”, explica el artista y diseñador autodidacta Javier Rubio. Y obedeció, señala, a la confluencia de tres factores: la derrota del terrorismo, la estabilidad económica y la llegada de internet con su efecto globalizador.
Así, los últimos años se han caracterizado por una escena emergente, impulsada, en principio, por artistas plásticos y arquitectos. “La profesión del diseñador, en el campo estricto, recién se ha establecido hace poco en el país. En las últimas décadas hemos logrado iniciar un proceso lento pero encaminado, y hoy vivimos un momento muy positivo”, dice Freyre. No es el único en encontrar señales alentadoras dentro del rubro. “El diseño vive momentos auspiciosos”, opina Rubio. “Es algo vivo, de mucha plasticidad. Y la búsqueda y la introspección es lo mejor que podemos hacer para mantenerlo saludable y seguir creciendo”.
Otros creadores, como la diseñadora gráfica Marita Quiroz, son todavía cautelosos: “Hemos llegado al nivel actual luego de mucho trabajo por parte de los actores involucrados en las diferentes especialidades del diseño. Pero no hablaría de una efervescencia. Vivimos una convergencia de esfuerzos, a pesar de la coyuntura política, y seguimos cuesta arriba”. Mariana Otero, diseñadora y fundadora de Puna Estudio, también reconoce la evolución del sector. “Cada vez hay más interés por el tema y mayor diversidad en las propuestas de decoración, interiorismo y, sobre todo, en moda. Pero creo que todavía nos falta mucho”, dice.
La presencia del diseño peruano a nivel internacional ha ido creciendo, alentada por la participación en la Bienal Iberoamericana de Diseño (BID), y algunos logros de creadores peruanos, como Ricardo Geldres, Kareen Nishimura y Álvaro Chang-Say, entre otros. Pero, también, de manera paulatina. “Se trata más bien de resultados individuales. No es que ya exista un rumor que nos distinga”, dice Quiroz, quien forma parte del comité asesor de la BID. La escena, no obstante, está en un momento de cambio y los especialistas no descartan un despunte en los próximos años. “Así como ha ocurrido con la gastronomía, creo que el diseño peruano va a lograr un espacio muy importante en la escena internacional dentro de pocos años”, sostiene Freyre.
Los desafíos del diseño peruano
Sí. Aquí, las comparaciones con la gastronomía también parecen inevitables. Pero, en este caso –salvo escasas excepciones, como en el diseño de modas–, el apoyo del Estado es especialmente aislado. Y el sector carece de concursos a nivel nacional, espacios públicos que impulsen la investigación, promoción sostenida desde las embajadas y un apoyo económico que pueda garantizar la presencia constante del diseño peruano en las ferias internacionales más destacadas. “El Estado no nos reconoce como profesionales”, asegura Quiroz. “Por eso, por ejemplo, a la hora de diseñar la identidad del Bicentenario hace un concurso público abierto, en lugar de convocar a diseñadores gráficos con experiencia para lograr los mejores resultados”. Otro aspecto crucial, explica Rubio, es la falta de escuelas técnicas. “Para alcanzar la madurez es necesario que el Ministerio de Educación cree espacios donde los jóvenes no solo se formen en el aspecto técnico, sino también desde el humanista”, señala el diseñador de muebles.
Las nuevas generaciones, como Freyre, se muestran más escépticas. “En nuestro país el Estado no tiene una presencia importante, como ocurre en Brasil o en Argentina. Pero no lo veo como algo necesariamente negativo”. Esa falta de liderazgo –explica el diseñador– puede generar otras alternativas para el enriquecimiento de la escena. Pero, para eso, destaca la necesidad de formar una comunidad de creadores. Tal como ocurrió en el movimiento gastronómico. “Los diseñadores debemos crear una suerte de equipo, que nos permita abrir nuestro trabajo, crear lazos con otros artistas y empezar a movernos en bloque para transformar la realidad. Si lo conseguimos, creo que eso sí podría traducirse en un acercamiento del Estado”, sostiene. Esa idea es compartida por otros diseñadores, como Javier Rubio. “No podemos seguir representándonos individualmente”, opina. “Tenemos que apuntar a crear una especie de gremio que nos represente y tenga la fuerza para plantear ideas y demandar condiciones”.
Los desafíos para fortalecer el rubro, sin embargo, no dependen exclusivamente del nexo con el Estado. Hay otros, como la interacción con diversas disciplinas, la aparición de una crítica especializada y la publicación de investigaciones y libros que analicen los diversos conceptos detrás del diseño, que deberían ser impulsados desde el mismo sector. “Otro punto importante es integrar a nuestros artesanos”, explica Otero.
Como ella, Freyre cree que este aspecto es fundamental: “Es necesario incluirlos de una manera horizontal y justa. Nosotros, como diseñadores, tenemos que aportar ideas para que las imágenes estereotipadas de lo peruano puedan transformarse y evolucionar. Pero ellos son quienes conocen los materiales y las técnicas a profundidad”. Y eso implica una búsqueda mayor. Entender, finalmente, qué significa hoy ser peruano. Solo entonces, coinciden los creadores, podremos hablar de un diseño con identidad propia.
Artículo publicado en la revista CASAS #264