Mientras la fotografía ayuda a conservar la memoria, la arquitectura permite recrear espacios perdidos. Dos vocaciones que hacen sinergia en la vida profesional de Sergio Fernández y que, a la vez, definen el interiorismo de este dúplex de doscientos diez metros cuadrados ubicado en Miraflores.
Por Gloria Montanaro / Fotos de Gonzalo Cáceres Dancuart
Este arquitecto devenido en fotógrafo compró el departamento en planos pensando en utilizarlo como vivienda temporal durante los primeros años de su matrimonio. Luego hizo un replanteamiento integral de la distribución, proyectando espacios que se adaptaran a su estilo de vida. Así, el espacio se convirtió en una casa-taller, donde Fernández tiene la posibilidad de experimentar con diferentes objetos y piezas de arte. “Es un departamento con una dinámica bastante particular. Mi esposa y yo somos de perfil emprendedor, trabajamos en casa y fuera de ella.
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Mi estudio es un espacio de trabajo, pero también de meditación. Allí hay una cama de lectura a la que recurro en momentos de ocio para leer o tocar guitarra”, cuenta Fernández.
Si bien la mayor parte de la reforma se realizó durante la construcción del edificio, cuando la pareja se mudó aún faltaban los acabados. Esos trabajos se extendieron por seis meses más y estuvieron guiados por la intención de Fernández de versionar la casa en la que vivió durante su infancia. “La textura del ladrillo caravista pintado, el uso de persianas como celosías, los espacios limpios con iluminación natural y una paleta cromática off-white en las paredes son elementos que guardo en mi memoria y me remiten a la casa de mi infancia”, confiesa.
Ese intento de trasladar memorias y experiencias por medio de texturas, mobiliario, objetos y obras de arte se tradujo en un ímpetu creativo imparable: restauró él mismo una colección de sillas Cesca, de Marcel Breuer, que pertenecían al comedor de sus padres. Diseñó la mesa rotativa de la sala social, la consola de la sala de diario, la lámpara de pared de su estudio, y así, sin parar, durante los siguientes dos años, tiempo que ya lleva habitando y decorando el departamento de manera espontánea.
El aura familiar está reforzada por la exposición de obras de Ana María Majluf, su madre, y Laura Fernández, su hermana, creaciones que conviven en equilibrio con las de artistas como Mariella Agois, Alejandro González Trujillo, Juan Pastorelli, José Tola y Ana Benalcázar, entre otras obras anónimas. “Es una selección de artistas que no responde a una curaduría de coleccionismo propiamente, sino a que han llegado a mi posesión por diferentes motivos, algunos heredados, otros comprados y unos cuantos obsequiados”, explica.
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Cada una de ellas –junto con otras de su autoría– fue encontrando su propio lugar en este departamento que funciona como galería itinerante.
Espacios para pensar
Más allá de la visión romántica del interiorismo, el perfil del departamento responde a un layout moderno y urbano. Durante la etapa de diseño en planos, el arquitecto optó por limpiar los espacios haciéndolos lo más funcionales posibles. La primera planta es privada y de diario; la segunda es de trabajo y social. En el primer piso se ubica la cocina abierta, la sala y el comedor. También el área de dormitorios, cuyas puertas han sido camufladas. En el segundo se ubica el estudio de Fernández, una sala y terraza al aire libre.
Si bien el edificio tiene acceso directo a un parque, la terraza fue pensada como un espacio vital para compartir experiencias y, a la vez, acceder a una vista exterior propia. Para lograrlo, Fernández proyectó jardineras con gran capacidad de volumen donde conviven olivos con buganvilias, cactus con palmeras, árboles de mandarinos con galanes de noche que aroman la terraza en el atardecer. “La terraza es el gran desfogue del departamento.
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Regar las plantas es una rutina que practico con regularidad, es un momento que me invita a la abstracción e introspección”, cuenta.
En su quehacer fotográfico, Fernández reflexiona con frecuencia acerca de la arquitectura, el paisaje y la transformación, para realizar una mirada crítica hacia los conceptos de identidad y territorio del Perú. Al apreciar el interiorismo de su departamento, vale la pena detenerse en los objetos que él buscó reinventar –al igual que en su práctica fotográfica, donde persigue elementos arquitectónicos anónimos y abandonados que sobreviven a los tiempos y son redescubiertos al ser apropiados–: una cruz, un pedazo de persiana de demolición, la estructura de una cometa, sacos de rafia. Elementos que Fernández ha reimaginado para dotarlos de una carga estética, pero también de una carga simbólica muy personal.
“Busco siempre cuestionarme todo lo que me rodea, tanto en mi práctica de arquitectura e interiorismo como en el campo fotográfico. No tener certezas me ayuda a agudizar mi sensibilidad espacial y cultivar el sentimiento estético”, dice. Su departamento, ciertamente, es un fiel retrato de esas inquietudes.
Artículo publicado en la revista CASAS #271