Desde que abrieron su estudio, hace diez años, tienen la tranquilidad de no haber renunciado nunca a sus principios éticos. Arquitectos y socios, Michelle Llona y Rafael Zamora responden a nuestras preguntas “sin cortarse un pelo”, y confiesan que el mejor cliente es aquel que tiene como objetivo disfrutar plenamente de su obra, “porque uno no puede vivir su propia vida como una inversión”. Hoy, esperan que su intervención en el Parque Arqueológico Nacional de Machu Picchu, proyecto que ganaron en 2014, pase de ser un sueño a realidad.
Por Laura Gonzales Sánchez / Retrato de Sanyin Wi
Michelle Llona y Rafael Zamora son la excepción a lo que más de una vez han aseverado los arquitectos de la vieja guardia en el Perú: que un colega, en promedio, tiene que esperar por lo menos quince años de ejercicio profesional para empezar a ser reconocido por su trabajo. Los proyectos de su estudio, Llonazamora, que está cumpliendo una década, hace rato que llegaron a las revistas nacionales e internacionales y a los sitios especializados de arquitectura en la red. Y lo que es mejor: ganan premios.
En todos estos años, el interés por entrevistarlos ha ido creciendo, sobre todo desde que en 2014 se hicieran con el primer lugar en el Concurso de Ideas de Arquitectura para las intervenciones en el Parque Arqueológico Nacional de Machu Picchu, convocado por el Ministerio de Cultura y la Dirección Desconcentrada de Cusco. Siempre con honestidad y sin poses, han respondido a las inquietudes e incluso críticas inconsistentes sobre el proyecto.
Por ejemplo, se ha comparado la edificación a un hotel. Y no faltan los que han manifestado que se le quitará empleo a la gente de Aguas Calientes. “Nada más lejano que esto”, dice de manera contundente Rafael Zamora, sin que su voz denote alguna molestia. “Si el gobierno no es capaz de creer en este proyecto, por lo menos nosotros como equipo y la gente con la que trabajamos estamos convencidos de él. Ahora, no sé cuánto nos va a durar la fe”.
“Desde el día que nos pusimos a trabajar para el concurso hasta hoy, estamos preocupados porque quede bien. Estamos esperando que nos llamen, que se mueva”, agrega Michelle Llona, quien reconoce que es difícil conversar con el Estado. “Se ha habilitado una ley para concursos de arquitectura, pero no tienen claro cómo desarrollar luego los proyectos”.
–¿Cómo va al proceso de las obras en Machu Picchu?
Michelle Llona: Hasta ahora es un sueño. Está dentro de la cartera de proyectos del Bicentenario y es el principal, pero no se puede decir con claridad si se va a hacer o no. En 2014 ganamos el concurso y en 2016 firmamos el contrato para el desarrollo de un anteproyecto que armaría el proyecto de inversión pública. A la fecha, seguimos esperando que se apruebe ese expediente. [Para este expediente, se elaboraron trescientos planos foliados en veintiún archivadores. El nivel de detalle fue tal, a decir de los arquitectos, porque les interesaba que el Ministerio de Economía y Finanzas tuviera una valoración exacta del proyecto].
–¿Cuál es su apreciación al respecto?
Rafael Zamora: Entre otras razones, creo, porque cuesta mucho entender algo de este nivel de calidad. La silueta del proyecto es muy simple: una casita a dos aguas. Pero tiene una dificultad técnica brutal. El sistema de aire acondicionado, por ejemplo, es complejísimo, al igual que la iluminación. Entonces, claro, hay gente para la cual no tiene ninguna justificación que haya tantos proyectistas, tantas especialidades, tantos planos, tanto detalle. Para el Estado, construir un peaje es lo mismo que construir el Centro de Visitantes de Machu Picchu…
–Es fuerte lo que dice…
RZ: Con el tiempo, tú te das cuenta de que la gente dice que hace cosas. Pero en verdad lo que están haciendo es asegurar su futuro, pagar cuentas y “hacer caja”. Por qué no actuar como los antepasados, en la época en que por ejemplo se construyó Machu Picchu. No tenían la necesidad de hacer una construcción así, porque perfectamente podrían haberla hecho de barro, con piedras pequeñas. Pero la hicieron de la mejor calidad, y por eso nos queda esa obra. Hay que empezar a vivir ahora el futuro, el progreso. Empezar a construir el Perú del mañana.
MLL: Mi padre [el reconocido arquitecto Miguel Llona] me decía: “Tú, que has tenido la oportunidad de ir a un buen colegio, a una buena universidad, de tenerlo todo y estar en el Perú. Si no haces bien las cosas, ¿quién las va a hacer?”.
Puntos de confluencia
Cuando Miguel Llona veía que su hija, la tercera de cuatro hermanos, estaba haciendo las cosas bien, la única palabra que decía era “chévere”. Nunca le explicó a la arquitecta en ciernes, ya titulada, cómo resolver un proyecto: una consulta era absuelta con ejemplos. Con la distancia que otorga el tiempo y la ausencia de su padre, ya fallecido, Michelle Llona piensa y reflexiona en la que fuera su casa, hoy parte de ella convertida en su estudio, y dice: “Quería que creciera totalmente libre, sin su influencia; era muy respetuoso con las diferentes visiones”. Tal vez no necesitaba motivarla mucho más, porque ella era “la chancona” y, desde un principio, jugaba a su favor su voluntad de aparejar la vida académica en la Ricardo Palma con sus prácticas en estudios de arquitectura y su trabajo como fotógrafa en este rubro. Al fin y al cabo, había empezado a escuchar la palabra “proyecto” en los labios de su padre y de su madre –también arquitecta– cuando ni siquiera tenía uso de razón.
Si bien Rafael Zamora creció escuchando términos jurídicos porque su padre es abogado, gracias a que siempre fue ratón de biblioteca y muy pronto docente universitario, formó su cultura arquitectónica con un sesgo social. “La arquitectura es actividad de servicio número uno”, explica. “Tiene que ver con un trabajo de síntesis y de coherencia de varios conocimientos, como la construcción, la estructura, los materiales, la mano de obra, la habitabilidad. O sea, la arquitectura es hacerle un espacio a la vida. Mientras más dignidad tenga para ti la vida, más peso va a tener ese espacio”.
Rafael Zamora conoció a Michelle Llona cuando ambos cursaban la maestría “La representación de la ciudad contemporánea” en la Pontificia Universidad Católica de Chile. “Coincidimos en una clase porque ella estaba un semestre después. La vi ordenada, tranquila y contenta, profundizando en los estudios. Empezamos a hacer trabajos juntos y el resto es historia”, cuenta el arquitecto.
–¿Qué es un proyecto nuevo para ustedes?
MLL: Sin importar el tamaño que tenga, un proyecto es un buen pretexto para investigar el tema y para hacer propuestas. Todos tienen su gracia y su aporte creativo. Cuando empezábamos, eran cosas muy pequeñas. Pero nos enriquecían.
RZ: Es una oportunidad para producir cosas que tienen un rango de novedad. Nosotros siempre estamos reelaborando una historia de la arquitectura, así como reelaborando piezas que nos gustan.
–¿Y cómo se reparten el trabajo en el estudio?
MLL: Rafael tiene más habilidades para el desarrollo del detalle constructivo [llevó una especialidad en Sistemas Constructivos] y yo soy la que armo más la escala del anteproyecto y del proyecto, siempre en constante diálogo.
–Finalmente, ¿cómo ven su estudio en una década?
RZ: Construyendo conocimiento local, generando aportes de la arquitectura local al mundo. En el fondo, espero que exista una mejor valoración del trabajo de los arquitectos en el Perú. Tiene que haber una apuesta de la sociedad por hacer surgir un discurso de arquitectura en el país.
Artículo publicado en la revista CASAS #274