Reconocida por su elegancia y por la pulcritud de sus líneas, Mari Cooper hoy es una de las decoradoras de interiores peruanas de mayor prestigio. Acaba de presentar un ambicioso proyecto en la más reciente edición de Casa Cor, donde ya es un emblema, pero antes de alcanzar este estatus pasó por situaciones diversas, entre las que se cuentan estudiar en pleno Palacio de Gobierno y trabajar en el aeropuerto Jorge Chávez.

 Por Vania Dale / Foto de Augusto Escribens

Hace poco más de tres décadas, Mari Cooper decoró su primer departamento. Recuerda que fue el de una amiga con la que había trabajado en una aerolínea. “Para mí, fue como si me hubieran dado un caramelo… un lienzo en blanco”, dice Mari. “Yo había estado haciendo mis pininos, cambiando un pedestal, comprando una alfombra para la sala de una amiga… Me la pasaba decorando mi casa, y mis amigas me pedían algunos favores esporádicos para decorar las suyas. Paraba en Hogar a comprar telas, tanto así que los mismos trabajadores creían que trabajaba ahí, y cuando les decía que no, me pedían que les diera mi tarjeta, porque había gente que iba a comprar sus muebles allí y no sabía cómo combinarlos”.

La decoración de aquel departamento fue la primera puesta en escena del talento de Mari, y una vitrina: al ver el resultado, la hermana de esa amiga confió también en su buen gusto y le pidió que decorara su departamento. “Luego hice un par de terrazas, después una casa de playa… y no paré nunca más”.

Con la demanda que empezó a tener, necesitaba una oficina, así que montó una en lo que era la casa de muñecas de sus hijas (una construcción ubicada en el jardín de su residencia, en La Planicie), y contrató a una secretaria, que se encargaba de atender las llamadas y pedidos mientras Mari –quien hacía poco había dado a luz a su cuarto hijo– recorría toda Lima en busca de carpinteros, telas y adornos para sus proyectos. Lo que empezó como jugando –la casa de muñecas resulta simbólica– se convertiría en su sustento.

De igual forma, sin querer, hace doce años nació Casa Design, como una oficina de diseño a puerta cerrada cuyo showroom se convirtió en una tienda con las principales marcas de mobiliario a nivel mundial –algunas de las cuales tienen a Mari como representante exclusiva en el país–. Actualmente, tiene dos sucursales: una en San Isidro y otra en Chacarilla. “Los clientes empezaban a querer comprar lo de la sala de exhibición. El asunto empezó a crecer y a salírseme de las manos. ¡Trabajaba el doble! Porque coincidió con el boom inmobiliario, así que, además, me empezaron a llamar del extranjero para decorar casas fuera. Mandaba a hacer todos los muebles en Lima y me iba a Panamá por un fin de semana. Me llevaba a pintores, laqueadores, marmoleros, carpinteros… Fue una época maravillosa”, recuerda.

Mari Cooper

“De alguna manera, he formado una escuela de diseñadores y arquitectos que tienen una línea similar a la mía, monocromática y de cortes simétricos”, dice Mari Cooper.

Vena decorativa

En retrospectiva, los primeros indicios de esta inquietud por el diseño pueden rastrearse hasta su niñez, aunque Mari, entonces, no haya sido consciente de esto.

Cuando chica, su madre, Juanita Escalante, solía llevarla a Le Magazine de Paris, una gran tienda de muebles en el Jirón de la Unión, y a los famosos remates del Country Club, donde se subastaban las antigüedades y objetos de decoración de algunas de las familias más acaudaladas de Lima. “He crecido en un ambiente en el que se ponía consideración en decorar la casa, en comprar el cuadro o la alfombra. Me acuerdo que bajaba corriendo al primer piso para ir al colegio y, al ver las alfombras persas de la sala, me detenía a ordenarles los flecos”.

A pesar de que, de una u otra manera, el diseño “siempre estuvo ahí”, al acabar el colegio, estudiar diseño propiamente no se le cruzaba por la cabeza. “Yo soy autodidacta. En esa época no existía la carrera de Diseño de Interiores; lo único que había eran cursos de arte y decoración que dictaba una señora apellidada Santolalla, pero que en realidad eran más como de manualidades, de bordado, etcétera. La verdad es que yo tampoco sabía lo que quería”, reconoce.

Su encuentro con su vocación verdadera se iría postergando. Antes de llegar a ella, Mari estudió Relaciones Públicas, que su padre auguraba era “la carrera del futuro” y que, ciertamente, le permitió desenvolver su carácter y cultivar amistades que mantiene hasta hoy, como la que hizo con María Rosa Morales Bermúdez, hija del entonces presidente de la República, con quien comparte memorias tan únicas como pasar las tardes estudiando en Palacio de Gobierno, que quedaba a pocas cuadras del instituto del que ambas eran alumnas.

Mari Cooper

Se casó en 1976 con el empresario Patrick Cooper Llosa.

Tras terminar ese periodo, mientras llevaba un curso complementario y empezaba a trabajar como secretaria en una fábrica de cubiertos, Mari incursionó en el diseño de indumentaria. “Quería comprarme un auto para irme al trabajo, así que me metí a diseñar chompas”, cuenta. “Me compré una máquina de tejer y contraté a una tejedora, y yo diseñaba las chompas. Las empecé a vender en las tienditas del pasaje El Suche, en la avenida La Paz, en Miraflores. ¡Fueron todo un éxito! Como no me daba abasto, me compré una segunda máquina y contraté a una tejedora más. Y a los diecinueve años me compré mi carro con la ganancia de la venta de esas chompas”, relata con orgullo, haciendo notar su carácter independiente. “Nunca pedí un centavo en mi casa, me daba vergüenza”, agrega, como explicando el motivo detrás del ‘cachueleo’ prematuro y casi compulsivo que caracterizó sus primeros años de vida profesional.

Luego de un tiempo, el emprendimiento giró con éxito hacia otro tipo de prendas: las blusas estilo hippie que tan de moda se pusieron en plena época del estallido del movimiento; hasta que Mari empezaría el que recuerda como “el mejor trabajo de mi vida”, porque, según cuenta, a pesar de tener horarios “de terror”, su puesto como counter de aeropuerto para una conocida aerolínea “me dio independencia”. Y no solo eso, sino que le permitió encontrarse con quien sería su esposo, Patrick Cooper Llosa (llevan cuarenta y cuatro años de relación, y juntos tienen cuatro hijos: Pamela, de cuarenta y dos, Melanie, de cuarenta, Romina, de treinta y seis, y Patrick, de veintiocho). “Lo conocí en un matrimonio y, al día siguiente, tenía turno en el aeropuerto. Él vendía aviones y justo debía recibir uno en demostración. Yo llegué directamente del matrimonio al turno de madrugada y, el domingo al mediodía, me tocó recibir el avión de demostración de la marca que él representaba. No le di mi teléfono, pero él lo consiguió después”, recuerda Mari. “Terminé casándome con él; yo tenía veintidós años”.

Mari Cooper

Hace seis años, en Bariloche, Argentina, con su esposo Patrick y sus nietos Rafaella, Renzo, Araceli y Emiliana.

Testimonio in situ

“Lo he hecho muy de vanguardia, con una paleta en negro y blanco que está muy en boga, y he aprovechado los techos altos y la luz natural”, comenta Mari a la revista CASAS sobre “Refugio del Bosque de los Olivos”, su nuevo diseño para Casa Cor, que ha realizado en el mismo espacio que hace dieciséis años intervino y bautizó como “La casa del criador de los caballos de paso”.

Lo cierto es que, más que aprovecharlos, ha generado esos techos altos de los que habla. “No sabía que ese espacio se había usado como oficina para los Juegos Panamericanos, y ya no parecía el mismo sitio que había intervenido antes. Entonces, me tumbé todo, incluyendo los techos, y ahí apareció la doble altura que sabía que existía”, explica. Todo el proceso duró un mes. Luego, tuvo un mes más para decorar propiamente. Y ya con el espacio libre, ideó rápidamente lo que quería: fue comprando en viajes las lámparas, las butacas y el comedor que complementarían los sofás que ya había mandado a importar de Italia. “He tenido que tumbar techos, hacer techos, cerrar paredes, abrir ventanas… ¡No me hagas acordar!”, exclama, pero a la vez reconoce la satisfacción inmensa que le produce ver el espacio terminado, con ese techo de nueve metros de altura que le resulta sobrecogedor.

“Cada Casa Cor me llena de adrenalina. Inaugurar es muy emocionante”, dice Mari, que viene participando desde la primera edición de la feria, cuando apenas llevaba unos cuatro años en el mercado del diseño. “Soy de la guardia vieja de decoradores. El capital humano actual de Casa Cor es gente joven. Ellos me ven como un referente, pero también quiero que me vean vigente”, admite. Por eso, para hacerse un nombre y, posteriormente, consolidar su vigencia, es que ha estado presente en dieciocho de las veinticuatro ediciones de Casa Cor (un par de veces en Panamá y otra en Brasil). La constancia es un aspecto clave para ella. “Así como he hecho Casa Cor casi todos los años, también me iba a tres o cuatro ferias anuales en el extranjero. En un comienzo, ¡cada viaje era un montón de plata! Pero esa es una inversión que el negocio te devuelve. Como autodidacta, he invertido en mí, en nutrirme de conocimiento, en educarme”.

Mari Cooper

“Refugio del Bosque de los Olivos” fue su diseño para Casa Cor 2019.

Además de las ponencias a las que asistía durante estas ferias y de haber estudiado Arte diez años con una profesora particular –lo cual “me dio una base de color, de diseño, me enseñó sobre la evolución del arte y del diseño de interiores”–, Mari decidió llevar algunos cursos del diplomado de Diseño de Interiores de la UPC, a los cincuenta años. Después de ser alumna de algunos de sus colegas, fue parte del directorio de la universidad cuando esta estaba ad portas de inaugurar su carrera de Diseño de Interiores. “La experiencia tiene un límite”, asegura.

Ya en octubre de 2016, fue invitada a participar en la World-Wide Biennial of Interior Design & Landscape, cuya premiación se realizó en México, y obtuvo la medalla de oro en la categoría Diseño de Interiores Residencial. Al año siguiente, representó al Perú en el International Property Awards, en Londres, y ganó el premio en el rubro del continente americano. Además, recibió una mención honrosa en la Primera Bienal Internacional de Arquitectura, Diseño y Paisajismo, organizada por la Asociación de Diseñadores Profesionales Asociados del Perú, por un proyecto en San Isidro.

“De repente esa es mi ventaja, que a mí nadie me enseñó. No estoy encadenada a ningún estilo ni a ninguna enseñanza”, reflexiona. Si bien ella nunca ha enseñado formalmente, en sus varias décadas de trayectoria como interiorista, sus oficinas han sido cantera de profesionales que han desplegado su talento y afinado su gusto bajo la mirada experta de Mari. “De alguna manera, he formado una escuela de diseñadores y arquitectos que tienen una línea similar a la mía, monocromática y de cortes simétricos”.

Aún tiene pendientes en su lista de logros –como decorar un hotel o crear un complejo comercial dedicado exclusivamente a la decoración de interiores–, y está lejos de jubilarse. De hecho, no cree que llegue a hacerlo nunca. Y agrega: “Siempre digo que me voy a morir con mis planos bajo el brazo”.