En el corazón de Ollantaytambo, esta casa cusqueña disfrutaba de unos exteriores de ensueño.
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Sin embargo, por dentro necesitaba una reforma que le diera calidez y comodidad. El interiorista Ro de Rivero se encargó de llevar a cabo el proyecto.
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Por Rebeca Vaisman / Fotos de Santiago Barco Luna

En el valle, el sol quema desde muy temprano. Afuera, la sombra del techo de caña protege del calor y permite disfrutar la vista. Sobre la mesa desnuda, la vajilla de cerámica se ha servido con el desayuno. “El mejor desayuno que puedes tomar en la vida”, asegura Ro de Rivero, con conocimiento de causa. Así recuerda su día de trabajo mientras llevó a cabo la remodelación de esta casa cusqueña. Este comedor exterior fue el primer espacio que el interiorista creó. La casa, tal como la encontró, se ubicaba sobre un terreno de dos mil metros cuadrados de exteriores verdes y árboles. Ya existían dos terrazas, pero De Rivero vio la necesidad de un comedor de diario hecho de caña y madera, con un piso de laja de piedra, que creara más momentos en el exterior y consolidara la relación con el paisaje y sus materiales naturales. Además, cualquier excusa para contemplar la vista era buena.

La casa en Ollantaytambo está emplazada hacia un bosque de eucaliptos y elevada por un cerro que le permite gozar de un horizonte digno del Valle Sagrado. Sus trescientos metros cuadrados estaban bien distribuidos, pero los espacios no eran aprovechados. La familia la pensó como una casa de descanso, pero tras terminarla, algunos años atrás, habían dejado de ir. “No les gustaba porque no se sentía acogedora; no estaban cómodos aquí”, explica De Rivero. Su primera tarea era convertirla en un verdadero retiro en la naturaleza para sus propietarios.

Esencia rústica

El proyecto le tomó un año. La cocina, el comedor principal y la sala fueron remodelados por completo. Existía un horno de barro en medio del área social, que fue reubicado en el exterior. Con ese espacio ganado, el interiorista abrió la cocina y armó un comedor grande, para doce personas. La mesa es un voluminoso tronco de madera que se partió a la mitad: se completa con dos banquetas de picnic a cada lado y dos sillas con respaldar de lino en las cabeceras. El decorador encontró un aparador antiguo, de estilo clásico, y lo reformó: trató la madera, y le dio un acabado wash; sacó las puertas y las reemplazó por mallas de gallinero, de tal manera que pueden verse los platos, los vasos y demás enseres. Tener todo a la mano era uno de los objetivos.

La sala existente tenía un sofá de cemento en u. Cuando se sacó, se nivelaron los pisos de madera y así se pudo disponer la sala frente a la chimenea. La chimenea original era pequeña y no funcionaba: llenaba de humo toda la casa. De Rivero la rehízo, y la convirtió en una chimenea de rococho de un metro con diez por casi tres metros de alto. “Tenía que ser un elemento importante, un punto focal en el espacio”, explica el interiorista. Se aprovechó la profundidad generada entre el nuevo volumen y la columna estructural para construir una serie de repisas para libros, juegos de mesa, mantas y todo lo que se pueda necesitar en una noche familiar. Agregó un par de sofás de gran tamaño, tapizados de lino, y dos butacas de cuero con insertos de mantas cusqueñas. Los cojines también fueron mandados a hacer con mantas típicas.
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La mesa de centro está hecha a partir de bloques de madera pegados, y la alfombra es de alpaca suri. Pocas piezas, pero contundentes. “Que te invitan a sentarte, a tocarlas, a disfrutarlas”, agrega el diseñador.

Para el dormitorio principal, se mandaron a hacer cubrecamas y cojines de manto. Además de la cama, con cabecera de listones de madera reciclada, hay apenas unos cuantos muebles: una cómoda antigua, dos sillones de lino y una mesa hecha con madera y fierro que se encontró en la propiedad. A los pies, una gruesa alfombra de alpaca en la que los pies se hunden. Tras unas cortinas de tela de color ocre, se encuentra la amplia terraza del dormitorio. Un juego de muebles de ratán, muchos cojines y mantas; un baúl cusqueño de madera tallada sobre el que se colocó un tablero de vidrio, a manera de mesa de centro. También unos troncos, candelabros y flores. Y, luego, la enorme vista del valle. No se necesitó más.