El espíritu colaborativo y la generosidad se han impuesto en la última edición del Premio Pritzker, otorgado esta vez a las irlandesas Yvonne Farrell y Shelley McNamara, fundadoras, en 1978, de un pequeño estudio con el nombre de la calle donde se encontraba.
Por Laura Alzubide / Foto destacada: Alice Clancy
No debería ser una sorpresa que Yvonne Farrell y Shelley McNamara hayan ganado el Premio Pritzker. Al fin y al cabo, en los últimos tiempos, las arquitectas irlandesas se han llevado los mayores reconocimientos de la profesión: el León de Plata en la Bienal de Venecia (2012), el Premio Jane Drew a la contribución de la mujer en la arquitectura (2015), el RIBA International Prize, por el campus de la UTEC en Lima (2016) y, hace unas semanas, la Medalla de Oro del RIBA (2020). En la época del #MeToo –y con la herida todavía abierta del galardón concedido a Robert Venturi en 1991, que obvió a su esposa y socia Denise Scott Brown– la Fundación Hyatt ha encontrado en las fundadoras de Grafton Architects un valor seguro.
Sin embargo, más allá de unas consideraciones de género que el jurado se ha encargado de remarcar, el trabajo de Farrell y McNamara es representativo por su defensa de la libertad y la generosidad. No en vano, el eje temático de la Bienal de Venecia de 2018 –una exposición de la que fueron curadoras en lo que podría considerarse otro de los grandes logros de su carrera– llevó el título de “Freespace” (espacio libre/gratuito). Para ellas, y esto lo han repetido en más de una ocasión, la arquitectura no es un producto de un solo genio: “Es un trabajo colectivo donde la crítica y la discusión de las ideas son estrictamente necesarias […]. Es una profesión que tiene que escuchar (lo que se dice y lo que no) para sintonizar con los requerimientos del lugar, tanto físicos como culturales”.
Y así lo remarcó el acta del jurado, que destacó “su integridad en el enfoque tanto de sus edificios como por la forma en que realizan su práctica, su creencia en la colaboración, su generosidad hacia sus colegas, que se evidencia especialmente en eventos como la Bienal de Venecia 2018, su compromiso incesante con la excelencia en arquitectura, su actitud responsable hacia el medio ambiente, su capacidad de ser cosmopolitas al tiempo que adoptan la singularidad de cada lugar en el que trabajan”.
Enseñar desde Dublín
Yvonne Farrell (Tullamore, 1951) y Shelley McNamara (Lisdoonvarna, 1952) se conocieron en la University College Dublin, cuando estudiaban arquitectura. Estaban convencidas de que iban a dedicarse a la enseñanza, y así lo hicieron desde que se graduaron, compaginando el diseño con la docencia no solo en su alma mater, sino también en las cátedras Kenzo Tange, en la Harvard GSD, y Louis Kahn, en la Universidad de Yale, y como profesoras visitantes en la EPFL en Lausana y la Academia de Arquitectura de Mendrisio, ambas en Suiza. “Enseñar ha sido para nosotras siempre una realidad paralela”, han comentado en alguna ocasión. “Es una forma de tratar de destilar nuestra experiencia y regalarla a otras generaciones para que realmente jueguen un papel en el crecimiento de esa cultura”.
Fundaron su estudio en 1978 y, en lugar de reivindicarse con nombres propios, le pusieron Grafton Architects, el nombre de la calle donde se encontraba. En más de cuarenta años, la firma ha diseñado casi el mismo número de proyectos de diversos usos y escalas, ubicados en Irlanda, Reino Unido, Francia, Italia y Perú. Para Farrell, ser arquitecto es un privilegio enorme, y el Pritzker es un espaldarazo a una determinada concepción de la arquitectura. “A veces nos ha costado encontrar espacios en los que implementar nuestros valores de humanismo, artesanía y conexión cultural con los que trabajamos; por eso este premio es sumamente gratificante”, afirmó McNamara tras el fallo.
Un Pritzker en Lima
Es probable que la sede de la UTEC (2015) en Lima sea el proyecto más importante de Yvonne Farrell y Shelley McNamara. Por lo menos, es el que les ha dado más relevancia mundial, gracias al RIBA International Prize. En él se aprecian algunas características de su trabajo. Según el acta del jurado, tanto la UTEC como la Facultad de Economía Luigi Bocconi de Milán (2008), otro de sus diseños bandera, “han logrado una escala humana a través de la composición de espacios y volúmenes de diferentes tamaños. Los diálogos que crean entre edificios y alrededores demuestran una nueva apreciación tanto de sus obras como de su lugar”.
A la composición y la escala, las fundadoras de Grafton Architects agregan el componente vernacular y un esmero casi artesanal en la elección de los materiales. La Facultad de Economía de la Universidad de Toulouse (2019) es un claro ejemplo de ello. El volumen está encerrado en hormigón y piedra extraída de un lago cercano. Sus muros de ladrillo, rampas y patios “son una metáfora de la ciudad llena de puentes, muros, paseos y torres de piedra”, como afirma el comunicado del Pritzker.
Marco para la vida
La obra de las arquitectas es un ejercicio constante de honestidad. Su énfasis está puesto en los valores humanos, en los vínculos que se pueden crear entre las personas. En la Universidad Bocconi, por ejemplo, el espacio diseñado alimenta la relación entre sus ocupantes, a la vez que fomenta la relación entre estos y los habitantes de la ciudad a través de un dosel suspendido. “La arquitectura es un marco para la vida humana. Nos ancla y nos conecta con el mundo de una manera que posiblemente ninguna otra disciplina de creación de espacio pueda”, ha explicado McNamara. “En el centro de nuestra práctica existe una creencia real de que la arquitectura importa. Es un fenómeno espacial cultural que la gente inventa”, ha dicho Farrell.
En un mundo que hace que se desvanezcan las estrellas rutilantes y las trayectorias demasiado consolidadas, y cuando llega el momento de reivindicar los valores sociales y humanos, la arquitectura es más importante que nunca. Y el Premio Pritzker apunta, una vez más, a seguir este camino.
Fotos: cortesía del Pritzker Architecture Prize