El arquitecto Martín Dulanto aprovechó las distintas alturas de un terreno en Santa Eulalia para diseñar una casa como si fuera un gran mirador. Trazos lineales y geometrías semicirculares para contemplar la naturaleza y encontrarse con ella. Una arquitectura que apunta a lo atemporal y a sumarse al paisaje como si fuera un elemento que siempre estuvo presente.
Por Gonzalo Galarza Cerf / Fotos de Renzo Rebagliati
Desde el estacionamiento, se alcanza a ver la casa en el cerro, como si fuese un gran mirador que aguarda a sus visitantes en las alturas. Enfrente de ella, el paisaje de la sierra limeña se enmarca dentro de las arquerías y de los marcos de las mamparas del primer piso. Vanos rectos y lineales con acabado rústico de hacienda para la parte baja; vanos semicirculares recubiertos con ladrillo rococho para la parte superior. Dos niveles diseñados a modo de cajas sobrepuestas que marcan, más que un contraste, una forma de diálogo: lo frío con lo cálido, lo público con lo privado, lo social con lo íntimo. Siempre en contacto con la vegetación.
El concepto fundamental, explica Martín Dulanto, fue lograr que la arquitectura y la naturaleza conversaran a plenitud para potenciar el terreno ubicado en Santa Eulalia. Darle carácter atemporal y jugar con una arquitectura que parezca casi de ruina o de espacio abandonado, que uno rescata y complementa. “Como si la casa siempre hubiera estado ahí”, revela.
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El lote, de seiscientos metros cuadrados, contaba con tres terrazas, con árboles que llevaban muchos años y arbustos crecidos. “El tiempo en las plantas es algo que no puedes pagar. Por eso, se acomodó la casa según el espacio que los árboles nos dejaban, como un elemento muy puntual que los respeta al cien por cien”, ilustra Dulanto. Una casa que fuera lo menos invasiva posible. “La arquitectura no le tiene que ganar a la naturaleza. Si lo hace, el espacio no sería cómodo para uno. La clave es buscar el punto medio”, dice.
La ubicación del terreno permitía tener distintas alturas que fueron aprovechadas por Dulanto en el diseño. “Teníamos unas vistas alucinantes de las copas de los árboles y de la quebrada. Ese fue un indicador de que la casa la teníamos que plantear como un gran mirador”, explica el arquitecto.
Pautas en el diseño
El condominio donde está ubicada la casa, además, establecía pautas de diseño y construcción en su reglamento: el proyecto debía tener arquitectura clásica (arcos, bóvedas…) y contar con materiales campestres (madera, ladrillo rococho…). Una junta de propietarios se encargó de evaluarlo. Inicialmente llamada “Casa Volcán”, terminó siendo rebautizada como “Casa Lava” al reducirse sus dimensiones, aunque conservando su esencia. El cliente –una pareja de abogados con un hijo pequeño– quería que fuera chica y práctica, con una cocina integrada y tres dormitorios con baños independientes. Un hogar para desconectarse de la ciudad en invierno.
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“Es arquitectura contemporánea con alma clásica, no sé si es contradictorio o no, pero la considero así”, define Dulanto. Las ventanas del primer nivel se transformaron en grandes mamparas, y en el segundo nivel se colocaron ventanas en el corredor de los dormitorios, para tener ventilación cruzada. Debido a las lluvias que en esta zona se dan en el verano, se diseñó un techo a dos aguas que termina dándole más carácter a nivel volumétrico.
Una escalera helicoidal de concreto pintada de marrón, con barandas de metal forjado, es la que conecta ambos pisos. “Sentimos la posibilidad de hacerla así, escultórica, porque está en un espacio chico de doble altura”, dice Dulanto. Su color obedece a que buscaba la neutralidad. “No queríamos que fuera un acento, o elemento disonante, para que visualmente la protagonista fuera la naturaleza y la paz que esta da”, añade.
Acompañar a la arquitectura
Los pisos elegidos refuerzan ese carácter rústico de casa de campo: piedra talamoye para la sala y comedor, mosaicos para la cocina y los baños, y ladrillo pastelero para el segundo piso. Además, son fáciles de mantener, resistentes y económicos. En esa línea también se planteó el interiorismo, a cargo de los dueños bajo las pautas dadas por Dulanto. Les recomendó que las piezas no fueran las protagonistas, sino todo lo contrario: que fueran sencillas y cómodas para acompañar a la arquitectura y dejar brillar a la vegetación.
Dulanto sumó una serie de jardineras para completar el escenario de árboles longevos, arbustos crecidos, buganvilias y grandes rocas halladas al construir y que se dejaron intencionalmente. Colocó una serie de plantas que habitaban en el terreno para reforzar la idea principal del proyecto: hacer como si la casa siempre hubiera estado allí y formara parte natural del paisaje.
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Artículo publicado en la revista CASAS #280