En un señorial y contemporáneo departamento, Jordi Puig ha logrado crear el cálido hogar de la artista Mariú Palacios, integrando sin miedo obras contemporáneas, herencias de familia y curiosos objetos de colección.
Por Caterina Vella / Fotos de Gonzalo Cáceres Dancuart
Robert Arthur Morton Stern es un arquitecto estadounidense, decano de Yale y escritor académico, quien a los ochenta años dirige a trescientos arquitectos en su estudio de Nueva York. En 2011 recibió el Premio Driehaus por sus logros en arquitectura clásica contemporánea, estilo que distingue sus obras inspiradas en las construcciones tradicionales de Nueva York. Esta fue, nada menos, la elección de una constructora local para que diseñara un imponente edificio frente al Golf de San Isidro.
Jordi Puig fue convocado por sus amigos, Mariú Palacios y Javier García Burgos, para encargarse del diseño interior de uno de los departamentos, que asustaba a la artista plástica porque lo percibía muy clásico. “Lo compramos en planos y, cuando finalmente lo vi en casco, sentí que no iba con nuestra personalidad”, cuenta. “¿Cómo hacer que nos represente?”, preguntó a Puig. Y asumió el reto de aprovechar las características clasicistas y tradicionales de la arquitectura agregando elementos que hicieran sentir a gusto a los propietarios.
“Si estás trabajando con un arquitecto de Nueva York cotizado en el mundo, debes sacarle el jugo”, dice Puig, quien conoce bien a la pareja, pues diseñó el departamento de soltero de Javier y luego intervino otro, con la arquitectura de Mario Lara, en el que vivieron hasta que les quedó chico. “Propuse respetar su intención, como la presencia de cornisas, la amplitud de los espacios, incluso la chimenea totalmente academicista, y hacer algo con el estilo del edificio poniéndole toques personales de arte, muebles y color para imprimirle un estilo ecléctico, como somos nosotros”.
Nacieron los hijos, la familia creció y también la colección de arte latinoamericano y objetos que la artista va consiguiendo en mercados de pulgas y en la Cachinita de Surquillo. Entre copas de vino, participando los tres, el diseño interior fue fluyendo gracias a que arquitecto y clientes manejan un mismo lenguaje. “Ahora es al cien por cien nuestra casa, nos representa”, comenta Palacios, feliz con el resultado. “Muchas veces los buenos trabajos salen cuando tienes aportes del cliente. Mariú, como artista, se atrevió a hacer algo diferente”, resalta Puig.
Arte por todas partes
En el recibidor destaca una fotografía de la performance “Heroína en construcción”, realizada en 2015 por la dueña de casa. Esta ha sido colocada sobre un elemento de madera que no llega al techo, para que se lea como un volumen en el espacio. Luego se pasa a un amplio espacio en los que están el comedor, la sala y una espléndida terraza con vista al Golf colmada de plantas tropicales elegidas por la paisajista Alexandra Patow, que rompe intencionalmente con la línea del departamento, que dictaba inclinarse por algo formal, como pinos y cipreses.
Para separar el comedor, Puig diseñó un elemento de fierro negro con vidrio que funciona como una mampara transparente que controla la circulación y motiva a pasar a la sala. Una pieza que ha utilizado en otros ambientes, como el family room y el baño principal, y se adecúa al concepto neoyorkino del proyecto de Stern. La chimenea de la sala le dio la idea de colocar libreros de estilo inglés, que pintó de color azulino para que se mimetizaran con las paredes del salón. Es divertido ver en ellos los artículos coleccionados por Palacios: teléfonos antiguos, polveras, un globo terráqueo, delicadas ilustraciones en tinta china y otras rarezas.
“Los mercados de pulgas son mi pasión, siempre estoy a la caza de cosas hermosas”, dice la artista, contenta de no haber tenido que desprenderse de nada, ni de sus objetos ni de los muebles de sus antepasados, retapizados, como aquellos que se encontraban en la salita de espera de una tía abuela y ahora forman parte de la exuberante terraza.
Una colección de arte latinoamericano de gran formato se exhibe sobre las paredes de más de tres metros de altura. “Comenzar con arte bueno es una bendición”, acota Puig. Destacan, en el comedor, una obra de la artista chilena María Edwards y dos cuadros del peruano Alejandro Jaime Carbonel, que encontraron el lugar perfecto sobre un aparador empotrado diseñado por el arquitecto. Dentro, la artista guarda sus materiales, pues le encanta trabajar sobre la mesa de mármol negro del comedor, con las sillas Eames tapizadas de terciopelo mostaza. En el conjunto, impacta un potente tríptico de una mujer con un lobo del mexicano Carlos Amorales. “Son nuestros guardianes”, dice Mariú Palacios, quien, disipadas las dudas iniciales, se siente totalmente a gusto en casa rodeada de los objetos que no quería soltar y otros que soñaba tener, como el sofá capitoné de cuero de la sala.
Artículo publicado en la revista CASAS #283