Teresa Sapey (Cúneo, 1962) es italiana. Sin embargo, su nombre es uno de los referentes de la arquitectura y el interiorismo españoles. Para ella, el diseño lo es todo: desde el tirador hasta la ciudad. “Vivo por mi trabajo. Cada proyecto para mí es un reto”, dice. Así nos explica su filosofía: con el mismo entusiasmo con el que juega con la luz y el color.
Por Laura Alzubide / Foto destacada: Javier Bravo
Desde que en 1988 llegó a Madrid, a los veintiséis años, Teresa Sapey no ha dejado de afrontar desafíos. Tuvo que comenzar desde cero en un país ajeno. Le costó conseguir la colegiatura como arquitecto. Y, al principio, no había mucho trabajo. El éxito vino mucho después, en 2004, con el proyecto colectivo del hotel Puerta América, que reunió a figuras estelares como Zaha Hadid, Norman Foster o Jean Nouvel, cada uno encargado de un ambiente en particular. Ella también estuvo ahí. Intervino el estacionamiento, lo que le valió el apodo de “Madame Parking” y el reconocimiento internacional. Entre sus muchos méritos, se encuentra el de haber sido la única arquitecto –así le gusta denominarse–, que ha diseñado dos veces el salón VIP de la feria de arte ARCO. Para ella, la luz y el color son los ingredientes indispensables para sazonar un buen proyecto. No es casualidad que, además de estudiar arquitectura en la Universidad Politécnica de Turín, completara su formación en Bellas Artes en la Parsons School of Design de París.
–Has comentado varias veces que el interiorismo no existe, que existe la creación y que los arquitectos son escultores de espacios. ¿Cómo ha influido tu formación como artista en la arquitectura y el interiorismo?
–Ha influido muchísimo. Decidí ser arquitecto porque un íntimo amigo de la familia me dijo que era mejor ser un arquitecto mediocre que un artista mediocre. Nunca pensé que las artes plásticas me hubieran influido hasta que me di cuenta de que mi gusto por el color, por querer moldear el espacio, venía de lo que había estudiado en Bellas Artes. Para mí, el interiorismo no existe. Solo existe el proyecto bueno o el proyecto malo. La macroarquitectura es el espacio, el volumen, la casa, la ciudad. La microarquitectura es el interiorismo, incluso el tirador de la puerta o el caño. Todo tiene la misma importancia y el mismo peso. Por eso son tan importantes los proyectos de Gio Ponti, Luis Barragán o Frank Lloyd Wright. Trabajaban hasta el último detalle. Diseñaban hasta las alfombras.
–“El color es materia, volumen, vida: como la luz”, has afirmado. ¿Cómo ha evolucionado tu trabajo a lo largo del tiempo en este sentido? ¿Siempre has trabajado con tanto color?
–Sí, aunque creo que la madurez ayuda a perder el miedo. Nuestro trabajo no está hecho solo de volúmenes, de espacios, de materiales o de objetos. Está hecho también de cosas más intangibles, como la luz y el color. Siempre digo que la luz es como la sal. Si te equivocas, cualquier plato te sale fatal. Hay que saberla pesar. Y el color es el aceite. Igual hay que saberlo pesar. El color es mágico. Puede hacer más grande o más pequeño el espacio. Puede dar vida, hacerte pensar, estimular el apetito, el sueño, la creatividad, el humor. Pero siempre y cuando sepas utilizarlo. Y luego hay que saber mezclar colores. Al principio de mi carrera era más miedosa, y ahora he perdido este miedo. Mi último proyecto, la sala VIP de ARCO, era una explosión de color. Era como entrar en un cuadro de Mark Rothko. Mi lema fue: “Fuera hay arte, aquí entras en el arte”.
–¿Cómo conseguiste participar en el proyecto del hotel Puerta América?
–El aparcamiento Puerto de América es un gran logro en mi carrera. Se ha convertido en un espacio de fiestas, de bodas, de exposiciones, de banquetes, de presentaciones. Nunca nadie pensó que un aparcamiento pudiese ser algo más que un almacén de coches. La historia es muy divertida. Yo conocía al consejero delegado y me dijo que no quedaba ni un metro cuadrado en el hotel. Entonces le pregunté: “¿Y si te lo encuentro yo?”. Me explicó que no le quedaba ni la cocina ni el ascensor de servicio. “¿Y entonces que hacemos con la cochera?”, le dije. Y él me miró y me contestó que nunca había visto un aparcamiento de diseño. “Juntos haremos el primero de la historia”, le contesté.
–Tras este proyecto comenzaste a hacer aparcamientos, y de ahí te viene el apodo de “Madame Parking”…
–Sí, Jean Nouvel me lo puso. Él hizo la fachada y las suites del piso doce. Yo tuve la gran suerte de hacer el aparcamiento y todo el mundo vino a visitarlo. Utilicé la gráfica como parte integral del proyecto, que es algo que me viene de mi herencia cultural de Bellas Artes, donde todo es espacio: el color, la luz, los íconos, la señalética. Son trescientos sesenta grados de diseño.
–A partir de entonces, comenzaste a enfrentarte a estos espacios difíciles, como son los aparcamientos. Los “no lugares”, según el término que acuñó el antropólogo francés Marc Augé.
–Efectivamente, hago muchísimos “no lugares”. Me divierte mucho. Hay gente que dice que ya lo hemos hecho todo en nuestra profesión y que lo único que podemos hacer es rellenar el espacio. Pero el espacio cambia, como cambia el hombre, nuestra cultura y nuestro progreso. Y nosotros tenemos que adaptarnos a diseñar o recuperar estos espacios que tenían otro uso. Pasó con las estaciones de trenes. Ha pasado con los aeropuertos. Está pasando con los aparcamientos. Y ahora con las tiendas por departamento, porque con el comercio online se están quedando vacías. Como arquitectos, tenemos que inventar nuevos usos para estos espacios que no pensábamos diseñar porque solo debían ser útiles.
–También has hecho mucho interiorismo residencial, como tus casas en Madrid y Palma de Mallorca. ¿Cómo es diseñar para ti misma?
–Yo soy la más fácil de todos porque vivo de los restos. Como cuando haces un banquete y comes las sobras durante la semana. Mis casas están hechas con maquetas, devoluciones, defectos, cosas de familia. Con todo lo que me sobra o que heredo o que no encajaba o que he utilizado para un pop up. Y luego, de vez en cuando, pongo algo mío. No son casas perfectas. Son mi historia.
–Entre todos los proyectos que has hecho, ¿cuál es tu preferido?
–El que no he hecho todavía. El que vendrá. Siempre quiero mejorar, superarme, aprender. El mejor proyecto es el proyecto de mañana, no el de ayer.
–¿A qué creativos admiras?
–Admiro a muchísima gente: Gio Ponti, Piero Fornasetti, Andrea Palladio, Jean Nouvel, Zaha Hadid, Luis Barragán, Lina Bo Bardi, Oscar Niemeyer, Roberto Burle Marx. En design, Achille Castiglioni me chifla y Philippe Starck me parece un genio. Todo lo que ha producido Kartell me parece espectacular. Según la época, los quiero más o los quiero menos…
–Todo te inspira…
–Exactamente, todo me inspira.
–Tu cuenta de Instagram también es muy creativa. No es muy habitual ver algo así. ¿Cómo crees que deben utilizarla los arquitectos y diseñadores?
–Intento transmitir algo real. Las redes sociales son para comunicar tu alma. Pero hay muchas maneras de utilizarlas: para crear un personaje, para reflejar una vida real, para sacar proyectos. Depende de la personalidad. En mi caso, quiero que la gente entienda mis proyectos.
–Eres arquitecta, interiorista, diseñadora, has dado clases, has escrito libros… ¿Qué te queda por hacer?
–Me gustaría mucho diseñar una bodega o una iglesia. También me gustaría diseñar el mobiliario entero de una cocina. Y me gustaría trabajar en el Perú. No conozco demasiado el país e iría encantada.
Fotos: cortesía de Teresa Sapey + Partners
Artículo publicado en la revista CASAS #284