Gracias al uso inteligente de la tecnología, y con la extraordinaria aproximación holística a la que nos tiene acostumbrado, el estudio Barclay & Crousse sumó un reconocimiento más. Esta vez se trató del Premio Arquitectura y Ciudad, otorgado por la Cámara Peruana de la Construcción (Capeco) a la sede del Gobierno Regional de Moquegua.
Por Laura Gonzales Sánchez / Fotos de Cristóbal Palma
La invitación a concursar en el diseño de la sede del Gobierno Regional de Moquegua llegó con un requisito: respetar el programa propuesto en el Proyecto de Inversión Pública, a no ser que el estudio de arquitectura participante demostrara, con pruebas, que podía mejorar el proyecto. Como la gran mayoría de edificaciones públicas, había sido pensada como más de lo mismo: un edificio mal orientado este-oeste, muy disperso, con un gran número de ascensores y escaleras, y donde no se había contemplado ningún espacio público, entre otras razones. Fue entonces que el estudio Barclay & Crousse, conformado por los arquitectos peruanos Sandra Barclay y Jean Pierre Crousse, planteó un partido opuesto.
“Ideamos un edificio muy compacto, que permitiera ahorrar en circulaciones horizontales, porque el diámetro es la distancia máxima que uno puede recorrer sin rociadores para llegar a una vía de evacuación. Así, nos asegurábamos de que teníamos la menor cantidad de escaleras (dos), el menor número de ascensores, y que contábamos con un ratio entre superficie útil y techada muy bueno. Nuestro partido era tan eficaz funcionalmente que entraba de manera holgada dentro del presupuesto y permitía proponer varias mejoras”, explica Crousse.
Como parte de las mejoras que no estaban consideradas en el Proyecto de Inversión Pública, se colocaron aisladores sísmicos en todo el edificio. Con ello se convertía en un refugio en caso de sismo, en virtud de lo cual pasó a ser un “edificio esencial”, categoría de la que solo gozan los hospitales y, últimamente, los locales educativos. “Es decir, que con un sismo de nueve grados puede seguir funcionando, porque su estructura no se verá afectada. Asimismo, puede hacer las veces de refugio para la población”, sostiene el arquitecto.
Además, el diseño del estudio ofreció una plaza pública con más de trescientos metros cuadrados de área techada, con pérgolas para proveer de sombra a las bancas y un atrio con espejos de agua, estos últimos resultantes de un puquio existente en el terreno. Un lugar que se ha convertido en una de las plazas más importantes de Moquegua, después de la Plaza de Armas de la ciudad.
Detalles esenciales
La edificación consta de seis niveles. El primero puede ser considerado como semisótano, pero en realidad es un desnivel. Luego se encuentra el nivel de entrada, el mezanine y tres niveles más. Las instalaciones comprenden también un auditorio para quinientas personas.
El estudio apostó, como hace siempre en sus obras, por mezclar lo pragmático con lo simbólico. La forma circular permite –en el lado práctico– reducir los recorridos, como ya se explicó. Su propia estética marca una diferencia con la arquitectura tradicional moqueguana sin restarle, en absoluto, identidad. Además, la forma circular remite al hito geográfico más importante de Moquegua: Cerro Baúl, cuya carga histórica es muy importante, entre otras razones porque fue ocupado por las culturas Wari y Tiahuanaco. El techo del gran atrio del edificio y el interior del patio central están cubiertos por una forma que remite al típico mojinete moqueguano. Una reminiscencia del elemento arquitectónico vernacular, cuya figura es de trapezoide.
Una de las curiosidades de este edificio es que se usaron los paneles prefabricados de la fachada como encofrados, ya que hacerlos de madera –como es usual– requería utilizar mucho material y tecnológicamente era bastante difícil. Es así que los paneles “se perdieron” en el mejor sentido de la palabra. “Es en circunstancias como estas que nosotros planteamos ideas tecnológicas que son pertinentes. No se trata de una supertecnología importada, sino del aprovechamiento de los recursos existentes. Creemos que con la tecnología que hay en el Perú se puede hacer todo lo que se necesita. La fachada de este proyecto era uno de esos casos”, enfatiza Crousse.
Calidad arquitectónica
La edificación es de fácil mantenimiento y bajo costo. La fachada está revestida con ochocientos paneles que tienen una infinidad de gamas del color ocre. Lo anecdótico es que se pidieron a la fábrica dos tonos, pero el proceso artesanal del mezclado de concreto jugó a favor de la belleza que hoy tiene: un exterior que parece de piedra.
Para Crousse, se puede hacer arquitectura pública de calidad y con un presupuesto que no es oneroso. “La arquitectura de mala calidad no es por ausencia de recursos, es simplemente por ausencia de buenos proyectos. Una manera de lograrlo es que sean seleccionados por concursos públicos de arquitectura. Un concurso permite escoger los proyectos que usen mejor los recursos durante la construcción y que sean mucho más duraderos en el tiempo”, explica.
Por ejemplo, si están bien ventilados e iluminados naturalmente, se evita el aire acondicionado y que las luces de las oficinas estén prendidas durante el día, reduciendo el costo de mantenimiento en un treinta por ciento. Si esto se multiplica por los cuarenta años de vida útil que tiene un edificio, son millones de soles de ahorro. “En el Perú, podemos y debemos hacer mejores edificios públicos, y esto se puede lograr por medio de concursos de arquitectura y con alianzas entre los sectores público y privado”, puntualiza el arquitecto.
Artículo publicado en la revista CASAS #286