Detenerse. Observar con detenimiento. Con esta fórmula, Ana Teresa Vega Soyer descubrió un lenguaje íntimo y complejo y supo abordar, con sutileza y refinamiento, su proyecto en Álvarez Calderón: el replanteamiento del área social de un departamento de esencia viril con toques de audacia.
Por Jimena Salas Pomarino / Fotos de Iván Salinero
Intervenir en el espacio personal de otro individuo es una tarea delicada que requiere, más que simple buen gusto, dosis adecuadas de tacto, sensibilidad y empatía. Para la diseñadora industrial e interiorista Ana Teresa Vega Soyer, en este proceso es también fundamental encontrar y transmitir un relato. “Cada objeto tiene que hablar por sí mismo, debe contar una historia”, menciona.
Por eso, al asumir la remodelación del departamento de un joven abogado apasionado por el arte, comprendió que el trabajo de interpretación debía ser fino, pero, sobre todo, extremadamente preciso. Enfrentarse al hogar de un coleccionista con una notoria fascinación por los viajes sería una inmensa fuente de historias que había que recopilar y reformular dentro de una misma línea. Tomó entonces cada pieza, cada obra y cada objeto existentes, y los incluyó como parte de una nueva composición. A ellos, sumó nuevos elementos de mobiliario y alfombras, que cohesionaron el conjunto resaltando el arte en cada rincón.
Detrás del concepto
Para aprovechar la variedad de piezas escultóricas del dueño, Vega Soyer apostó por hacer que estas integraran parte de la composición de los cuadros. “Quise sacar algunos elementos de la vida bidimensional y hacerlos formar parte de la tridimensionalidad”, acota. Así, por ejemplo, algunas piezas fueron redistribuidas por la sala, incluso en el suelo, de manera que “conversaran” con los cuadros en términos de color y forma.
En el pasillo, se ha creado un interesante contrapunto de siluetas, tonos e intenciones. A un lado, la consola turquesa de diseño vintage con detalles dorados es la base de una composición de elementos en color, y acaba coronada con un potente cuadro en el que predomina el negro. Enfrentada con esta, desde otro ángulo, se ha dispuesto una mesa baja con tablero de mármol Sahara noir, sobre la que se exhibe una foto de gran formato que ensambla un tríptico y simula un palco teatral. Así, se genera una tensión y equilibrio entre lo clásico y lo moderno, lo dramático y lo sobrio, que sugiere el juego de contrastes y osadía que se verá al entrar en el ambiente principal.
Una vez en la sala, la doble altura amplifica una espléndida vista al parque. Por eso, Vega Soyer quiso hacer un manejo de color muy puntual, para no restar protagonismo al paisaje, pero tampoco silenciar la riqueza de los interiores. “Hice una especie de color block, en parte, inspirándome en el diseño shipibo que ya estaba en la pared”, menciona.
Además de destellos de color en las flores amarillas y el centro de mesa azul, las dos butacas anaranjadas diseñadas por Gio Ponti atrapan la vista y rematan el espacio. El carácter general se deja sentir, convirtiendo cada elemento en obra de arte. El acabado es elegante, masculino, sobrio, pero al mismo tiempo, avezado. “Se ha capturado la personalidad del dueño interpretando el elemento intrínseco de su colección de arte”, afirma la diseñadora. Para ella, esta forma de leer entre líneas hizo que se captara la narrativa del espacio y, finalmente, que el cliente se sintiera realmente cómodo con el resultado.
Desenlace feliz
El punto culminante fue la incorporación de las alfombras, elementos indispensables en el trabajo de Ana Teresa Vega Soyer. Las butacas de los años cincuenta de la sala secundaria, piezas vintage refaccionadas que han sido retapizadas en tela texturada, parecen fundirse con el patrón de la alfombra que las enmarca. En el salón principal, en cambio, si bien la apuesta más obvia hubiera sido un tapiz en un solo tono plano, se arriesgó con un patrón de estilo mesoriental que aporta mucha calidez.
Todas las historias pueden ser leídas en diferentes niveles. A primer golpe de vista, puede encontrarse un discurso más llano, una impresión inicial directa y, sencillamente, agradable. Sin embargo, al ir revisitando el texto, se van encontrando sutilezas, detalles que convierten lo banal en extraordinario. Eso fue lo que halló Ana Teresa Vega Soyer en el proyecto de Álvarez Calderón: piezas de colección cargadas de recuerdos, con memoria, con un valor emocional y estético existentes. Pero al darles nuevas lecturas, cada vez más profundas y sensibles, estas comenzaron a pulirse y conectarse de una manera nueva, hasta armonizar por completo y, finalmente, expresar el estilo más personal, ese que es irreproducible.
Artículo publicado en la revista CASAS #295