La única premisa fue elaborar un paisaje navideño “a la peruana”. En torno a esta idea, las hermanas Karla y Mariel Chávez retrocedieron alrededor de cien años y plantearon un espacio solemne y de aires religiosos. Ignacio Martínez Argüello recorrió más de diez siglos y extrapoló la idea a otro tipo de rito, como haciendo conversar pasado y presente, y honrando el encuentro de las dos culturas que forjan nuestra identidad.
Por Giacomo Roncagliolo Fotos Vinicios Barros
¿Qué hace que digamos: “Aquí se está celebrando la Navidad”? ¿La presencia de un Papá Noel? ¿Los colores rojo y verde? ¿Una rama de pino? ¿Qué relación tienen esos elementos con nuestra historia, identidad, clima y tradición? Esas fueron algunas de las preguntas que tres decoradores debieron responder al momento de plantear sus mesas navideñas. Las propuestas resultantes dan fe de que la palabra “peruanidad” puede evocar senderos conceptuales y estéticos disímiles, mientras que “celebración”, en cambio, dirige casi siempre a una misma idea de bienestar, enaltecimiento y comunidad.
Una fiesta mestiza y elegante
Karla y Mariel Chávez, las hermanas detrás de Como Corresponde –la página de Instagram dedicada a inspirar y educar sobre el arte de recibir invitados en casa con creatividad, estilo y practicidad–, usaron como lienzo el comedor de la Casa García Alvarado, edificación de estilo republicano con cien años de historia. “Algo que nos caracteriza a los peruanos es la herencia barroca que trajeron los españoles. Queríamos rescatar la esencia de la Lima antigua y su mezcla con los elementos de la cultura andina. El comedor de esta casa era perfecto para conseguirlo”, cuenta Karla.
El sincretismo del que habla se respira en cada elemento de la mesa. Lo encontramos en los espejos de pan de oro, piezas hechas por artesanos peruanos que en este caso fueron empleadas como candelabros para velas de aire gótico; también, en uno de los ornamentos principales: el arreglo floral de eucalipto, molle, musgo y rosas de botón pequeño, todas especies con origen en la sierra de nuestro país, que encontraron su contraparte en el nacimiento, de inconfundible tradición católica. Sobre la decisión de colocar este elemento en el centro de la mesa, Mariel apunta: “Nuestra intención era glorificar el pesebre. Recordar que el sentido de esta celebración es la llegada de Jesús”.
El vaivén entre la elegancia de antaño –la vajilla, la cubertería, las copas, por ejemplo– y la impronta colorida de los textiles y las piezas andinas está presente en cualquier lugar donde uno ponga el ojo. La intención de abrazar el barroco, su estilo recargado, es evidente, pero no por eso resulta excesiva. Como bien recuerdan ambas hermanas, en todo diseño siempre debe existir un balance. Tratándose de una mesa para cenar, aquí la estética no perjudica la comodidad de los comensales ni el bienestar de la reunión que pretende acoger. Aquella fue la prioridad y la base sobre la que luego imaginaron su propuesta.
La simpleza de una mesa
La locación que Ignacio Martínez eligió nos habla de un Perú varios siglos más antiguo. En una de las explanadas de la Huaca Pucllana, sitio arqueológico que fue ocupado por las culturas Lima, Huari e Yschma, entre los siglos III y XI, aproximadamente, el diseñador de interiores estableció un vínculo entre los espacios de reunión que hoy construimos y los centros ceremoniales prehispánicos. La unión de ambos conceptos cristalizó en una mesa deconstruida, en la que no queda definido para cuántas personas hay sitio, si acaso los invitados deben sentarse en el suelo, o si la celebración está a punto de empezar o ya acabó. Es uno mismo el que acaba completando la escena, en una experiencia interactiva.
Para construir este artefacto, Ignacio se sirvió de un tejido de esteras, obra del artesano David Goycochea, que sirvió como mesa principal. Sobre él, encontramos un banquete con alimentos de aquella época remota –tubérculos y choclo, principalmente–, cuya capa dorada comunica el espíritu ritual de toda cena, donde siempre hay algún valor o recuerdo que se honra. Por su parte, la vajilla, con variedad de diseños, acabados y formas, estuvo compuesta por piezas de Vanessa Figueroa, otra artista que trabaja distintas técnicas de cerámica. Parte del concepto consistía en alejarse de ciertos símbolos de opulencia y, como respuesta, volcarse hacia la filosofía que rige el trabajo de Ignacio: disfrutar de las cosas pequeñas, lo cotidiano, las ceremonias del día a día.
En esa aparente austeridad, la tradición no pierde su lugar, y lo mismo sucede con el sentido de pertenencia. Frente a una cultura de masas que insiste con un imaginario ajeno a la realidad del país, la mesa propuesta por el diseñador intenta tejer un camino de regreso hacia nuestros orígenes. Allí también podremos encontrar el germen de las ceremonias que hasta hoy nos siguen reuniendo alrededor de una mesa para decir: “¡Salud! ¡Y qué bueno estar hoy aquí!”.
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