Este es un proyecto de diseño que, más allá de proponer una apuesta estética, presenta un fuerte componente de responsabilidad emocional. Aquí, la relación entre el diseñador Louis Pisconte y el cliente marcó el ritmo de las exploraciones visuales y, por supuesto, las decisiones.

Por Giacomo Roncagliolo Fotos de Fernando Delgado

Un año después de perder a uno de sus integrantes, la familia decidió iniciar la remodelación de la casa para traer de vuelta la energía vivaz y alegre que, en vida, esa persona había encarnado. La arquitecta Isel Vega fue elegida como diseñadora general del proyecto, y ella, a su vez, convocó a Louis Pisconte para la supervisión de obra y la curaduría. Una vez que Pisconte quedó a cargo, entre la clienta y él nació una complicidad revitalizante y lúdica que permitió dar al lugar un acabado vibrante y transformador, justamente lo que la familia buscaba.

Para balancear los tonos cálidos de la madera y el ladrillo, la paleta general del proyecto se orientó hacia tonos más fríos, como el verde, ideal por su relación con las plantas.

Homenaje al origen

La base del proyecto fue, por supuesto, la arquitectura original de la casa. Su estilo español muy propio de los años ochenta resultaba sumamente atractivo como lienzo. Por fortuna, el espacio se encontraba muy bien conservado. Ambientes de gran altura, múltiples ingresos de luz natural e inusuales cambios de nivel perfilaban el recorrido, de la mano con una amalgama de materiales (concreto, madera, ladrillo, bronce), presentes tanto en la estructura como en los muebles ornamentados, balaustres y luminarias. Fueron todos estos elementos los que Pisconte quiso celebrar, sumándoles nuevas piezas con estilo marcado y mucho equilibrio.

El bloque verde que unifica el ingreso con la sala y el comedor es uno de los elementos más llamativos del trabajo hecho por Isel Vega y Louis Pisconte. Parte de su propósito es celebrar los aciertos del arquitecto original.

Frente a la arquitectura de dobleces y alturas variables, los cuadros elegidos por Pisconte y su ubicación generan hoy una dinámica de ángulos y volúmenes que da ritmo a cada estancia, así como al propio tránsito entre ellas. Por su parte, la paleta elegida procura ser el complemento de los tonos rojizos y cálidos de la madera y el ladrillo. Así, se encuentran tonos fríos (azules y verdes) y una importante presencia de plantas, cuyo cuidado ha sido desde siempre una de las grandes pasiones del cliente. Entre la vegetación, surge de pronto una rareza fascinante: un pequeño árbol (en maceta todavía) que aprovecha la altura y la luz del primer ambiente del inmueble para convertirse en uno de sus mayores protagonistas.

Una de las composiciones más importantes de la casa es un homenaje compuesto por un dibujo que simboliza el valor del trabajo y una escultura elaborada por el propio Pisconte, a partir de un relato de la clienta.

La disposición de los cuadros fue resultado de una exploración. Implicó jugar con simulacros en papel kraft hasta hallar la posición idónea, aquella que complementara los atrevimientos de la propia arquitectura.

Arte con audacia

Este trabajo transversal vino acompañado por esfuerzos focalizados en ciertos espacios. En ellos, Pisconte, alentado por la buena disposición de la clienta, pudo dar rienda suelta a su lado más irreverente y divertido. En el ingreso de la casa, por ejemplo, junto a un espejo que juega con las perspectivas de quien observa su reflejo, cuelga un cuadro del ilustrador Alejandro Macizo cuya figura se asemeja a la de una carcajada. “Es casi como si el cuadro se estuviera burlando del vanidoso que se mira en el espejo”, interpretó la clienta al ver la composición. Para Louis, aquella sintonía de ánimo díscolo fue perfecta para seguir explorando y plantear un juego similar en el comedor. En esta zona, una mancha escultórica colocada en la pared principal bromea con aquel que intente comer sin salpicarse o, al menos, indica que en esa mesa se permite el error, reivindicándolo y restando solemnidad a los protocolos.

La mancha en la pared fue pensada como un elemento irreverente, medianamente desasociado del concepto de comedor, aunque con un mensaje claro: “Aquí no importa ensuciarse”.

Otra de las composiciones principales del proyecto ha sido el espacio dedicado a la memoria del miembro de la familia que ya no está. Para esa pared en particular, Pisconte elaboró una escultura que representara un cortejo, utilizando para ello la estructura del ajedrez y las formas del origami, dos elementos centrales en el relato romántico que la clienta le había contado. A su lado, el dibujo de una mano representa “el trabajo”, un concepto que conecta tanto con el valor que este tiene en ese hogar como con la historia de su construcción, años atrás, cuando el esposo (ingeniero de profesión) y el joven arquitecto contratado juntaron sus habilidades para levantar la casa.

La apertura del cliente, su mirada sensible y creativa ante el duelo y su confianza en el trabajo del equipo de diseño permitieron que Louis Pisconte conectara con el niño interior. Vestir la casa y organizar los elementos se convirtió así en un juego empapado de empatía y ternura, además de respeto y celebración por una historia familiar y una arquitectura que era manifiesto de sus ilusiones fundacionales, aún vivas. La porción personal y psicológica del proyecto, que en otras ocasiones habría podido devenir secundaria o ajena a los resultados finales, fue en este caso el nudo que mantuvo atado el concepto general de la casa: celebrar la vida con sus glorias y reveses.

Antiguas piezas, como las luminarias de bronce y los balaustres de madera oscura, fueron rescatados e incorporados al nuevo espíritu de la casa.

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