La arquitecta e interiorista ha diseñado un cálido reducto familiar que anuda con inteligencia una importante gama de estímulos visuales.

Por Giacomo Roncagliolo

Fotos de Renzo Rebagliati

Para Ondine Schvartzman, el reto fundamental de todos sus proyectos es acompañar a los clientes en la búsqueda de una identidad que les hable a ellos. “Al final, uno como profesional se retira, y quien se queda viviendo en el lugar es el propietario”, señala para ilustrar el camino que toman sus procesos: diálogos creativos en los que importa tanto lo que su estudio pueda aportar como lo que el cliente quiera proponer. En este caso, el punto de partida fue un dúplex para una pareja con hijos que deseaba un espacio acogedor y una aproximación lúdica al color. Como en buena parte de sus trabajos, hubo oportunidad para desarrollar, además de un interiorismo muy conceptualizado, modificaciones estructurales que ayudaran a aprovechar al máximo cada ambiente.

Elevaciones

El cambio más sustancial respecto del plano original fue la escalera, a la que se dio una ubicación central y un diseño escultórico con la intención de potenciar la doble altura. Para atenuar el tránsito del piso de madera estructurada hacia esta, el primer peldaño se trabajó en mármol travertino de tonos y vetas semejantes, como una gran base para el resto de la estructura: escalones de madera teñida de negro y barandas muy discretas, en vidrio y metal.

La mesa de recibo tenía valor sentimental para la clienta, ya que esta había pertenecido a su familia. Para integrarla al espacio, se ubicó junto a ella una pieza del artista contemporáneo Jesús Pedraglio.

Al otro lado de esta gran pieza se instaló la sala, cuya pared principal recorre el departamento de extremo a extremo, alcanzando también su máxima altura. Nuevamente, a fin de “hacer crecer” el techo, se eligió un cuadro de amplias dimensiones, realizado por la artista peruana Michelle Prazak, y una lámpara de metal que cae a tres tiempos. Ese tridente (escalera, cuadro y lámpara) captura la mirada, elevándola y provocando así un cruce de verticalidad y horizontalidad que enriquece las posibilidades del espacio.

En el espacio social central, la doble altura ha sido potenciada gracias a la instalación de piezas de arte, una lámpara en tres capas y una escalera de perfil escultórico.

Contrapesos

El comedor, por su parte, fue desarrollado alrededor de un balance entre tonos fríos y cálidos, y entre estructuras pesadas y ligeras. En ese sentido, encontramos una pared con acabado tipo concreto y una mesa de cuarzo gris, y al mismo tiempo un tríptico full color de Luisi Llosa y Andrea Tregear, mucha vegetación y un acabado en enchape de madera para la pared que conecta con la cocina, donde la puerta se pierde para no robar la atención. Además, las sillas son de amplios volúmenes sostenidas por estructuras delgadas, alineadas con las de cuatro lámparas esbeltas que penden del techo.

La sala de estar del segundo piso concentra tres de los contrapesos fundamentales del proyecto: color y neutralidad; peso y liviandad; rigidez y exibilidad.

A través de la escalera o del ascensor del edificio, llegamos a un segundo piso que de nuevo se pierde en una pared del mismo color para no desorientar la mirada. Un díptico que el cliente ya poseía es la única pieza de extravagante color, y a ella se rinde el resto de la composición: un sillón bergere verde petróleo, la oscuridad de una alfombra de líneas irregulares y la pared de madera enchapada que recorre todo el ambiente. Las formas orgánicas de los muebles, a su vez, compensan la arquitectura original y cuadrada de la vivienda, alimentando el equilibrio que es pieza angular del proyecto.

A lo largo de todo el dúplex se han planteado recorridos en forma de “S”, siguiendo la ruta de las siluetas anatómicas y orgánicas.

Cuando se corren las mamparas, a espaldas de esta sala íntima, encontramos la terraza. Separados únicamente por un biombo vegetal, el adentro y el afuera se funden y queda solo la transición del interior techado al espacio semiexterior y a una última área social que, al pie de la piscina, recibe sin mediación la totalidad de la luz del sol. El conjunto forma un oasis abrigado por una vegetación suculenta, protagonista del consumo visual, donde las mesas hechas con troncos habilitan un recorrido lleno de naturaleza, frescura y comodidad.

Para el comedor, el cliente había pedido muchas sillas de gran confort que arroparan a los comensales. El objetivo se logró empleando estructuras de gran ligereza.

“Aprovechar la riqueza del espacio fue uno de los retos más interesantes del proyecto”, concluye Ondine, resaltando cómo el dúplex permite percibir cambios de escala a medida que uno se mueve por sus espacios, subiendo y bajando, acercándose o alejándose de los detalles. “No todos los días puedes instalar una escalera volada a la mitad del espacio social principal, o encontrar un cliente que tenga la audacia de aceptar este tipo de propuestas y acompañarte en el proceso”. La fluidez de ese intercambio se refleja en lo que vemos en cada ambiente, donde el exterior y el interior se confunden, la neutralidad de la paleta deja sitio para potentes focos de color, las formas orgánicas rompen la rigidez de algunas paredes y lo funcional convive en armonía con las pulsiones de la emoción.

La vegetación cumple un papel fundamental al momento de manejar el balance entre elementos fríos y cálidos, replicando además algunos de los tonos de las piezas de arte.

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