Se especializan en distintos ámbitos del interiorismo. Sin embargo, esta vez, Ondine Schvartzman, Vivianne Nathan y Verónica Pereira se unieron para crear un proyecto atípico para Lima: Doce, un restaurante en un rooftop con vistas imponentes. ¿El resultado? Una propuesta fresca y sofisticada, con contrastes pronunciados.

Por Gloria Ziegler / Fotos de Gonzalo Cáceres Dancuart

Schvartzman

Al principio estaban la ciudad y el cielo. Como una postal imponente. Pero también las líneas arquitectónicas del edificio de oficinas, con sus materiales fríos y acabados sin encanto. Y allí, en la complejidad de ese encuentro, se jugaba el futuro de un proyecto atípico para Lima: un restaurante, con bar y terraza privada, en una azotea de vistas privilegiadas. “El potencial del espacio era indudable. Pero, también, la necesidad de crear una atmósfera más cálida, que compense el peso de los vidrios y los metales en la construcción preexiste”, cuenta Vivianne Nathan, una de las arquitectas que ideó el interiorismo, junto a Ondine Schvartzman y Verónica Pereira.

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La intervención, entonces, empezó con el redibujo del muro de ingreso al restaurante –originalmente recto y de vidrio, por otro revestido en madera y curvas suaves–, y la incorporación de una pared perpendicular en el interior –que delimitaría el área de la cocina y el salón, con una ligera ondulación–, hasta conectarse, en la puerta de ingreso, como dos líneas orgánicas. 

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Ese nuevo marco permitió, entonces, concentrarse en el ángulo más creativo del trabajo: un juego de elementos opuestos y complementarios, que se inspira en las personalidades del propietario del restaurante y Aaron Chlimper, el chef que estaría a cargo de Doce. “Son dos personas muy distintas pero funcionan de maravilla trabajando juntas. Entonces, empezamos a jugar con el concepto de contrastes entre materiales fríos y cálidos, elegantes y rústicos, y pulidos con mates. La idea, detrás de esto, era reflejar a uno y a otro en los distintos elementos”, explica Ondine Schvartzman.

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Ritmos internos

El proyecto, por su naturaleza sofisticada y nocturna, requería un bar, un comedor y una terraza importantes, además de una cava y un espacio semiprivado. También algunos pedidos del chef: una cocina expuesta y la incorporación de ventanas en esta área, para trabajar con vista a la ciudad, y un huerto de especias.

Para resolver estas necesidades y darle armonía a los espacios, en un área de 640 metros cuadrados, las arquitectas debieron trabajar varias aristas en simultáneo. De esta manera, plantearon un piso de madera, con parquetones de shihuahuaco, para darle calidez a los ambientes interiores y evitar los rebotes sonoros. Y utilizaron, asimismo, una instalación con diagonales para romper con la rigidez de la caja central. El trabajo en los techos, en cambio, se dividió en dos segmentos. En el área del comedor se mantuvo la altura original, con la incorporación de una estructura de entramados verdes, para ordenar los elementos y favorecer la acústica; mientras en el bar y en la sala se creó un cielorraso más bajo, que funciona como hilo conductor hasta la terraza. La cara interna de los dos nuevos muros, por otro lado, se trabajó con revestimientos de madera. En un caso con acabados sólidos y, en el otro, con un efecto escultural, conseguido con escamas de madera, donde se esconde el acceso a la cocina y se integra, más tarde, el área expuesta al comedor.

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“Con eso listo, comenzamos a trabajar en la zonificación de los espacios”, explica Verónica Pereira. En el área del bar y del lounge, por ejemplo, el cielorraso funcionaba como primer delimitador. Pero necesitaban, además, otro elemento que contenga sin aislar por completo el ambiente. Con esa premisa, incluyeron una estructura calada de elementos gráficos sutiles. La distribución de los sitios en el comedor, por su parte, se delineó teniendo en cuenta los flujos de circulación, las necesidades técnicas y operativas –además de la iluminación focalizada, necesitaban una mesa para doce comensales–, con distintas opciones de tableros y asientos. Y la intervención en los exteriores, finalmente, incorporó un techo colgante entramado similar al del comedor, con una serie de columnas con plantas trepadoras que ofrecen un remate fresco. La distribución de las mesas, aquí, mantuvo la versatilidad del interior, pero con un espíritu más informal.

Nuevas pieles

“Otro aspecto clave era la expectativa durante el ingreso: al ser un restaurante en una planta alta, esta era mucho mayor. Entonces, necesitábamos un gran impacto desde el hall de ingreso”, explica Ondine Schvartzman. Para lograrlo, revistieron el lobby por completo con un papel tapiz de tonos arena, un piso de madera laminado y una alfombra de aspecto desgastado, junto a una lámpara de bronce y una fotografía de gran formato que completa la idea de recibidor.

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La paleta cromática, en el interior, se decanta por negros, bronces y los tonos neutros de la madera y el mármol, con acentos de color verde oscuro que funcionan como nexo con el paisajismo de la terraza. El diseño, asimismo, hace hincapié en puntos de calidez, a través de la iluminación suave del cortinado que delimita el comedor con la terraza e, incluso, la creación de pequeñas salas lounge con elementos atípicos para un restaurante, como una chimenea.

“Nuestro propósito era equilibrar la presencia de materiales, texturas, llenos y vacíos, para generar armonía”, explica Vivianne Nathan. Así, a través de estos contrastes, han conseguido una impronta fresca y sofisticada que convive con una de las mejores vistas panorámicas de Lima.

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Artículo publicado en la revista CASAS #261