La arquitecta de interiores logra transformar un departamento, modernizándolo sin hacerle perder su esencia. La ampliación de espacios, la integración de elementos naturales y la reinterpretación de la pasión de los propietarios por el mar, se combinan en un diseño que equilibra modernidad, funcionalidad y calidez.
Por: Fiorella Iberico | Fotos: Alexander Estrada
Ubicado en el sur chico, este departamento de 45 años fue completamente renovado por la arquitecta de interiores Francesca Reátegui Álvarez-Calderón. El proyecto enfrentó el desafío de modernizar una vivienda de playa con tuberías y electricidad en estado crítico, adaptándola a las necesidades de sus propietarios, apasionados del surf y el buceo. La intervención buscó no solo ampliar y optimizar los espacios, sino también preservar el carácter del lugar para lograr un equilibrio entre funcionalidad, modernidad y la calidez que evoca su historia.

El interiorismo se basa en una paleta serena que realza la vista exterior sin competir con ella. Detalles como los cojines azules de la sala aportan toques sutiles de color.
La brújula del proyecto fue la creación de más habitaciones y baños privados, pasando de tres habitaciones y dos baños a cuatro habitaciones y cuatro baños. Asimismo, se buscó integrar el estilo de vida de los propietarios, reinterpretando su pasión por el mar, en los baños sin vista exterior, los cuales fueron revestidos con papeles temáticos que evocan el fondo marino. La materialidad es otra pieza clave. La madera se erigió como el material principal, acompañada de fibras naturales como el ratán y el bombonaje, lo que aportó textura y un aire artesanal a los ambientes. Los colores neutros y orgánicos, en tonos crudos y naturales, establecieron una base serena que, combinada con cuadros y plantas, añadió necesarios acentos de color.

Las lámparas de bombonaje hechas en Iquitos, tejidas especialmente por encargo de Francesca Reátegui, capturan el protagonismo en el comedor. Su diseño artesanal otorga calidez y encanto natural.
El espacio social fue configurado para hacerse más funcional y atractivo. En el comedor, una pared de travertino originalmente de color naranja intenso fue cuidadosamente lijada para suavizar el tono sin perder identidad. Este elemento se convirtió en el eje del espacio y, posteriormente, en una elegante chimenea que infunde carácter al ambiente. Esta zona se abre hacia el horizonte marino bajo un techo de doble altura con vigas expuestas pintadas de blanco.

La arquitecta de interiores incorporó plantas de fácil mantenimiento como un recurso decorativo que añade vida y color.
En el comedor, una mesa de madera clara es el centro de reunión, rodeada por sillas de fibra natural con respaldo de ratán. Tres lámparas colgantes de bombonaje hechas en Iquitos con formas orgánicas —las estrellas del espacio— proyectan patrones de luz cálidos para concebir una atmósfera acogedora que invita a disfrutar con la familia y los amigos. En la sala, un sofá en tonos azul marino con cojines en tonos tierra contrasta de forma equilibrada con muebles auxiliares de bambú. Una tabla de surf decorativa refuerza el espíritu playero y el pasatiempo de sus propietarios, mientras los amplios ventanales enmarcan el océano, estableciendo un diálogo constante entre el interior y el paisaje.

La madera, otra protagonista indiscutible del proyecto, destaca en detalles como el encofrado de las paredes y las escaleras que llevan a los camarotes.
La cocina, antes de la intervención, era un espacio reducido, limitado en su distribución, y sin comedor de diario. Tras la remodelación, se optimizó el área añadiendo un cálido rincón para sentarse a comer y disfrutar la convivencia. En un gesto de respeto por la identidad del lugar, Francesca conservó los muebles altos blancos de la despensa y los integró al diseño renovado, subrayando el enfoque sostenible del proyecto, donde, además, cada elemento cuenta una historia y define la personalidad del departamento playero.

Francesca puso especial énfasis en preservar piezas originales de la casa, como los muebles altos de la cocina.
Las habitaciones, por su parte, fueron acertadamente transformadas a las necesidades de los propietarios y al potencial del espacio disponible. Una de ellas fue destinada como dormitorio principal, mientras que las demás fueron diseñadas con camarotes estratégicamente ubicados en la parte alta, gracias a los generosos techos de 3.5 metros de altura. Para sumar atractivo y calidez, se utilizó madera en las paredes, donde el encofrado detrás de las camas y las escaleras de los camarotes añade textura y una pincelada artesanal al diseño. La ausencia de vistas exteriores en estas habitaciones fue compensada con acabados que aportan profundidad, carácter y conexión con el entorno costero.
Fiel a su enfoque sostenible y su compromiso con honrar el pasado del lugar, Francesca Reátegui dedicó especial atención a preservar y restaurar piezas emblemáticas que contaban historias propias.
Fiel a su enfoque sostenible y su compromiso con honrar el pasado del lugar, Francesca Reátegui dedicó especial atención a preservar y restaurar piezas emblemáticas que contaban historias propias. Las sillas del comedor, el mueble bar y la mesa central de la sala, cargadas de memorias y significado, fueron rescatadas con delicadeza y adaptadas al nuevo aspecto de la residencia. Estas piezas no solo se integraron como elementos funcionales, sino que se convirtieron en actores importantes.

La grifería en tono dorado dialoga con el carácter histórico del departamento, mientras que las plantas aportan un toque natural que compensa la ausencia de vistas exteriores en los baños.
En buena cuenta, este proyecto establece un diálogo sutil entre pasado y presente. La intervención de la arquitecta de interiores no solo moderniza, sino que honra el pasado del lugar, conectando con el entorno natural y las pasiones de sus propietarios. Cada elemento, desde los materiales hasta las piezas restauradas, se une para crear un refugio que se siente como una extensión natural de la costa misma.
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