La cineasta fue anfitriona del Bal d’Été, una gala en honor al centenario del Art Déco. La velada reunió a figuras del arte, la moda y el cine bajo una puesta en escena fiel al estilo visual que caracteriza su filmografía.

Por Redacción COSAS

Reconocida por películas visualmente hipnóticas como Marie Antoinette o The Virgin Suicides, Sofia Coppola sumó un nuevo hito a su carrera creativa: fue la directora artística y anfitriona del primer Bal d’Été, celebrado en el Musée des Arts Décoratifs de París. El evento, realizado el último domingo, sirvió como gala inaugural para una serie de exposiciones que celebran los cien años del Art Déco, y convocó a un selecto grupo de invitados del mundo de la moda, el arte y el cine.

Coppola, vestida de alta costura de Chanel, en el Bal d’Été.

Coppola, quien asumió el diseño integral de la velada, estuvo a cargo de la selección de flores, iluminación, mobiliario, gráficos e incluso la disposición de las mesas. “Quería que todos se sintieran como en casa: cómodos y rodeados de belleza”, comentó la cineasta a Architectural Digest. Ese “hogar”, sin embargo, fue una versión elevada y romántica: la nave del museo se transformó con tonos rosados, palmas, velas titilantes y arreglos florales acompañados de frutas de verano como fresas y guindas. Grandes candelabros de cristal colgaban del techo —“los agregamos, aunque parecen parte del lugar”, señaló— y durante el cóctel, los muebles de mimbre blanco y hierro forjado ayudaron a trasladar un jardín al interior del recinto. Helechos, hiedras y otras plantas completaban la atmósfera.

Con una estética que combinó lo refinado, lo relajado y lo festivo, la noche también contó con un club armado especialmente para brindar y bailar después de la cena. El enfoque visual, como en sus películas, partió de una meticulosa planificación: Coppola trabajó con un moodboard que incluía referencias como el Bal Proust de 1971, organizado por Guy y Marie-Hélène de Rothschild; imágenes de la condesa Jacqueline de Ribes —icónica anfitriona de los años 80 en París—; novelas de Edith Wharton; mesas diseñadas por Alberto Pinto; y fotos personales, como su cumpleaños decorado con manteles rosas por la diseñadora Rebecca Gardner.

La entrada al baile evoca el cercano Jardín de las Tullerías.

Para llevar esa visión al espacio, Coppola contó con la colaboración del diseñador de iluminación Ignace D’Haese, el diseñador gráfico Joseph Logan y el florista belga Thierry Boutemy, con quien ya había trabajado en Marie Antoinette. Incluso recurrió a los archivos del museo para elegir los papeles murales que decoraron tanto las invitaciones y menús como el fondo del club nocturno, donde destacó un diseño en negro y dorado estilo chinoiserie, acompañado de sofás de terciopelo y luminaria art déco.

Las mesas lucieron vajilla Ginori 1735 de la colección Antico Doccia, inspirada en la platería barroca florentina. Aunque confesó disfrutar del arte de vestir la mesa, Coppola aclaró que se cuidó de que todo fuera bello pero no excesivamente formal. “Buscaba el equilibrio perfecto entre una atmósfera elegante pero relajada, que fuera alegre”, explicó. Esa visión impregnó cada detalle del evento.

Entre los asistentes se encontraban rostros conocidos como Madison Cox, Lauren Santo Domingo, Cindy Sherman, Betty Catroux, la actriz Kirsten Dunst —frecuente colaboradora de Coppola—, Jonathan y Lizzie Tisch, Giambattista Valli, Christian Louboutin, entre otros artistas, diseñadores, mecenas y coleccionistas.

El color exuberante y la botánica influyeron en Coppola, desde los textiles hasta los arreglos florales de gran tamaño.

Fiel a su estilo, Coppola transformó una noche en una experiencia estética inmersiva, cuidadosamente curada pero sin rigidez, con aires femeninos, soñadores y desenfadados. El Bal d’Été no solo rindió homenaje al pasado dorado de los bailes parisinos, sino que también marcó el inicio de lo que podría convertirse en una nueva tradición cultural en la capital francesa.

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