Es poco habitual ver a una estrella del mundo de la arquitectura en nuestra ciudad. Pero el 16 de octubre, Kazuyo Sejima, ganadora del Premio Pritzker 2010 junto con su socio Ryue Nishizawa, se subió al estrado del polideportivo de la Pontificia Universidad Católica del Perú y habló sobre sus proyectos. Pocas horas antes, había visitado el sitio de Pachacámac. Un paseo que quedó registrado en fotografías y que presentamos a continuación.
Por Laura Alzubide / Fotos de Gladys Alvarado Jourde
Kazuyo Sejima sube al estrado. Y las casi dos mil quinientas personas que hay en el polideportivo –entre estudiantes, docentes y arquitectos– la aplauden a rabiar. Se la ve pequeña frente a la multitud. Sencilla. Tímida. Parece que enfrentarse al público no es lo suyo. En ciertos momentos, hasta le cuesta encontrar las palabras precisas para expresarse en inglés. Sin embargo, ahí está su obra, proyectada en el escenario, cuyo programa explica. Las imágenes hablan por sí mismas, acompañadas de la voz vacilante de la arquitecta, que esconde a la mujer decidida, talentosa y perfeccionista hasta la obsesión que realmente es.
Solo así un arquitecto puede ganar el Premio Pritzker, que ella obtuvo en el año 2010 junto con su socio Ryue Nishizawa. “La relación del edificio con su contexto tiene la máxima importancia para Sejima y Nishizawa”, señaló el acta del jurado. “Ellos han llamado a los edificios públicos ‘montañas en el paisaje’, con la creencia de que nunca pueden perder la natural y significativa conexión con su entorno”.
Era la segunda vez que venía a Sudamérica. Antes solo había viajado a Brasil. Sejima había llegado a Lima para participar en el seminario “Alteridades. Visiones sobre la arquitectura hoy”, en el marco de las actividades por el centenario de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Reynaldo Ledgard, decano de la Facultad de Arquitectura, la invitó cuando se conocieron en Estados Unidos. Y ella se entusiasmó tanto con el viaje que no solo la acompañó Nishizawa, sino además dos socios de su estudio, SANAA.
Quizás por eso comenzó su conferencia hablando sobre las conexiones entre su trabajo y lo que había visto pocas horas antes. “Esta mañana hemos estado en el sitio de Pachacámac”, contó. “Es extraordinario. La arquitectura y el paisaje están muy relacionados. Y esa también es la obsesión que tenemos en nuestro estudio: vincular el interior y el exterior”.
Conexión prehispánica
El estudio peruano Llosa y Cortegana fue finalista del Mies Crown Hall Americas Prize 2014-2015 con el Museo de Sitio de Pachacámac, en un certamen en el que participó Grace Farms, de SANAA, obra que resultó ganadora. Los representantes de ambas firmas se habían conocido en Chicago en octubre del año pasado. Después, Patricia Llosa viajó a Japón. Llamó a Kazuyo Sejima y, casi de una manera inesperada, esta se convirtió en su anfitriona. La mejor anfitriona. Ahora le tocaba a ella ejercer como tal. En el único día que pasaría en Lima, la arquitecta japonesa decidió visitar el santuario arqueológico de Pachacámac.
“Era su primer contacto con la arquitectura prehispánica, porque no habían ido al Cusco todavía”, explica Llosa. “Y les impresionó la mímesis entre la arquitectura y el entorno, los límites borrosos entre la arquitectura hecha por el hombre y el paisaje, que en Pachacámac son muy claros porque el material se mimetiza con la arena, con el desierto. También estaba la presencia de la piedra inca, tan rigurosamente encajada. Estaban muy interesados en cada detalle que veían”.
Para Llosa, hay un poderoso vínculo entre la arquitectura ligera, efímera, mínima de SANAA y la relación con el paisaje que hay en la arquitectura prehispánica. Obras como el Museo del Siglo XXI de Kanazawa (2004), desde otro lenguaje y otra materialidad, muestran la maleabilidad de los límites. La tendencia a fusionar el interior con el exterior. Una clave que comentó en todos los proyectos que se mostraron en su conferencia.
“Después, en su viaje a Cusco, la que más podía asociar el trazo de Moray con su arquitectura era Kazuyo Sejima”, añade Llosa. “La persona que venía de más lejos tenía la conexión más directa con el trazo curvo y orgánico de Moray. O con el blanco de la topografía de Maras. Uno sentía que había mucha conexión con lo que ella podía hacer, con independencia de la manera en que se hace”.
En las fotos de su visita a Pachacámac, realizadas por Gladys Alvarado Jourde, Kazuyo Sejima no se puede desprender de su iPad. Está permanentemente aprendiendo. No solo hace preguntas. También captura las imágenes de lo que ve con cierta compulsión. Con una necesidad de asimilarlo todo que no es habitual en alguien tan consagrado. Una Premio Pritzker que vive en un mundo de starchitects.
Artículo publicado en la revista CASAS #251