La polémica sobre el uso de cóndores en fiestas populares reabre el debate sobre hasta dónde llegan las tradiciones y cuál es la esencia de un animal. Mientras tanto, el Congreso de la República propone una ley para combatir su uso festivo.

Por José Ignacio Beteta*

Cada año, un cóndor -ave majestuosa que no tengo que describir porque su fama la precede- sufre un penoso accidente. No es atacado por un depredador natural; tampoco se enfrenta a algún fenómeno climático o geológico. Se enfrenta a un grupo de seres humanos que lo cazan astutamente y lo emborrachan, para luego llevarlo a combatir con un toro iracundo y otros seres humanos excitados.

Tema polémico. ¿Cómo abordarlo? Bueno. El Congreso de la República busca promover una ley que prohíba -específicamente- el uso de cóndores en fiestas tradicionales. ¿Hacen lo correcto? ¿Cuál es la justificación que usará el Parlamento para declarar esta prohibición y privar a una comunidad de su derecho a celebrar sus más antiguas y milenarias tradiciones?

La congresista del Bloque Magisterial, Katy Ugarte, explicó que solo quedan alrededor de 301 ejemplares en estado silvestre.

Es muy difícil tomar una postura general sobre la participación de animales en fiestas u otras actividades humanas. No se puede. La relación entre ser humano y animal es antigua, rica, profunda y compleja. ¿Alguien criticaría un torneo de caballos de paso o una carrera de caballos? ¿Estaríamos en desacuerdo con el entrenamiento de perros para pastorear ovejas? ¿Podríamos criticar el entrenamiento de palomas mensajeras? ¿Cuestionaríamos el adiestramiento de perros policía o de halcones que sobrevuelan aeropuertos para evitar la presencia de otras aves que pongan en riesgo el despegue o aterrizaje de un avión? No lo creo, salvo posiciones extremas con las que no concuerdo.

El hombre siempre se ha apoyado en animales para diversas actividades de trabajo o recreativas. Y esto no está mal. La pregunta de fondo es, ¿qué hace que una actividad, en las que el ser humano usa animales, sea cuestionable o no? ¿Qué criterio o principio deberíamos usar para permitirla o prohibirla? Creo que la respuesta nos la podría dar el filósofo griego Aristóteles (aunque tengamos que retroceder al siglo IV antes de Cristo para buscarla), con una categoría trascendental: la esencia.

En términos sencillos, la esencia es el conjunto de propiedades que definen lo que es una entidad individual como el ser humano o un animal (racionalidad, sentimientos, instintos, corporeidad). En contraposición, para que se entienda mejor, los accidentes son las propiedades que pueden cambiar sin afectar la identidad de dicha entidad (color, tamaño, ubicación, rasgos estéticos).

¿Cómo aplicamos el concepto de esencia al caso del cóndor, se preguntarán? En la medida en que el ser humano respete la esencia de un animal en la actividad que realiza, esta, creo yo, se ve justificada plenamente. Hay caninos que nacen para cazar, pastorear ovejas, ser guardianes, o acompañar personas con discapacidad, y les encanta competir y sortear obstáculos a velocidad. Hay aves que nacen con una naturaleza específica para llevar mensajes importantes o para pasear por un hotel hablando como seres humanos. Existen caballos que esencialmente tienen las cualidades para competir en una carrera o bailar marinera mientras trotan con un vals de Chabuca Granda de fondo.

Estas aves, que viven entre 50 y 70 años, pueden volar más de 300 km al día, aprovechando corrientes térmicas para casi no batir las alas.

No conozco cóndores que porten en su esencia la natural capacidad de emborracharse y ser encadenados a un toro, para luego pelear con él y otros seres humanos, hasta que logren escaparse, si es que lo logran. No conozco caballos que nazcan esencialmente para pelear entre sí. Quizás lo hagan en algún camino, en el campo, por alguna razón coyuntural, pero no está en su esencia, pelear.

Debo aclarar algo. No considero que la utilización de este criterio o razonamiento lógico sea de aplicación general, pero me parece por lo menos una clave de interpretación, un criterio útil que puede servir para analizar otras actividades y pensar en su legitimidad. En la medida en que una actividad humana, sea esta ritual, deportiva o laboral, desnaturalice al animal y destruya su esencia, debería ser cuestionada. En la medida en que la respete e incluso la haga brillar, nos será fácil disfrutarla, así sea un torneo, una fiesta, o una tradición en la que ser humano y animal comparten la vida de forma armónica, reconciliada, feliz y con un propósito trascendente.

Finalmente, una ley no resolverá el problema de fondo. Crecer en conciencia, empatía y madurez, seguramente.

(*) Presidente de la Asociación de Contribuyentes del Perú.

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