Mientras no es Ana Avellana, Ana Luisa Velarde se centra en su público más exigente: sus tres hijos. ¿Pueden ser igual de encantadoras la pastelera detrás y la madre delante de la barra de dulces?

Por Alberto Rincón Effio // Fotos de Lucero del Castillo

Ana Avellana

Crédito: Facebook de Ana Avellana

Mucho antes de hacerse de esa esquina iluminada y fresca frente al Mercado Municipal de Miraflores, Ana Luisa Velarde era una joven que no sabía qué quería ser. Dudaba si entrar a la universidad o no. Si ser cantante o ser coreógrafa. Si dedicarse a la cocina o si, paseando con sus amigas del barrio, encontraría alguna respuesta. Sus hermanos eran lo contrario. Metódicos y preclaros ya se encaminaban: Manuel, el mayor, estudiaba para abogado y María Inés, la segunda, para arqueóloga. Ana Luisa, mucho antes de que llegaran sus hijos Cristóbal, Esteban y Camilo, y de convertirse en Ana Avellana, estaba segura solo de una cosa durante esos paseos con sus amigas a comprar figuritas. Ahora lo recuerda entre risas y asegura que lo decía sin querer: “En esa esquina tiene que haber una pastelería”.

No fue hasta que tuvo veinte años, cuando visitó Francia, que encontró las primeras señales de lo que sería su pasión. Que conoció el espacio perfecto para su trabajo y, por qué no, fue acercando el futuro de esa esquina hacia ella. En París se enamoró de los bistrós, de los cafés que no te dejan ir, los aromas y colores de las barras, y vitrinas con sus postres novedosos. Supo que eso era lo que quería.
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Con un lugar así sería feliz y lo buscaría hasta encontrarlo. Desde entonces, nada volvió a ser lo mismo. Por eso, poco tiempo después, dejó la pastelería donde trabajaba, cogió sus maletas y se embarcó a Nueva York, a estudiar pastelería por tres años, y conocer de cerca el estilo bakery neoyorquino que luego utilizaría en Ana Avellana. Mientras eso pasaba, su esquina seguiría deshabitada, esperando su regreso.

ANA AVELLANA DE DÍA, ANA LUISA DE NOCHE

Mientras cae la tarde y la esquina se ilumina, Cristóbal, Camilo y Esteban corren entre las mesas de Ana Avellana, buscando a su mamá. Todo desaparece para Ana Luisa en ese momento. Cristóbal, de doce años, y los mellizos Camilo y Esteban, de cinco, la ven, la abrazan, y parece el reencuentro de una madre y sus hijos después de un naufragio. “Son muy amorosos, me apachurran, me llenan de besos todo el día”, dice Ana Luisa en medio del coro: “Mamá, quiero una cookie, una cookie, una cookie”.

“En esa esquina tiene que haber una pastelería”, decía Ana Luisa señalando el mismo lugar donde ahora abraza a sus hijos.
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Mientras tanto, llegan a buscarla parejas de novios, estudiantes de regreso a casa y nuevos curiosos enterados por la televisión del cheesecake de Ana Avellana. Muchos de ellos, antes de elegirlo, le toman una foto. Ana Luisa los ve y sonríe. No puede evitarlo. “Me encanta cuando le toman fotos a mis pasteles”, dice. Hay otros que la visitan desde el principio. Ana Luisa recuerda que una mujer entró a la pastelería antes de abrir, mientras todavía hacía las pruebas de sus pasteles, y le regaló las flores que llevaba: “Para que te traigan suerte”, le dijo. Esa mujer la visita todavía. Lejos de marearse con tantos proyectos nuevos, la creciente popularidad que le ha traído la televisión y los innumerables visitantes que llegan a su pastelería, Ana Luisa lo recibe todo con gratitud, como se recibe una flor: por si trae suerte.

Todos quieren la sonrisa de Ana Avellana cerca. Pero hasta los superhéroes tienen ese álter ego en donde se escapan de las obligaciones de ser perfectos. Si la Mujer Maravilla es Diana Prince, una joven que atiende detrás de un mostrador de ropa, y Superman es Clark Kent, el tímido reportero con licencia para equivocarse, ¿puede Ana Avellana escaparse de su propio personaje? Es difícil, a veces extenuante, salir del trabajo y seguir siendo la inagotable y sonriente Ana Avellana que todos buscan detrás de la barra. Ser simplemente Ana Luisa Velarde, ponerse seria, dedicarse a sus hijos, ser su amiga, confiar en ellos y explicarles lo que viene: un día fue la pastelería, otro día la televisión y los eventos que conduce, mañana puede que todo cambie de nuevo. Y lo han asumido como un reto en equipo. Ellos siguen sus normas, la apoyan en todo, ninguno coge una cookie sin el permiso de Ana Luisa, su mamá. Por eso Cristóbal, Camilo y Esteban saben bien que, muchas veces, las cookies van por cuenta de Ana Avellana, que les guiña el ojo detrás de la barra.
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A veces amar es faltar a las reglas.

Receta: el cheesecake de Ana Avellana

Ingredientes

  • 3 paquetes de queso crema
  • 250 gramos de azúcar
  • 4 huevos
  • 10 gramos de harina
  • 10 gramos de fécula de maíz
  • Ralladura de 1 limón
  • 1 cucharadita de vainilla
    (Para la base)
  • 90 gramos de
  • galletas de vainilla
  • 40 gramos de mantequilla sin sal.
    (Para la salsa de berries)
  • 500 gramos de berries (fresas, frambuesas,
    arándanos y moras)
  • 150 gramos de azúcar blanca
  • Jugo de 1 limón

Preparación

Procesar las galletas de vainilla hasta que estén completamente molidas. Derretir la mantequilla y mezclarlas. Poner la mezcla de galleta en la base de un molde circular de 20 cm de diámetro. Hornear por 15 minutos y dejar enfriar.

En la batidora, colocar el queso y batir hasta que esté cremoso. Una vez conseguido, agregar el azúcar. Luego, añadir a esta mezcla los huevos uno por uno, la fécula de maíz, la harina, la ralladura de limón y la vainilla. Pasar la espátula por el tazón para que quede bien cremoso y sin grumos. Una vez que esté lista la mezcla, colocarla en el molde y llevarla al horno (350F / 170 C) a baño maría por dos horas aproximadamente (hasta que el centro esté firme). Dejar enfriar y refrigerar.

Para la salsa de berries mezclar todos los ingredientes hasta que se disuelva el azúcar y bote todos sus jugos (mantener refrigerado hasta que se use).

*Es mejor hacer el cake un día antes y mantenerlo refrigerado. Pero el mayor secreto, según Ana, es bailar y cantar mientras lo cocinas.