Tiene ochenta y ocho años y, a lo largo de su vida, entre otras muchas cosas, ha visto desfilar a más de veinte presidentes de la República, pero a la hora de definirse, como consta en su autobiografía, sabe hacerlo en una sola frase: “Yo solo soy un hombre de teatro”. Tome asiento –o párese y aplauda–: bienvenido a la vida de Carlos Gassols.
Por Mariano Olivera La Rosa Foto de Gonzalo Miñano
Hay momentos que nos cambian la vida. En la trayectoria de Carlos Gassols fueron tres. “Yo casi juego por la ‘U’”, dice sobre el primero. Era el año 46. En el barrio de Odriozola se jugaba un partido amistoso en cancha de Universitario, ante la atenta mirada del entrenador Arturo Fernández. Carlos Gassols descollaba como puntero izquierdo.
De regreso a casa, su hermano Fernando –quien llegó a jugar en la primera división del fútbol peruano, en equipos como Ciclista Lima, Atlético Chalaco y Association Chorrillos– le transmitió la noticia: Arturo lo quería probar como reemplazante de Eduardo ‘Lolín’ Fernández, quien por ese entonces estaba por emigrar al fútbol argentino.
En otras palabras, quería que Carlos formara dupla de ataque con Lolo Fernández en el equipo de sus amores. “Pero, al mismo tiempo, estaba en la Escuela Nacional de Arte Escénico, estudiando y preparando una obra –‘El abanico’, de Carlo Goldoni– que nuestra promoción debía presentar a fin de año en el Teatro Segura, para pasar al segundo año de estudios; y veía a mi hermano, que, en el transcurso de esta cosa doble de estudiar teatro y jugar profesionalmente, a veces venía con problemas, con lesiones”, recuerda Gassols.
Fue un dilema complicado, pero en su decisión primaron dos características que lo acompañan hasta hoy: la corrección y el sentido de responsabilidad. “¿Qué pasa si me ocurre algo y perjudico a todos los chicos de la promoción?”, se preguntó. El cariño, el esfuerzo, las semanas de ensayos del grupo para llegar en óptimas condiciones a esa única presentación en el Teatro Segura pesaron más que la posibilidad de jugar al lado del máximo ídolo de la historia de Universitario de Deportes. Al final, Lolín fue reemplazado por un tal Toto (Terry), al que, dicho sea de paso, no le fue nada mal.
Buenos aires:
El segundo y el tercer momento están directamente vinculados: uno ocurrió cuando, junto a su esposa Herta Cárdenas, decidieron mudarse a Buenos Aires a mediados de los sesenta y el otro, dos años después, cuando tomaron la decisión de regresar. “Había hecho varios contactos”, recuerda Carlos sobre el viaje. “Uno de ellos con el Teatro Municipal General San Martín, para hacer el estreno mundial de ‘La dama de los racimos’, de Lope de Vega”.
En Argentina los esposos actuaron juntos en el Teatro 35, en la obra “Diez negritos”, de Agatha Christie, donde Herta fue una de las protagonistas, pero, en líneas generales, Carlos tuvo más oportunidades de desarrollo. “En tan poco tiempo trabajé en dos películas, hice cerca de doce programas con Pepe Biondi y tres obras de teatro”, precisa. “Todos me decían: ‘Si ya te conocen y te llaman, ya estás bien. No te regreses, no puede ser”.
La propia Herta, consciente de la situación, lo alentó a quedarse. Le dijo que no se preocupara, que ella aprovecharía para estudiar Escenografía en Buenos Aires. “Herta sacrificó el no continuar actuando para que actuara yo”, cuenta Carlos. “Yo ya había perdido a mis padres en años anteriores; Herta no, tenía a toda su familia en Lima, y yo notaba, aunque nunca me lo dijo, que la estaba echando de menos”, agrega.
“Fue otro momento decisivo. A pesar de lo que auguraba para mí lo que estaba haciendo en Buenos Aires, tomamos la decisión de volver y comenzar de nuevo”. Primero estuvo Herta, la mujer con la que compartió más de cincuenta y nueve años de matrimonio.
Herta Cárdenas:
La conoció en la Escuela Nacional de Arte Escénico, en la década del cuarenta. Fueron compañeros de estudios, actuaron juntos y se hicieron muy amigos. “¿Por qué no nos casamos?”, le dijo ella, algunos años después. Se casaron en Huaura, un 24 de junio de 1956. “Herta falleció el 17 de marzo de 2016. Faltaban dos meses y medio para celebrar sesenta años de matrimonio”.
¿Existe alguna fórmula para que el matrimonio cumpla su promesa y dure para siempre?
Creo que lo fundamental en nosotros fue mantener siempre la independencia. Por pequeño que fuera el lugar donde viviéramos, cada uno siempre tuvo su propio espacio. Y hemos trabajado juntos, pero más es el tiempo que cada uno ha trabajado por su cuenta. Nunca fui a sus ensayos, ni ella a los míos. Íbamos a los estrenos.
En una oportunidad ella dijo: “Cuando me molesto no le hablo en setenta y dos horas”. ¿Era verdad?
¡Era verdad! Eso se lo dije yo a ella: “Es como el tiempo que se le da al patrón para hacer la huelga: setenta y dos horas”. Igualito. A mí al día siguiente ya se me pasaba.
En 1970, se convirtieron en padres de Gelsomina (llamada así por el personaje de “La Strada”, de Fellini). “Tanto Herta como yo sabíamos que ahí nomás quedaba, porque si no, íbamos a resultar abuelos de los hijos”, comenta Gassols, que hace doce años también se convirtió en abuelo de Maika, su única nieta. “Soy un chocho, un clásico abuelo”, dice.
¿Cómo se hace para sobrevivir a alguien que ha estado tan presente? –le pregunto, en alusión a Herta.
Es una depresión constante –responde, sin perder la calma–. Tan es así que ahora es un bálsamo ensayar todos los días y hacer la temporada de “Vivir es formidable”. De la depresión hay que librarse pensando en positivo y buscando algo que hacer… En esas estamos.
En 2015, a propósito de su salida de “Al fondo hay sitio”, usted soltó una frase interesante. Dijo: “Con los años, ya no me siento cómodo con los apuros”.
Efectivamente, ya no me interesa hacer televisión, porque, a mi modo de ver, ha cambiado para mal. Además, ahora y siempre, la televisión ha sido algo que te atropella constantemente; desde que llegas hasta que te vas, todo es rápido. Yo hice “Al fondo hay sitio” por insistencia de Betito (Aguilar), porque ya lo había rechazado en dos ocasiones, y al final Herta salió perjudicada –reflexiona un instante–. A ella la ha perjudicado mucho el hecho de no ser mediática; era muy alegre y extrovertida, pero, como no fue mediática, mucha gente no la llamó. Alberto Isola siempre le decía: “Te voy a llamar”… No la llamó nunca. Cuando Efraín Aguilar me llamó para hacer “Al fondo hay sitio”, me dijo que fuera con Herta; mi personaje como padre del de Diego Bertie y Herta en el papel de mi ama. Me dio pena porque, cuando decidí no continuar, sabía que a ella también la comprometía, y a Herta sí le gustaba ese mundo de la televisión.
Dije: “No me siento cómodo con lo que estoy haciendo; creo que hago el ridículo. No lo soporto, es un mamarracho”, perdonando la expresión; que me disculpen, pero con sinceridad eso era lo que me parecía y me parece que era la serie. No se lo dije así a Efraín, por supuesto. Le dije: “Voy a cumplir, pero después de esto ya no me llamen”. Perjudiqué a Herta por preservar mi interés. Eso me dolió. Pero, sinceramente, no lo aguantaba… Y todo el mundo me hablaba del personaje; me reconocían, como si hubiera hecho “Macbeth” o “El rey Lear”… Así es la televisión, pues.
Herta nunca fue mediática. ¿Usted lo fue?
Tampoco. Yo he tenido suerte… Mucha suerte.
Su “suerte” empezó en 1934, cuando, con la Compañía Infantil Hermanos Gassols, debutó como extra en la opereta “La Geisha”, y continuó a lo largo de las diferentes variantes del teatro (la zarzuela, el drama, la comedia, el vodeville, la ópera, las farsas, los sainetes, las tragedias…); el cine, la radio y la televisión; los premios y los homenajes.
“No solo he actuado sino que he dirigido, he enseñado, he escrito obras de teatro, he barrido escenarios, limpiado servicios higiénicos, bocetado escenografías, he hecho tramoya, he sido guionista, locutor y productor”, escribió en su libro de memorias, “Mi vida en el teatro”. Nos despedimos. Fuera de la casa en la que vive desde 1976, más allá del cerco de madera que la rodea, entre ardillas y pájaros, una ponciana sembrada por Herta hace cuarenta años hace lo posible por sobrevivir a la epidemia del cemento.