El movimiento hippie alcanzó su clímax mundial con Woodstock, en 1969. Y en el Perú se empezaron a ver, en el centro de Miraflores, en Barranco y Cusco, jóvenes de pelo largo y barbas frondosas y túnicas, pero pocos fueron los que vivieron en comunidad, como hacen los hippies de verdad. Ese fue el caso de Juan Luis Pereira, fundador de El Polen, y de Lucas Céspedes, “el primer hippie peruano”.

Por Gabriel Gargurevich Pazos

Hippismo

Lucas Céspedes en la actualidad. “Ahora sé que todo lo que pasa en el mundo es parte del plan de Dios”, afirma.
5. Billete promocional de “El show de los hippies”, de 1968, donde varios artistas se presentaron en matiné en el Cine Pacífico.

En la selva del Cusco, cerca de Machu Picchu, quemó su DNI. Ya no quería pertenecer a nada, quería dejarlo todo. Había viajado por Europa, vendiendo artesanías en las calles de Madrid, de Berlín, en las playas de Barcelona; pudo ver a Jimi Hendrix, John Mayall, a los Canned Heat, en la isla de Fehmarn, en Alemania; pudo ver a los Hells Angels trabajando como agente de seguridad en los conciertos; tomó ácidos por primera vez y conoció a una chica alemana, algo pasajero, abierto… Iniciaban los años setenta y ahora estaba con un amigo peruano, una uruguaya y un español, que eran pareja, en las alturas de la selva cusqueña haciendo esta suerte de ritual, que lo tenía a él, Lucas Céspedes Sosa, como protagonista; el primer hippie peruano, según los entendidos.

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Lucas Céspedes Sosa (a la derecha) en periplo por Berlín, a principios de los setenta, junto a su amigo español Emilio de la Torre (a la izquierda) y un ex combatiente de Vietnam (al centro).

“Todo esto se va al carajo”, pensó cuando llegó de Europa a tierras peruanas, las cuales pretendía recorrer a bordo de una carreta, jalada por mulas, junto a sus amigos. Para cumplir con tal objetivo, vendió artesanías de cuero y castañas, frente al Haití, en Miraflores, y en diferentes pueblos y ciudades, de la sierra, de la costa, pero no funcionó. Lucas, que había dejado inconclusos sus estudios de Bellas Artes, entre Buenos Aires y Lima –tampoco completó sus estudios escolares en el colegio San Antonio del Callao (vivía con su familia en La Punta)–, decidió pintar cuadros para montar una exposición en Lima; y eso hizo; así pudieron conseguir la plata para la carreta y las mulas que les servirían para continuar el periplo.

Con sus amigos, fue a Espinar, en Cusco, cerca de Puno, para comprar las mulas, pero no encontraron a los animales en forma; había una que, incluso, estaba muy preñada, recuerda Lucas, que en ese entonces vestía solo con una túnica y sandalias, el pelo largo, la barba frondosa. “Al final, no compramos nada; nos gastamos toda la plata en Cusco”. Una vez en Lima, luego de unos pocos meses, se puso en contacto con Juan Luis Pereira del Mar, quien, junto a su hermano Raúl, había formado la banda El Polen.

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Billete promocional de “El show de los hippies”, de 1968, donde varios artistas se presentaron en matiné en el Cine Pacífico

El periodista y escritor Carlos Torres Rotondo, en su libro “Demoler. El rock en el Perú 1965-1975”, de reciente publicación, escribió lo siguiente: “El Polen es el gran hito contracultural de la primera escena del rock en el Perú. Su proyecto no implicó solo lo estrictamente musical, sino también un discurso crítico de la sociedad y sus valores que se expresó en decisiones de vida radicales: se fueron a vivir en comunidad como hacen los hippies de verdad –hasta donde sé, fueron los únicos en hacerlo en el Perú”.

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Lucas Céspedes Sosa estuvo presente, junto a Juan Luis Pereira, en la formación y desarrollo de esta comunidad.

Bautizos en el río

La comunidad tuvo lugar en Santa Eulalia, en 1973, en una casa que Juan Luis alquiló con un par de amigos, entre ellos Lucas. Poco a poco, se fueron incorporando más jóvenes a aquella vida colectiva en la sierra de Lima; llegaron a vivir veinticinco personas en esta casa que contaba con un huerto de paltas. “Comíamos palta todos los días”, recuerda Juan Luis con una plácida sonrisa. Añade: “En esa comunidad vivimos músicos, pintores muy talentosos, el hijo de un fiscal de la Nación; convivíamos hippies del centro de Lima con miraflorinos; después se nos unieron amigos chilenos que habíamos conocido en una gira de El Polen en Chile y se quedaron a vivir como seis meses; al final, los deportaron porque no tenían visa; entre ellos había artistas muy talentosos y estaba la hermana del cónsul de Chile”.

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El Polen representa el gran hito contracultural de la primera escena del rock en el Perú.

En ocasiones, salían de Santa Eulalia, rumbo al mercado de Chosica, se ponían a tocar sus canciones, fusión de rock y folclore, y regresaban con las canastas repletas de víveres. Lucas Céspedes precisa: “Fue la única comunidad hippie en el Perú. Con el artista Emilio Hernández, abrimos un taller de pintura ahí; Juan Luis hizo lo propio con su taller de música. Y, bueno, para vender nuestras artesanías y cuadros debíamos bajar hasta el parque Kennedy, en Miraflores. Tomábamos LSD cuando había, pero más fumábamos marihuana. Por un lado estaban los que practicaban la meditación y el yoga; por otro, los que leíamos la Biblia… Yo ya había dejado un poco de lado la astrología, el I Ching, el Bhagavad-Gita, y empecé a leer la Biblia. Hasta nos bautizábamos en el río. Luego de dos años, la comunidad se quebró porque una pareja se metió con una mujer casada. Y yo me vine a Lima, a vivir a la casa que Emilio Hernández tenía en El Agustino; nos dedicamos a pintar”.

Existencialismo y Pearl Harbor

Se trata de un movimiento contracultural que desciende directamente de los beatniks, de las vanguardias de las primeras décadas del siglo XX y, en última instancia, del romanticismo. Todas estas corrientes se caracterizan por una fuerte crítica a la modernidad (al materialismo y al poder, entre otras cosas), y una defensa a ultranza del individualismo y la búsqueda de métodos alternativos de conocimiento.

Así define al hippismo Carlos Torres Rotondo, que ha escrito seis libros relacionados al rock y a las culturas urbanas en el Perú, utilizando herramientas multidisciplinarias provenientes del nuevo periodismo, de la narrativa y de las ciencias sociales. “La preocupación del hippismo es más moral que política. Además, contiene un fuerte carácter utópico con visos de religiosidad. De ahí que el uso de los alucinógenos esté fuertemente asociado a búsquedas espirituales.

El nomadismo, la crítica a la familia como institución básica de la sociedad y el rechazo a la ‘normalidad’ son otros de sus componentes. Asimismo, creo que al hablar de hippismo también es necesario hablar de underground, es decir, de una escena artística de la cual no muchas personas están al tanto, lo cual convierte a los que participan en ella en una tribu urbana”.

Lucas Céspedes agrega que Pearl Harbor significó un punto de quiebre en las familias estadounidenses que vieron a sus hijos, hermanos y padres morir en la Segunda Guerra Mundial. “Los moldes se quebraron y las artes se confabularon para que se fueran formando nuevas estructuras de pensamiento entre los jóvenes. Los existencialistas franceses, que viajaban al Oriente y se influenciaron por las filosofías orientales, como el budismo o el vegetarianismo, aportaron a la formación de este nuevo pensamiento entre los jóvenes intelectuales estadounidenses”, señala.

En el siglo XX, entre los filósofos más representativos del existencialismo, se encontraban Lev Shestov, Martin Heidegger, Karl Jaspers, Jean-Paul Sartre, Miguel de Unamuno, Simone de Beauvoir, Gabriel Marcel y Albert Camus. Ellos se centraron en el análisis de la condición humana, la libertad y la responsabilidad individual, las emociones y el significado de la vida.

Jugando a ser hippie

Para Juan Luis Pereira, el fenómeno del hippismo en el Perú no fue tan grande como lo fue, dentro de la región, en Chile o Argentina, países que “exportaron” sus hippies al nuestro (el cantante de la banda chilena Los Jaivas, por ejemplo, vivió durante un año en el Cusco); y se les podía ver en el centro de Miraflores, en la Costanera mirando el sunset, o en el parque El Olivar corriendo desnudos, junto a nuestros hippies miraflorinos, de familias acomodadas, muchos de ellos surfers también.

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Fernando Silva, Juan Luis y Raúl Pereira, fundadores de El Polen.

El fundador de El Polen, grupo que aún se encuentra en plena actividad, recuerda: “Aparecieron muchos grupos peruanos que se vestían como hippies en la portada de sus discos, pero que nunca se fueron de su casa; menos vivieron en comunidad, ni por dos días; muchos parodiaban la idea de ser hippies… En realidad, había pocos hippies que se la creían de verdad y muchos jugaban a ser hippies; era una aventura muy atractiva eso de vivir con amigas y amigos, de conocer ‘chicas liberales’… En todo caso, la esencia del hippismo tiene que ver con la integración, la paz, la libertad, el amor libre, el amor por la naturaleza, por una espiritualidad universal; fue un ideal, la utopía de una vida hermosa… ¿Qué queda de hippie en mí? Evitar los prejuicios, tener la libertad de hacer lo que me gusta, la ecología, el vegetarianismo, el respeto a todos los pueblos del mundo”.

Hacia 1977 o 1978, un amigo de Lucas Céspedes Sosa lo invitó a unirse a un grupo evangélico, a la Iglesia Centro de Fuego. Hasta hoy, Lucas sigue yendo a ese centro religioso. Lo explica de esta manera: “Bueno, encontré el camino, después de tantas peripecias, de tanta búsqueda; Cristo es la seguridad; me dio esperanzas; ahora sé que todo lo que pasa en el mundo es parte de su plan, del plan de Dios. ¿Qué queda de hippie en mí? Ya no soy vegetariano, pero no consumo los productos del sistema, como la Coca-Cola, por ejemplo, además me cae mal… El hippismo fue un movimiento que tuvo sus cosas positivas, pero sin una visión final no hay camino, ¿no es cierto? Hoy tengo una esposa y cuatro hijos. El cristianismo me dio un camino más recto”.