Conversamos con el poeta hispano-peruano, miembro de la Generación del 68, como él mismo la bautiza, y a la que pertenecen también Antonio Cisneros, Luis Hernández y Rodolfo Hinostroza, entre otros. Además de ser un gran escritor, formado en España, Cillóniz trabajó para el gobierno militar de Velasco, pero retornó a la Madre Patria antes del golpe de Morales Bermúdez.

Por Dan Lerner

En épocas turbulentas, es siempre importante darse el tiempo de oír una voz lúcida, que reme contra corriente, que escape de lo obvio. La mirada del poeta Antonio Cillóniz es, en ese sentido, refrescante: su más bien ingrata experiencia en la política nacional lo alejó del Perú, tan presente en su magnífica obra poética, lo cual le permitió tomar la distancia necesaria para entender sus dilemas políticos, sociales y literarios.

Antonio Cillóniz, de 74 años, fue reconocido con el Premio Poeta Joven del Perú, en 1970, además de recibir el Premio Extraordinario de Poesía Iberoamericana, en 1985, y el Premio de Poesía César Vallejo, en 1999.

Cuéntenos de su experiencia trabajando en el Instituto Nacional de Cultura durante el gobierno de Juan Velasco Alvarado. Usted venía de una familia de terratenientes.

Efectivamente, mis dos abuelos fueron terratenientes, pero maticemos: la hacienda San José y San Regis de Chincha era de los doce hermanos Cillóniz Eguren desde 1913, pero mi abuelo Carlos vendió su parte a sus hermanos por desavenencias familiares en 1952, cuando yo aún no había cumplido ocho años. Por otra parte, la hacienda de Tomabal y San Ildefonso de Virú fue de mi abuelo Antonio de la Guerra Hurtado de Mendoza, que falleció en 1937, siete años antes de nacer yo, y fue administrada a partir de entonces por sus hijos varones, Antonio, Luis y Carlos, sin que las hijas mujeres, Luisa y mi madre Ana, participaran de la administración ni de los beneficios, hecho que motivó que mi madre entablara juicio a sus hermanos, cuya sentencia favorable a mi madre jamás se llevó a cabo como consecuencia de la reforma agraria. De modo que mis “experiencias terratenientes” son nulas por parte materna y escasas, vagas y lejanas por la línea paterna. En cuanto a mi experiencia en el Instituto Nacional de Cultura durante el proceso revolucionario del general Velasco Alvarado, debo señalar que fueron años convulsos, porque al margen de que la oposición al gobierno estuviera lógicamente encabezada por la derecha del país, tanto la oligarquía en general como en particular los miembros y simpatizantes de Acción Popular, un amplísimo sector de la izquierda no lo apoyaba, como fue el caso del APRA, de los trotskistas y de los maoístas; tampoco fue un movimiento generalizado entre los militares; y uno de los principales obstáculos era que no solo muchos trabajadores de la administración del Estado pudieran estar en contra de Velasco, sino que incluso varios dirigentes del proceso pertenecían a todos esos grupos sociales antes mencionados, también en el Instituto Nacional de Cultura, y en esas condiciones poco o nada se podía hacer.

En agosto de este año, Cillóniz participó como invitado de la Feria Internacional del Libro de Cusco.

Usted retorna a España antes del golpe de Francisco Morales Bermúdez, ¿fue su vida parecida a la de un exiliado?

Mi retorno a España es consecuencia de mi dimisión como director de la Editorial del INC, y esta se produjo por mi enfrentamiento con la Directora General del INC debido a graves desavenencias con la dirección. El INC se estaba manejando muy mal.
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Creo que todo eso era parte ya del golpe, la falta de proyecto editorial, los nombramientos, los cargos, la contrarrevolución enquistada en el propio proceso. Retorné a España, donde había ya estudiado, y como se mantenía en el poder el general Franco, sufrí un exilio sin ninguna protección de asilo, pues en todas las hojas del pasaporte peruano que aún conservo se lee “prohibido trabajar en España”, al tiempo que se me exigía probar medios de vida o se me abría la correspondencia. Verdaderamente no fue un viaje turístico y durante mucho tiempo participé en una militante oposición al régimen.
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Actualmente el poeta se encuentra puliendo unos cuantos poemarios inéditos.

Ha dicho ser parte de la generación de poetas del 68, y no del 60 ni del 70. ¿Por qué?

Porque niego que haya una Generación del 60 y otra Generación del 70. Porque, si analizamos la poesía de la década de los sesenta en el Perú, veremos que cuando surge una nueva poesía es entre 1964 y 1968, con cuatro libros fundamentalmente: “Consejero del lobo” de Rodolfo Hinostroza, en 1964; “Las constelaciones” de Luis Hernández, en 1965; mi “Verso vulgar”, en 1967, y “Canto ceremonial contra un oso hormiguero” de Antonio Cisneros, en 1968. Es algo parecido a lo que ocurrió con las generaciones del 40 y 50, que acabaron siendo refundidas en una sola, la del 50. Entonces, ¿cómo denominarla, Generación del 64, del 65, del 66, del 67 o del 68? Eso da lo mismo, si se habla del 68 es porque en 1968 concurren los cambios políticos de aquel entonces, o los sociales, más perdurables hasta ahora, porque coincide con el Mayo Francés o con la Primavera de Praga, es decir, un cambio nacional a la vez que se producen unos acontecimientos internacionales. Por eso lo del 68; pero lo que es incuestionable es que el Cisneros anterior a “Canto ceremonial contra un oso hormiguero” escribía a modo del cincuenta.

Para Cillóniz, Luis Hernández es uno de los impulsores de una nueva poesía en el Perú en la década del sesenta, con su libro “Las constelaciones”.

¿Cuánto influye en su poesía su experiencia política en el Perú? ¿Y el exilio?

Mi alejamiento físico del Perú influyó enormemente en la temática e incluso en la forma, porque mi primer libro, “Verso vulgar”, escrito ya en España, es un discurso contra la dictadura, mientras para nuestra generación la dictadura de Odría pasaba desapercibida, y porque en “Después de caminar cierto tiempo hacia el este”, así como en “Entre espadas de Damocles”, hay una presencia peruana, y en ciertos poemas del primero a veces hasta un cierto tono del castellano andino; pero también ha influido mi presencia en el Perú, pues en los dos siguientes libros, “Fardo funerario” y “Una noche en el caballo de Troya”, hay muchos poemas que se refieren a mi época en el INC. Y en general, el exilio me ha permitido ver al Perú con una perspectiva tanto histórica como geográfica y algo teñida de nostalgia, también.

¿Cómo observa desde España el turbulento panorama político del Perú?

Nos da conciencia de que vivimos en una aldea global, con los mismos problemas de corrupción hasta los más elevados niveles del poder, con la misma grosería y obscenidad con que el poder político sustenta al poder económico, y la misma zafiedad y estupidez con que los medios lavan el cerebro a los votantes, o la hipocresía y fariseísmo con que se disfrazan la mayoría de los partidos políticos.

Cillóniz partió a España antes del golpe de Francisco Morales Bermúdez, pero nunca tuvo un exilio con protección de asilado.

Háblenos de su relación actual con el Perú. ¿Cuán seguido viene?

Yo dejé de venir al Perú durante cierto tiempo a partir de 1990.
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La razón fue que me enteré fortuitamente de que existía la creencia de que yo era un senderista, no sé si debido a que en una entrevista en la que se me preguntó en 1990 acerca de la opinión de Mario Vargas Llosa, de que a Sendero solo se le derrotaría militarmente, respondí que discrepaba porque mientras se mantuviera la misma estructura socioeconómica del país podrían surgir nuevos movimientos subversivos, incluso terroristas; o si fue debido a que cuando regresaba de ver la exposición de Ricardo Grau quise visitar a Susana Baca, pero en su casa no había nadie que me abriera la puerta, a pesar de que insistí en diversas ocasiones espaciadas, y no fue hasta el siguiente día que entendí su ausencia, porque al comprar el periódico leí que estaba presa.

¿En qué se encuentra trabajando en este momento?

Tengo entre manos unos cuantos poemarios inéditos, que dejé reposar y que ahora estoy puliendo.