Tras el éxito de ARCOmadrid 2019, el extitular de la cartera de Cultura, Rogers Valencia, nos brinda sus impresiones sobre la participación nacional en la feria más importante de arte contemporáneo de España y el futuro del arte peruano.
¿Cuál es su visión de lo que ha pasado en España?
Venimos de una experiencia única. Por primera vez en la historia, instituciones públicas y privadas se movilizaron e interactuaron por un objetivo común alrededor del arte contemporáneo. ARCO es una feria de galerías, pero el conjunto de actores culturales peruanos que han ido a Madrid a proponer una internacionalización de nuestro arte superan los ochocientos; por lo que creo que estamos en un momento clave y que debemos dar el salto hacia adelante, como generadores de productos y conceptos para el mundo. Eso hemos hecho en ARCO, y lo mejor de todo es que los galeristas han regresado muy contentos, ya que han superado las expectativas de ventas.
Existe el paradigma de que el arte contemporáneo es elitista. ¿Se reflejó en ARCO?
Considero que se trata de un mal entendimiento del lenguaje de consumo, es decir, quién compra las obras de arte. En ARCO desfilaron artistas de diferentes partes del Perú. Costa, sierra y selva estuvieron representadas. Mucho de lo que vimos en la muestra “Amazonías” en Matadero, por ejemplo, expresó un mensaje tradicional de la cultura amazónica traducido a un lenguaje universal, comprensible para el público internacional. Cuando conversamos con Wilma Maynas y Olinda Silvano —las artistas shipibo conibo que pintaron sus diseños típicos en la entrada de la exhibición— pasó algo muy curioso. Vi una planta que nacía en una olla y entendí que era ayahuasca. Les pregunté: «¿dónde está la chacruna?» a lo que me dijeron: «ya está en la olla». Insistí: «¿están preparando la medicina?» y me respondieron: «no, ya está lista». Entonces, les pedimos que nos curaran; y se tomaron de las manos y se pusieron a cantar los icaros de curación. En ese momento, todos los periodistas presentes comprendieron de qué se trataba.
Como ves, durante esos días, Madrid fue tomada por el Perú; España se peruanizó por un momento. Toda la ciudad ha hablado de la muestra “Amauta”, del arte colonial de la colección Hochschild, en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, y de la exposición “Nasca”, en el Espacio Fundación Telefónica. Esa consecución de lenguajes y de discursos evidenció un Perú variado.
Precisamente, en ARCOmadrid el laureado escritor Mario Vargas Llosa señaló que «la mayor riqueza que tenemos es el crisol de culturas que hemos sido en los últimos 500 años de historia».
Estoy de acuerdo. El Perú es un país fundamentalmente mestizo y si algo hemos aprendido a inicios del siglo XXI es que no necesitamos tener la misma historia. Aymaras, quechuas, amazónicos y afroperuanos tienen diferentes orígenes. Incluso, hoy se hacen más tablas de Sarhua en Lima, que en Sarhua; y no nos debe parecer extraño. Somos un espacio creador con toda la riqueza cultural que poseemos. Por eso no basta con saber quién es el otro sino que también hay que entender de dónde viene. Solo así pasamos de discutir cuál es el problema para empezar a proponer cuál es la posibilidad.
¿De qué manera debe involucrarse el Estado en el fomento de la cultura? ¿Cómo mirar el futuro en relación a proyectos de esta naturaleza, que convocan a toda la sociedad?
El papel del Estado en cultura es propiciar que las energías de los sujetos, individuales o colectivos del país, se manifiesten y produzcan ideas, conceptos, arte. La cultura no tiene por qué ser dirigida, es innata. No hay nada peor que convertirse en juez o sensor de cómo debe ser la producción intelectual o artística. El corpus legislativo del Ministerio de Cultura tiene tres campos de acción: la defensa patrimonial, la interculturalidad y las industrias culturales. En la defensa del patrimonio material e inmaterial no se cede un centímetro porque es el bien de todos los peruanos; pero también tenemos que pensar en el uso social del mismo, ya que no solo es para mirarlo. El patrimonio educa, forma a la ciudadanía. En ese sentido, está el papel de los museos, de las áreas de conservación, de los monumentos que han sido declarados patrimonio nacional y, en algunos casos inmersos en la legislación internacional, patrimonio mundial.
En el área de interculturalidad tenemos que el Perú es un país multiétnico, compuesto de muchas lenguas. Hay más de 48 idiomas y gran parte de ellas solo nos queda documentar porque están en peligro de desaparecer. El taushiro por ejemplo, tiene un solo hablante y en la práctica está muerta. A las otras hay que revitalizarlas. Por eso, uno de los esfuerzos grandes del Ministerio de Cultura es la unificación de la forma escrita del quechua.
Finalmente, en el área de industrias creativas, la reciente feria en Madrid ha significado una experiencia potente. Y en este ámbito, algo que sí me parece importante es que el Estado debe interiorizar que las alianzas público-privadas son absolutamente fundamentales para el desarrollo cultural. Más que en incentivos, podría trabajarse la posibilidad de que —aunque sea parcialmente— los impuestos sirvan para promover el arte y las organizaciones dedicadas a esta construcción de valor.
A puertas del Bicentenario, además de enfatizar en el estudio del proceso histórico, se debe generar espacios donde haya instrumentos para aprender nuevas formas de hacer y traducir quiénes somos al lenguaje contemporáneo. Al Perú no le vamos a enseñar cultura, el Perú es un espacio cultural propio, con identidad, tiene siete mil años construyendo conceptos. Pero solo a través de la utilización de nuevos instrumentos y lenguajes podremos llegar a ser actores de la aldea global.
Fotos: cortesía PromPerú