En la próxima Feria Internacional del Libro de Lima, Eva presentará “Más allá del muro”, libro en el que muestra, a través de su propia experiencia, una cara poco explorada de la cárcel. ¿Por qué recuerda con tanta gratitud los cuatro años que pasó en prisión antes de ser absuelta del delito de parricidio en contra de su madre, la empresaria Myriam Fefer?
Por Vania Dale / Foto Luna Sibadón
Para Eva Bracamonte, estar cuatro años en la cárcel fue un curso intensivo. “No sé de qué, pero así lo sentí”, reconoce. “A mí la cárcel me dejó muchas cosas. Creo que la más importante de todas fue un gigantesco sentimiento de gratitud. Siento que, en ese momento de mi vida, encontré en la cárcel un hogar, el arraigo y la seguridad que afuera no tenía, y que después de la muerte de mi madre necesitaba”. Este primer libro, entonces, es una forma de retribución. “La mejor forma de devolver todo lo que recibí durante ese tiempo es creando conciencia”, explica.
A lo que se refiere con “crear conciencia” no es a hablar de las partes que ya se conocen de esa realidad. “No quiero hablar del lado oscuro, de las cifras, de lo que muestran los noticieros… de lo obvio. Es evidente que estás privado de tu libertad y sufres, es duro. Eso es fácil de imaginar para la gente que está afuera”, dice. “Yo quiero crear conciencia de que quienes están del otro lado del muro son también personas, y hacerlo no desde una perspectiva triste o dramática; no quiero victimizarme ni victimizar a quienes están adentro, porque muchas veces se trata de gente que debe estar adentro, sino contar que allí también se ríe, allí una también se enamora. Quiero contar que en la cárcel se puede ser feliz, aunque suene supercliché”.
Según Eva, nuestra sociedad debe “mirar debajo de la alfombra, ver qué es lo que hay detrás de ese muro que todos vemos de camino a la playa, entender el problema de nuestros sistemas penitenciarios”. En ese sentido, “Más allá del muro” es también un puente “entre el mundo de adentro y el de afuera. Y siento que, si la vida me ha dado las herramientas para tenderlo –porque evidentemente haber estado cuatro años adentro es la herramienta–, es casi un deber hacerlo”.
El proceso
¿Has visto más humanidad en el contexto de la cárcel que fuera de ella?
Definitivamente, sí. Siempre digo que la cárcel es al mismo tiempo lo mejor y lo peor que me ha pasado (lo peor sin contar la muerte de mi mamá). Siento que, en ese momento, la cárcel me salvó de muchas cosas. Me dio amigas que tengo hasta el día de hoy y que visito cada vez que estoy en el Perú; me dio una familia, un hogar. Y me dio perspectiva también. Y la certeza de que la felicidad no es esto complicadísimo que nos enseñan que es y que nos venden las redes sociales, sino que es tan sencilla y tan simple como quieres que sea. Una de las grandes lecciones que me dejaron esos cuatro años de encierro fue que la felicidad realmente viene del interior de una misma. Entonces, ¿cómo no voy a estar agradecida con un lugar que me enseñó una lección para toda la vida?
Tú sabes bien lo que es pagar por un delito que no cometiste. En ese sentido, ¿cómo ves el panorama de las leyes de género, que en España han levantado debate por la progresiva pérdida de la presunción de inocencia que representan?
Te comento primero sobre mi experiencia en España. He estado viviendo allí dos años. Si tuviera que definirlos con alguna palabra, diría que han sido sanadores. Me fui sola con mis dos perras y mis dos gatos a ver qué pasaba. Creo que este momento del proceso en el que todo se sentía lejano, ajeno, frío, también fue vital para mí. Experimentar de cerca la sensación de soledad, que puede ser horrible por momentos, y que de pronto se va convirtiendo en una soledad con la cual te sientes cómoda y que está llena de autoaceptación… es uno de los procesos más ricos que puede haber, y de los más necesarios. Creo que a partir de ahí la vida ya fue tomando color, y Barcelona se empezó a volver cada vez más amable. Vivir rodeada de personas que tienen calidad de vida, que están satisfechas con sus trabajos, con sus horarios; vivir en una sociedad donde la gente es educada y tiene indicadores positivos de felicidad, se refleja en el día a día de cualquier lugar. En ese sentido, creo que Lima es superagresiva. No poder cruzar la pista ni siquiera cuando el semáforo está en verde para mí es un ejemplo de eso. Y, claro, es comprensible esa agresividad, porque, si intentas medir el grado de felicidad de la gente aquí, no te vas a encontrar con números positivos. La insatisfacción, la infelicidad y la ignorancia están a la orden del día, y eso genera que todo sea violento. Yo me fui de aquí sintiendo que es poco lo que se puede hacer contra un sistema tan podrido. Sentía que no podía vivir en un país en el que el Estado no pudiera garantizar a sus ciudadanos los derechos básicos, en donde nos violan, nos queman, nos matan. Me fui sintiendo que no quería ser parte del cambio si es que era a costa de mi paz, mi seguridad, mi tranquilidad y mi dignidad, incluso. Esos dos años han sido un alivio para mi alma. Me devolvieron la fe en que las cosas sí pueden mejorar aquí; y me devolvieron la fortaleza para regresar, porque siento que nos merecemos ese cambio.
¿Consideras que se están cometiendo excesos en la búsqueda de uno de los aspectos de ese cambio del que hablas?
Sí… En ese punto me siento un poco dividida, porque, por un lado, yo misma interpuse el año antepasado una denuncia de la cual evidentemente no tengo pruebas (por acoso sexual, contra el director de teatro Guillermo Castrillón). He tenido –y lamento decirlo– la suerte de que haya otras dieciocho personas denunciando lo mismo que yo.
Y que tu denuncia haya sido consistente, responsable…
Por supuesto, que haya sido consistente, responsable y verdadera, básicamente. Pero digo “la suerte” porque gracias a eso el Ministerio de la Mujer se involucró, gracias a eso la denuncia tiene peso. Es la primera vez en el Perú en que más de quince personas denuncian a la misma persona por delitos del mismo tipo. Eso le da base a la denuncia a nivel legal. Si hubiera sido yo sola, habría quedado como una denuncia mediática y nada más. Por otro lado, pienso que la línea que divide el derecho que tenemos de denunciar y el hecho de que este mismo derecho pueda ser usado incorrectamente, para dañar, para mentir, para engañar, para hundir a una persona –que también ha pasado– es muy delgada. Siento que, como nunca realmente se le ha hecho caso a ese tema, no tenemos aún la legislación necesaria para medir qué se necesita para denunciar, cómo deben ser las denuncias, qué tipo de detalles se tienen que decir… Lamentablemente, estamos en una parte de este proceso en la cual hay vacíos legales que se pueden aprovechar para perjudicar al otro. Creo que, con el tiempo, el tema empezará a coger forma y se legislará de la manera que tenga que ser, pero mucho peor me parece que no haya legislación. Efectivamente, tampoco se trata de destruir gratuitamente la vida de una persona inocente. Como personas, las mujeres tenemos la responsabilidad de usar correctamente el poco poder que estamos teniendo, así como tenemos el deber de continuar con nuestra lucha.
¿Cómo ha sido el proceso de escribir este libro?
Intenso. He recolectado todo lo que escribía en la cárcel en papelitos, servilletas, “Pascualinas” (ríe), cuadernos de colegio… Había que revisarlo, revolverlo… Había bastante chamba que hacer. Eso lo he hecho entre enero y abril de este año, después de la construcción de mi departamento en Barcelona. Escribir es un trabajo de artesano, palabra por palabra. Es alucinante. Además, al ser un tema que toca fibras superpersonales, también siento que ha sido un viaje a nivel emocional… He llorado a mares y reido también. De hecho, muchas partes del libro son supergraciosas, porque he querido que sean así, y porque además había mucho de eso. ¡En esos cuatro años me debo de haber reído más de lo que me he reído en los siguientes cuatro años! (ríe). Pero también hay partes dramáticas, ¿no? Por lo menos siete mujeres que conocí en esa época ya no están vivas, sea porque no recibieron la atención médica necesaria, porque se suicidaron o por el motivo que fuera. Ver sus cartas o acordarme de situaciones… me recuerda un poco a “La vida es bella”.
Estando allá adentro estás tan vulnerable y hay tan poco que puedes hacer para no vivir las situaciones que estás obligada a vivir por el simple hecho de estar ahí que tratas de tomártelas con humor y de la mejor manera. Y felizmente estuvimos todas juntas para vivirlas así. Pero no es nada ligero. De alguna manera, escribir este libro ha sido como revivir esos cuatro años, con lo bueno y lo malo; ha supuesto entender y mirarme a mí misma a esa edad. (Eva estuvo en la cárcel desde los 21 hasta los 25 años; ahora tiene 31). Otra cosa que he descubierto en este proceso es que cada vez que hablo de la cárcel lo hago con mucho cariño, sí, porque están ahí mis amigas, porque ahí la he pasado bien, porque siento que la cárcel me salvó la vida. No sé qué habría sido de mí después de lo de mi mamá si no entraba (a la cárcel). Pero también siento que todo se ha archivado de este modo en mi cabeza porque necesitaba que se archivara así. Luego, cuando me he puesto a leer todos esos papelitos, agendas y servilletas, me he dado cuenta de que no era tan feliz que digamos. Hubo una necesidad en mí, en la Eva de 21 años, de ponerse un vidrio delante y verlo todo de color celeste. Si no, no habría sobrevivido. Y qué bueno que tuve la sabiduría, o lo que fuera, para hacerlo…
El instinto de preservación.
Exacto, absolutamente, instinto de supervivencia. Pero ahora que ya no es necesario, sí, pues, es como si esa luz turquesa que lo cubría todo se hubiera apagado. Me he dado cuenta de que ha sido una vivencia supercruda y fuerte, y no necesariamente tan linda como lo cuento, como la quiero recordar.
Hoy en día, ¿te sientes reconciliada con el Perú?
Sí, estoy reconciliada, definitivamente, pero fueron necesarios esos dos años en España para sanar todo lo que tenía que sanar con Lima, específicamente.
Imagino que tienes contemplado llevar el libro a los penales…
Sí, quisiera hacer una presentación del libro en el penal, porque es gracias a la gente de ahí que existe; es por ellos y para ellos, además… para mis amigos del penal.