“Una película con momentos logrados y sobrecogedores, pero que carga con la pesada mochila de ser comparada con El Resplandor”.

Por Gonzalo “Sayo” Hurtado

Conoce la crítica de la secuela de “El Resplandor” (1980).

De “El Resplandor” a “Doctor Sueño”

No es ningún secreto el hecho que el escritor Stephen King no haya quedado contento en su momento con la adaptación que el inglés Stanley Kubrick hizo en 1980 de su primer bestseller: El Resplandor, en contraste con la buena pro que le ha dado a Dr. Sueño de Mike Flanagan, basada en la novela homónima y que continúa con este universo fantasmal. Para empezar, es innegable que muchas adaptaciones se saltan parte del espíritu original de los libros que las inspiran, siendo buenas, malas o regulares, independientemente de ello. Kubrick, cuya casi toda su obra se basa en relatos adaptados, le imprimió su propia visión a la novela de King y, en vez de perderse en un punto de vista único en la interacción de la familia Torrance con los “espíritus” que habitan un solitario hotel en las montañas de Colorado, optó por una mirada ambivalente entre el desquicio psicológico del jefe de familia y la alucinante posibilidad de que los espectros sean reales. Ambas lecturas conviven en esa adaptación cinematográfica y son parte de la fascinación que despierta a los amantes de Kubrick, pero que no termina de convencer a los seguidores de King y del terror más explícito.

Hecha esta salvedad, desde el anuncio del rodaje de la secuela de la historia con Dr. Sueño, su director no ha hecho sino ceñirse al espíritu original del libro que la inspira, lo cual no debería ser un problema salvo por el hecho que la inevitable comparación con la película que la precede, un clásico moderno por donde se le mire, no le permite salir bien librada en esa confrontación y de dejarse llevar con vuelo propio a pesar de tener algunos méritos en su intento por ser una ficción autónoma.

El terror continúa

Han pasado varias décadas desde los sucesos de la historia anterior, con Dan (Ewan McGregor), último sobreviviente de aquella locura que llevó a su padre Jack a la muerte, convertido ahora en un tipo mayor y con problemas de bebida. Establecido en Georgia, consigue un equilibrio al ingresar a un programa para alcohólicos, además de canalizar sus habilidades de percepción extrasensorial al ayudar a aquellos residentes de un asilo que se encuentran agonizantes, a fin que puedan liberarse y superar el umbral de la muerte. En paralelo, una secta de seres que se alimentan por siglos de almas de niños con habilidades especiales, aparecen con la intención de absorber la energía de Abra (Kyliegh Curran), una chica con poderes mentales que supera por lejos a la mayoría de miembros de la siniestra agrupación. A través de un puente mental, ella hace contacto con Dan y pronto tendrán que unirse para contrarrestar la amenaza de estos siniestros entes.

 

El director Mike Flanagan, quien concibe sus historias desde atmósferas siniestras y perturbadoras como las de Ouija: El origen del mal (2016), le ha dado a la presente adaptación ese halo macabro en el que las entidades demoníacas se manifiestan sin mayor rubor. Así, el grupo liderado por Rose The Hat (Rebecca Ferguson), tiene el proceder de una secta de vampiros de almas y es aquí donde se explora uno de los mayores atractivos de la historia, al presentar a un universo variopinto de aterradores seres, quienes tienen una presencia imponente de cara a los enfrentamientos con la contraparte encarnada por Dan y Abra, en apariencia, menos dotados para semejante batalla. Hay que destacar en particular, una escena en la que el hambriento grupo secuestra a un niño beisbolista, a quien privan de su energía vital en un ritual de varios minutos en el que el chico suplica en medio de un sangriento festín. A pesar de lo chocante de la representación, queda clara la vocación del director por retratar la naturaleza asesina de sus personajes sin tapujos en lo que supone un acercamiento al tema del vampirismo como pocas veces se ha visto en el género, además de establecer otros paralelos más terrenales como con una suerte de “Clan Manson” de las artes negras.

Sin embargo, y a pesar de los méritos que gana la historia desde ese lado, le juega en contra la monotonía que la narración despliega en la primera hora, particularmente en la representación de Dan y de su compañero pueblerino Billy (el neozelandés Cliff Curtis) quienes, sumidos en su rol de ex alcohólicos, se desenvuelven con una monotonía y displicencia que, por momentos, los emparenta en un mismo y único registro. Es en ese momento donde gana más terreno la figura de la pequeña Abra (muy destacable el trabajo de Kyliegh Curran en su primer protagónico), aunque a medida que la trama se va desarrollando, queda más que claro que vamos a asistir a una suerte de “batalla final”, la que nos volverá a llevar al tenebroso hotel Overlook y a resucitar a sus terribles moradores. Mike Flanagan deja su huella en los momentos puntuales de confrontación, rindiendo culto incluso a géneros que no le son tan afines como el western. El enfrentamiento entre Abra contra Rose the Hat deja siempre una expectativa con aliento a más gracias al contraste de sus caracterizaciones. Sin embargo, la música tenebrosa de sus colaboradores habituales, The Newton Brothers, más que sugerir, impone una atmósfera que relaciona a la película con ejemplos menos sutiles del género.

 

Dr. Sueño es una película con momentos logrados y sobrecogedores, pero que carga con la pesada mochila de ser comparada con El Resplandor. A lo largo de la secuencia final, los motivos que han hecho de su predecesora un clásico, surgen para justificar su hechura de ejercicio más explícito en una suerte de mixtura que no termina de empatar. Toda relación con la mentada locación remite irremediablemente a la obra reposada y reflexiva de Kubrick, como si la presente necesitara de ese salvavidas para justificar el inevitable puente entre ambas sagas desde el mismo escritor que las concibió. Y esta es la parte penosa del tema, ya que todo ese esfuerzo del director por tratar de crear un mundo propio sucumbe ante la comparación con una adaptación cuyo tratamiento es ajeno a códigos de manejo de terror más burdos. Como explicar entonces que imágenes de la obra de 1980, como el aterrador rostro de Jack Torrance (Jack Nicholson) y de su atormentada esposa Wendy (Shelley Duvall), se hayan quedado instaladas en el imaginario del terror desde una representación dramática carente de efectos especiales. Característica que, por cierto, Dr. Sueño no tiene capacidad de replicar desde su propio universo y su idea de parafernalia visual en medio de la agotadora lucha. Sin duda, Mike Flanagan nos debe reservar más sorpresas a lo largo de su filmografía, pero sobre el presente título, quedará más en la memoria cinéfila como una cola de El Resplandor que como un nuevo clásico u obra de culto.