El complejo arqueológico de Caral continúa expuesto a la agresión de invasores y mineros informales que día a día ponen en riesgo los impresionantes vestigios que nos dejaron los hombres y mujeres que forjaron la civilización más antigua de América. La arqueóloga Ruth Shady, gran defensora de este lugar emblemático de nuestro pasado, sigue luchando contra viento y marea por conservarlo y ponerlo en valor, pese a la indiferencia de las autoridades. Aquí un informe sobre la situación actual de una ciudad que tiene cinco mil años de historia.

Por Pablo O’Brien

Uno de nuestros peores defectos es destruir aquello de lo que deberíamos sentirnos orgullosos. Apenas encontramos algo que nos dignifica, empezamos, con malsana perseverancia, a carcomerlo, estropearlo y, si es posible, arruinarlo irremediablemente. Solo así se entiende el afán por invadir los terrenos de la gran ciudad de Caral, los daños realizados recientemente a las líneas de Nazca y esos incomprensibles grafitis con los que se hieren una y otra vez los muros incas.

Es absurdo, pero real. Parecemos empeñados en deshacer nuestro magnífico legado. Se podría atribuir esta actitud a la ignorancia y al mezquino afán monetario de unos cuantos pero, no obstante, cuando se constata la lenidad e indiferencia con que nuestras autoridades reaccionan ante estos hechos, no queda más remedio que reconocer que se trata de un terrible vicio nacional.

Cinco mil años

La sociedad Supe fue moldeando con persistencia y sabiduría el territorio que habitaba. Roturó los campos, seleccionó semillas y plantas para adaptarlas al entorno, develó los secretos del tiempo y de los astros para orientar sus actividades y, sobre todo, urdió una compleja red de vínculos sociales que le facilitaba reunir las fuerzas necesarias para emprender la tarea de sobrellevar los caprichos de la naturaleza. Esa misma organización le sirvió luego para edificar templos, plazas y edificios que dieron forma a urbes sumamente sofisticadas.

Los estudios radiocarbónicos que se han realizado en estos lugares demuestran que esta civilización alcanzó su apogeo cuatro o cinco mil años antes de nuestro tiempo. “Cuando en Egipto se construía la antigua pirámide de Sakara o, posteriormente, las pirámides de Keops, Kefrén y Micerino, en el valle de Giza, o cuando se ocupaban las ciudades sumerias de Mesopotamia o crecían los mercados en la India, por esos tiempos, entre 3000 y 2500 a. C., ya se edificaban y remodelaban los edificios piramidales de Caral, y en sus plazas se realizaban periódicas congregaciones con fines económicos, sociales y religiosos”, se puede leer en la información promocional de este centro arqueológico.                                                                 

Sin duda, este es el descubrimiento arqueológico más trascendente de nuestra historia. Ha cambiado radicalmente la idea de que la civilización andina se forjó en la sierra y que empezó recién hace unos dos mil años. No, el Perú fue cuna de una civilización contemporánea a la del Egipto faraónico. Aun así, salvo algunos reconocimientos, ni en los discursos oficiales ni en los textos escolares se valora en su real dimensión el descubrimiento de Caral. Tampoco, claro está, es promocionado y difundido como un motivo de orgullo nacional.

Ruth Shady realiza una incansable y ejemplar labor de cuidado y estudio del complejo arqueológico.

Semejante hallazgo se lo debemos a Ruth Shady, una heroína de novela, como bien la ha definido Mario Vargas Llosa. “Ella ha protagonizado la más extraordinaria aventura que puede vivir un arqueólogo: haber sacado a la luz, de cabo a rabo, toda una civilización, de un elaborado refinamiento en su organización social y económica y en su destreza constructora, que ha añadido algunos miles de años de historia al continente americano. Porque los templos y las murallas de Caral, sus pirámides, sus plazas circulares y sus entierros y depósitos se extienden por un espacio considerable: unos 300 km de ancho por 400 km de largo. Su apogeo es contemporáneo al Egipto de los faraones y unos 1800 años anterior al de los mayas”, ha dicho el escritor peruano.

La protectora del pasado

A pesar de este inmenso logro, Ruth Shady sigue incansable en su empeño por desentrañar los secretos de la sociedad Supe. Está convencida de que el rol de la arqueología es decisivo para el país. “Conociendo el pasado podemos comprender mejor el presente y afrontar mejor los cambios a los que nos venimos sometiendo. No es necesario aplicar modelos extranjeros, nuestros antepasados adquirieron un conocimiento muy profundo y desarrollaron una gran tecnología para manejar el territorio y sus complejas condiciones climáticas. Se debe recuperar ese conocimiento para aprovecharlo en el desarrollo del país”, afirma.

Mientras continúa esta tarea junto con un equipo multidisciplinario de estudiosos peruanos y extranjeros, Shady debe dedicar parte de su tiempo a luchar contra invasores, traficantes de tierras y, como suele ocurrir, la inacción de las autoridades y los funcionarios públicos. Hace algunos años sufrió amenazas de muerte y una agresiva campaña psicosocial orquestada por traficantes de tierras.

“Mi tarea principal es que se revalore nuestro pasado, nuestra cultura”, asegura Shady.

El éxito turístico y la atención que ha recibido el valle gracias al reconocimiento del sitio arqueológico, lamentablemente, también despertó la codicia de los inescrupulosos. En el 2006, Porfirio Alejandro Blas, presidente de la supuesta Asociación La Era del Pando, consiguió que el Ministerio de Agricultura le adjudicara dos mil hectáreas en el valle de Supe. El terreno también comprendía al asentamiento arqueológico Era de Pando, declarado Patrimonio Cultural de la Nación en el 2000 y delimitado el 2005.

Hace dos años, cuando los arqueólogos del Proyecto Especial Arqueológico Caral-Supe (Peacs) ponían en valor el sitio Era de Pando, Blas recubrió uno de los monumentos con plástico y lo convirtió en un reservorio de agua. Aunque fue denunciado, consiguió vender el terreno a avícola San Fernando en dos millones de dólares. Afortunadamente, esta empresa ha devuelto seiscientas hectáreas al Peacs y ahora viene apoyando las labores de recuperación y fomentando entre los pobladores la preservación de estos lugares. Si bien este episodio fue resuelto, lo cierto es que todo el complejo se mantiene en permanente peligro. “El problema es que no se ha hecho un ordenamiento territorial del lugar y un uso regulado del suelo. El desorden con que crecen las poblaciones, luego del reconocimiento de Caral por Unesco, es un serio inconveniente.

Unas figuras encontradas en las excavaciones de Caral.

Cada vez más gente quiere vivir aquí y por eso los traficantes de tierras, con la excusa de acondicionar campos de cultivo, venden terrenos indiscriminadamente”, señala Shady. Como indica la descubridora de Caral, ese no es el único problema: “El Estado central es muy desordenado. Entrega concesiones agrarias sin consultar al Ministerio de Cultura y, lo que es peor, el Ministerio de Energía y Minas (Minem) otorga sus concesiones por cuadrantes, sin preocuparse de lo que existe al interior.

En estos momentos en que la tecnología permite efectuar mediciones muy precisas, no puede ser que se continúe empleando este método. Imagínense que en el valle se han dado 53 concesiones mineras. Estas empresas abren caminos, excavan y destruyen restos importantísimos. No se está procediendo adecuadamente. Es imprescindible un ordenamiento y que se entreguen los terrenos respetando el patrimonio cultural”, reclama, con mucha razón, la arqueóloga.

COSAS consultó al Minem sobre estos señalamientos. Mediante un oficio, el organismo no los negó ni confirmó, solo se limitó a indicar que “las actividades mineras de exploración y explotación deben ser Autorizadas por el Ministerio de Energía y Minas (para la mediana y gran minería), a través de la Dirección General de Asuntos Ambientales Mineros y la Dirección General de Minería, o el Gobierno Regional (para la pequeña minería y minería artesanal), previa obtención del concesionario minero del Certificado de Inexistencia de Restos Arqueológicos, CIRA. Sin la obtención de este certificado y sin el permiso de las autoridades administrativas mineras competentes, el titular de la concesión minera no puede realizar actividades de exploración ni explotación”.

En Caral se encontraron 32 flautas (abajo) que, en su momento, despertaron la admiración de arqueólogos del mundo entero.

Sin embargo, en un plano que nos alcanzó el propio Minem, queda claro que varios cuadrantes que han sido solicitados para la exploración minera se superponen con sitios arqueológicos que son investigados por el Peacs. Con la misma indiferencia se topó el Peacs en el Ministerio de Educación, que todavía no incluye en los textos escolares la relevancia de que en el Perú se haya desarrollado una civilización tan antigua y próspera como el Egipto de los faraones. Pese a los intentos de los arqueólogos del Peacs, estos hallazgos todavía no forman parte del plan de estudios oficial. Mientras tanto, las enseñanzas escolares de nuestro pasado prehispánico se concentran en destacar nuestros logros en cerámica y artesanía, sin incidir en los sorprendentes avances tecnológicos agrícolas, arquitectónicos y organizacionales que logró la civilización andina y que se engendraron en Caral.

“Mi tarea principal es que se revalore nuestro pasado, nuestra cultura. Hemos sido la cuna de una gran civilización. Los peruanos debemos sentirnos orgullosos del quechua, de lo que creamos, de la tecnología que desarrollamos hace miles de años. Es hora de que reconozcamos que somos una gran nación”, nos dice con firmeza Ruth Shady. Y tiene razón, solo así podremos sepultar esa imperdonable costumbre de destruir lo que nos dignifica y empezar a ganar esa autoestima que tanto necesitamos.