Leonard Elschenbroich es quizás uno de los chelistas más carismáticos de su generación. Reconocido a nivel mundial, ha trabajado con directores como Seymon Bychkov y Christoph Eschenbach; presentado varios discos y recibido el premio Leonard Bernstein en el 2009. Hoy martes 28 de junio, dará un esperado recital a las 8.30 p.m. en el Auditorio Santa Úrsula, acompañado del pianista Alexei Grynyuk. Antes de la función, conversamos sobre su trabajo como Mentor Artístico de la Orquesta Filarmónica de Bolivia, y de una pasión por la música que lo acompaña desde niño.
Diste un conversatorio para estudiantes universitarios. ¿Qué impresión te llevas de los estudiantes peruanos?
Vengo regularmente a Latinoamérica y estoy acostumbrado a que el nivel sea alto, especialmente en ciudades desarrolladas donde existe una tradición, como es el caso de Lima. Eso sí, conozco a chelistas en todas partes del mundo y cada uno es diferente, no creo que existan son tendencias especificamente nacionales.
Tienes una relación especial con América Latina, particularmente con Bolivia.
La primera vez que vine fue en el 2012. Antes de mi primer concierto, el violinista Miguel Salazar me pidió conocer un grupo de músicos y tocar un concierto con ellos en Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia. Ellos habían decidido poner una orquesta y empezar a hacer música a un nivel profesional y muy puramente clásico, lo que en ese momento no existía en Santa Cruz. Nunca había visto algo así antes. Además del talento, era la pasión. Lo hacían todo ellos mismos, desde la promoción a la producción. Viendo su esfuerzo decidí comprometerme con ellos como profesor y trayendo a otros artistas para que sigan creciendo.
¿Qué acogida tuvo el proyecto?
Empezamos con 20 músicos, tuvimos 50 al año siguiente y 90 en nuestro último concierto, cuando llenamos una sala de mil asientos. El público estaba emocionado tan solo de ver el concierto comenzar. El aplauso fue ensordecedor apenas se presentó al director y la orquesta. Fue una audiencia extraordinaria.
¿Tienes algún tipo favorito de audiencia?
Fui a un concierto en el Gran Teatro Nacional, acá en Lima, y había una guía impresa sobre “cómo aplaudir”. Por un lado, aprecio el esfuerzo por educar a la audiencia, pero la idea de que a los músicos nos molesta cuando alguien aplaude a destiempo me parece irreal. Aplaudir es siempre sinónimo de aprecio. Lo único que la audiencia debe hacer es permanecer en silencio y estar abierta a ir a donde sea que la música la lleve. Me he dormido en conciertos, no porque me aburra, sino porque puedes calmarte y entrar a un espacio de paz mental. La música tiene ese poder.
¿Recuerdas la primera vez que sentiste esa emoción por la música?
Tenía unos cinco o seis años. Escuchaba una suite de Bach en C mayor. Mis ojos se llenaron de lágrimas. No porque la música fuera triste, sino porque había algo en la vibración que me hacía reaccionar en un nivel físico. Le conté a mi madre que cada vez que escuchaba esa melodía «algo» le pasaba a mis ojos. Ella decidió comprarme chelo porque podría haber algo de talento.
¿Existe un balance entre mantenerte fiel a una pieza y tener tu propia interpretación?
La música clásica existe solo en la conjunción de las instrucciones escritas y el instrumento que las ejecuta. Cuando eres joven piensas que lo vas a hacer todo distinto, pero en realidad es imposible hacerlo igual. Cada instante de tu vida influye en tu interpretación, desde tu pasado en general hasta tu estado de ánimo en el momento, así como también influyen las personas con las que tocas. La interpretación siempre va a ser distinta y siempre va a ser tuya. De la misma forma, siempre se debe tocar como asumimos que el compositor lo quería. Nadie sabe a exactitud cómo lo hubiera tocado el compositor, lo que hace que todos podamos sentir que lo sabemos, y poner nuestro instrumento a disposición de sus instrucciones.
Tu chelo es un instrumento muy particular. ¿Por qué lo elegiste?
Mi chelo es un Matteo Goffriller, de 1693. Es uno de sus creaciones tempranas más conocidas. Ha sido tocado por muchos chelistas famosos, Leonard Rose y Alfredo Piatti. Muchos prefieren los Goffriller a los Stradivarius. Estos últimos tiene un sonido propio, no son muy maleables, lo que dificulta el hacerlo tuyo. Un Gofriller no. Lo he tenido por 11 años, y siento que ha cambiado conmigo. Tal vez lo mismo hubiera pasado con un Stradivarius, pero los sonidos que tenía en mi mente nunca los pude traer a la realidad antes de empezar con este chelo.
¿Cómo debe ser un chelo ideal?
Un buen chelo es el que te aporta ideas, el que te ayuda a crear movimientos. Tal vez a alguien que no pratica le suene raro, pero el arco es incluso más importante. Mi arco es de 1850. Parece un trozo de madera, pero es más que eso.