«Las conversaciones de cuatro horas parecieran durar tan solo quince minutos y, sin embargo, pocos días juntos se sentían como largas semanas. Cada vez que se despedían, soñaban con el siguiente encuentro. Son justamente historias cómo estás las que me hacen considerar que la ley de la relatividad de Einstein tendría que modificarse para incluir un conjunto especial de reglas: aquellas para explicar los tan misteriosos efectos del enamoramiento».
Por: Cecilia de Orbegoso

Todos los miércoles tengo reservado un espacio en mi calendario para una sesión con los de mi grupo de BNI, programada, por alguna razón, para las 6:30 am. Suerte para mí que cuento con 6 horas de ventaja, por lo que mientras el 99% del grupo se encuentra apenas al final del alba, para mi estamos hablando del final de la mañana.
En esta ocasión el tema central tratado fue un problema que cada vez llama más la atención de las agencias de competencia a nivel mundial: los acuerdos de exclusividad. El propósito de esta poco banal acción: limitar la capacidad de una de las partes de adquirir o comercializar productos o servicios de agentes distintos a aquel con el que se ha celebrado este acuerdo. Y mientras se abría hilo al dilema de que es mejor, la monogamia o poligamia comercial (tema, por cierto, poco emocionante como para llenar una tarde de mediados de semana), mi mente ya había divagado hacia las implicancias de esta regla, para nada exenta de cuestionamientos, en el ámbito sentimental.
Debo admitir que muchos de los dilemas amorosos de los cuales he sido testigo han tenido sus raíces en simples diferencias interpretativas sobre este concepto, ya sea por una cuestión de definición o de obligatoriedad. ¿Se deberán estas diferencias a una aversión innata, o será acaso más que eso? Después de todo, en un mundo tan globalizado y con infinitas posibilidades en las palmas de nuestras manos, ¿no será, tal vez, que la monogamia se ha vuelto demasiado que esperar?
No había terminado aún la reunión y mi mente vagabunda había decidido aterrizar en mi querido amigo Giovanni, de quien justamente escribí la semana pasada. Y es que este dilema, a mi parecer, se merece al menos un segundo capítulo: Él, italiano a más no poder, había conocido a Victoria, 32 años menor que él, justamente a inicios de verano y tardaron muy poco en empezar a verse recurrentemente. Ella, a pedido de él, volaba seguidamente a Roma, y ni bien llegada a Fiumicino, él la esperaba en la puerta #3 con su atuendo de siempre, compuesto por un pantalón caqui, un blazer azul, una sonrisa radiante y unas características medias rojas que a ella le hacían acordar a «le scarpe» del Papa. Se miraban fijamente, caminaban hacia el carro, y ni bien encendido este, se dirigían a la casa de él en la Toscana.
Cada vez que se veían, esta acogedora región italiana, poblada por casi 4 millones de fascinantes personas se reducía inmediata y mágicamente a solo dos: Giovanni y Victoria. Las conversaciones de cuatro horas parecieran durar tan solo quince minutos y, sin embargo, pocos días juntos se sentían como largas semanas. Cada vez que se despedían, soñaban con el siguiente encuentro. Son justamente historias cómo estás las que me hacen considerar que la ley de la relatividad de Einstein tendría que modificarse para incluir un conjunto especial de reglas: aquellas para explicar los tan misteriosos (pero no por ello nada menos reales) efectos del enamoramiento.
Si dependiera de Victoria, ella se hubiera mudado a Italia la siguiente mañana. Pero Giovanni, proveniente de un entorno extremadamente conservador, se cuestionaba muchísimo el tabú generacional y el tremendo miedo al «qué dirán». Si bien fueron más de una las veces en que, con su característica sonrisa y ojos cristalinos, la miraba serenamente y le decía «eres increíble y nunca he conocido a nadie con tu personalidad. Podría decirse que eres perfecta», esas alabanzas, lamentablemente, venían siempre seguidas por un «que pena que solo tienes 32, podrías ser mi hija». Efectivamente, era verdad. Giovanni era tan solo un par de meses mayor que el papá de Victoria.
Sentada junto a él, tomados de la mano mientras miraban morir el sol y reposar el viento, Victoria no podía evitar encontrar en las palabras de aquel hombre de quien rápidamente se estaba enamorando otra cosa que la aterradora certeza de que, por el miedo de Giovanni a equivocarse, ella iba a tener que conformarse con una historia siempre igual y un sueño sin amores.
Pasados los viajes y ya acercándose el final del verano, Victoria se sentía sofocada por la desagradable sensación de estar acercándose al inminente final que había vaticinado para esta relación. Ahora bien, no voy a negar que en cualquier partido siempre existe la posibilidad de victoria mientras no se haya tocado el silbato final. Pero, al menos en el caso de ella, un desenlace en el que saliera triunfante se veía cada vez más lejano. En especial, si se toma en cuenta que, a pesar de sus múltiples esfuerzos, aun no tenía claro cuál era el set de reglas que tenía que seguir para salir airosa de ese juego.
Dicen que cuando Dios te manda galanes, quién es uno para cuestionar sus planes. A pesar de esto, Victoria, agradecida por esta maravillosa excepción en lo que durante mucho tiempo no había sido otra cosa que un francamente decepcionante desfile de pretendientes de medio pelo, sentía que la idea de ver a otro hombre sería tan irracional como tratar de poner otro outfit en una maleta que ya estaba demasiado llena.
Es cierto que ambos nunca habían hablado de exclusividad, pero Victoria, a quien no le escaseaban los planes, pero sí las señales de iniciativa de parte de este pretendiente en particular, quería ser lo más correcta posible y poner todas sus cartas sobre la mesa. Así fue como una noche, en el carro de regreso tras una ardua tarde en altamar, Victoria se decidió a tocar ese tema tabú que él tanto había evitado.
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«Giovanni, quiero ser 100% transparente contigo: un par de personas me están invitando a salir y quiero saber cómo te sientes al respecto».
Él se puso bastante nervioso y esquivo. «No tiene nada de malo que conozcas gente, puedes hasta desarrollar una buena amistad. Además, tenemos que estar seguros de que podemos funcionar antes de formalizar», dijo. Victoria se encontró, si es posible, incluso más desconcertada que antes: esa respuesta, lejos de aclarar sus dudas, no había hecho más que generarle varias más. La actitud de Giovanni, sin embargo, le dejó bastante en claro que no era el momento para tener la más fructífera negociación. Estratégicamente, esa tarde no volvió a hacer ninguna pregunta más.
Ya de vuelta en la casa, su confusión dio paso a desilusión. Ella, quien a sus escasos 32, ya le había dado varias vueltas al carrusel, había probado ya varias canchas y, después de abrir y cerrar muchas sorpresas, al fin había encontrado a alguien con quien quería bajarse de los juegos y quedarse un minuto quieta, no podía procesar la idea de que Giovanni, quien le había dado bastantes más vueltas a la feria que ella, no estuviera dispuesto a quedarse también un minuto quieto con ella.
Esa noche la desilusión de Victoria dio paso a las dudas. ¿Se había dejado llevar acaso tan fuertemente por sus sentimientos que no se había dado cuenta que solo una de las partes estaba dispuesta a negociar? Él, que ya había monopolizado los pensamientos de ella, parecía no tener intenciones de limitar el desarrollo de la competencia.
No obstante, la mañana siguiente, antes de que Victoria saliese al aeropuerto, Giovanni, más nervioso de la cuenta, a mitad de su té Earl Grey con miel, le dijo: «seguro que llegas a Londres y tienes una lista de galanes a tus pies». Victoria le sonreía pícaramente, tratando de ocultar una premisa completamente cierta. «Sé que me estas ocultando la verdad, pero te pido que me tengas en tu top 3 de potenciales admiradores».
Esto, más que nada fue para ella una señal de que, eventualmente y a su ritmo, Giovanni iba finalmente a atreverse a definir la exclusividad del canal.
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A primera vista, pareciera que Giovanni había identificado a la competencia como una potencial amenaza, ¿será que habría llegado el momento de reforzar su estrategia?
Ninguno de los dos tórtolos aún se ha reportado con novedades.
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Solamente sé, por amigas en común, que Victoria, el primer fin de semana de vuelta y ya en su plan habitual de viernes por la noche con sus amigas, en el bar más chic y posh (de una ciudad que ya hace mucho regresó completamente a la «normalidad»), frente un escenario donde todo el mundo era guapo, fresco y con menos de cuarenta años… cayó en la cuenta de que la monogamia, súbitamente, empezaba a parecer una noción de lo más pintoresca.
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