“Chicas, no me vayan a juzgar, pero tengo en las notas de mi celular un mensaje de texto preparado, y estoy completamente tentada a mandárselo al Italiano sexagenario” nos dijo súbitamente Máxima, ya bien entrada en su tercera copa. “¿Estás segura? Sea lo que sea que decidas, no lo hagas hoy. No vaya a ser que este hombre lo tome como una especie de “booty call” ” me apresuré a contestarle”.

Por Cecilia de Orbegoso

Como toda soltera precavida sabe, hay un elemento indispensable con el que debes contar sí o sí en tus salidas nocturnas de fin de semana: tus amigas. Fiel a la norma, el viernes pasado me decidí a pasar mi reglamentario girls night out en un club en Hertford St. con mis incondicionales amigas Máxima y Leticia.

La noche había empezado con el pie derecho para Leticia, ya que yo, dándomelas de Testino, le había tomado una foto de infarto en una típica calle de Mayfair, a lo ella me insistía: súbela y etiquétame ya que necesito contenido “para alborotar a mi ganado”. (Primer mandamiento de una soltera que se respeta).

Máxima, por otro lado, parecía haber salido de su casa con el pie izquierdo. Y es que, a pesar de todo el tiempo que había pasado, seguía obsesionada con Giovanni, aquel italiano bastante mayor de quien se había prendado ni bien comenzado el verano. No puedo culparla, honestamente, ya que yo no era para nada ajena a ese sentimiento y a esa voluntaria ceguera a la que una voluntariamente se somete cuando se decide a romantizar una relación que, muy en el fondo, sabe que es completamente malsana.

A pesar del crudo frío del invierno, mi grupo de féminas y yo nos habíamos posicionado estratégicamente en la terraza. Pese a tener la atención repartida entre la inminente decisión de ¿mezcal o gin? y la mesa de guapos muchachos que teníamos en frente, los suspiros de Máxima eran tales que francamente se sentía como un descaro no centrarse en ella. “Ayer soñé con Giovanni” nos dijo casi antes de que termináramos de preguntarle al respecto. “fue un sueño maravilloso, pero al despertar y parpadear dos veces ya se había borrado de mi vista.. no se porque no lo puedo borrar también de mi mente”.

Bastante desconcertada le contesté “¿Cómo puedes seguir pensando en ese hombre tan mayor, teniendo a tu alcance tanta dotación de colágeno?” haciendo alusión a esa guapa manada de muchachos.

“No lo sé, no puedo evitarlo” respondió Máxima, con la mirada baja y la voz apagada, sumida nuevamente en la nostalgia y ese sinsabor que acompaña siempre a una pena de amor. Qué puedo decir, hay affaires de verano que llegan a doler más que muchos amores de años.

“Estamos olvidando un detalle muy importante, ¿qué fue de ese francés con el que estabas saliendo?” le preguntaba Leticia, quien se encontraba en ese momento tomada de la mano de su compañero de esa noche: El tequila. “¿Quién, Daniel? No lo sé, es buenísimo, guapo y de lo más pendiente, pero no siento lo mismo. Es un buen saliente, más no sobresaliente”.

Es una creencia generalizada que tanto para cerrar ciclos como para decirle adiós a aquellos amores que son parte de nuestro pasado, es necesaria una cristiana sepultura y ni bien puesta la lápida toca enfocarse rápidamente en una nueva aventura.

Ahora bien, no puedo decir que la teoría de que un clavo saca a otro clavo sea infalible, pero por lo menos te distrae. Y aparentemente Máxima era de la misma idea, pues no habían pasado más de un par de meses de ese primer desaire amoroso con Giovanni y ella, no contenta con simplemente iniciar una relación nueva, ya se había cansado de esta. “Confía en mí, estás mejor así” le insistía Leticia “te conviene más tener a un hombre esperándote que al revés”.

La ironía de la situación, sin embargo, era que Daniel se estaba portando de la manera exacta en que a Máxima le hubiera gustado que se portara Giovanni: Le escribía todos los días, la llenaba de piropos, le presentaba a sus amigos. En resumen ejecutivo: la incluida de lleno en su vida.

“Chicas, no me vayan a juzgar, pero tengo en las notas de mi celular un mensaje de texto preparado, y estoy completamente tentada a mandárselo al Italiano sexagenario” nos dijo súbitamente Máxima, ya bien entrada en su tercera copa. “¿Estás segura? Sea lo que sea que decidas, no lo hagas hoy. No vaya a ser que este hombre lo tome como una especie de “booty call” ” me apresuré a contestarle.

Los argumentos iban, las copas venían y las dudas de Máxima no hacían mas que crecer, hasta el punto en que me llegué a preguntar si me encontraba todavía en el mismo club con mi amigas o si me había transportado sin darme cuenta a una representación de lo mas bizarra del dilema de Hamlet, esta vez titulado “enviar o no enviar” el mensaje de texto.

“¿Qué dicen? ¿se lo mando, o no se lo mando?” preguntaba angustiada, pero por suerte nunca llegué a enterarme de la respuesta a ese dilema, pues fue justo en ese momento que este moderno monologo Shakespeareano fue interrumpido por los osados muchachos de la mesa de al lado, quienes nos preguntaban si después de Loulou´s la fiesta seguía en algún lado.

Esa noche, después de volver a mi casa tras pasarme el resto de la noche viendo a Máxima ignorar a nuestros nuevos amigos por quedarse mirando la pantalla de su celular, no pude evitar llegar a una perturbadora conclusión: en lo que respecta a los asuntos del corazón, hay una eterna batalla entre lo que sabemos y lo que sentimos y, desafortunadamente, lo primero tiende a perder.

He escuchado cientos de veces que las mujeres se sienten tentadas a usar el lado izquierdo y más emocional de su cerebro mientras que los hombres aprovechan el lado derecho y más lógico. ¿Qué haces cuando te encuentras en una situación que va y viene entre el lado izquierdo y el derecho del cerebro? El lado derecho del cerebro de Máxima le decía que lo correcto era ignorar ese texto, sin embargo para nosotras (y para ella) era bastante obvio cual era el lado predominante en la discusión.

Máxima andaba mendigando un poco de caricia, cuando claramente tenía otras velitas que la estaban calentado. Yo no podía evitar preguntarme, si mágicamente sus desesperados intentos dieran resultado y llegase a ganar de vuelta al susodicho, ¿qué tipo de premio seria ese? ¿Valdría verdaderamente la pena quemar hasta el último cartucho de su dignidad?

Hay una conclusión que no puedo evitar sacar, y es que al momento de enfrentar relaciones inconclusas se nos hace de lo más complicado ser capaces de soltar, ya que no hay peor despedida que la que no tuvo explicación. ¿En qué capítulo del libro está la teoría que explica semejante duda? ¿Tendremos que aprender a vivir en paz sin esa explicación que sabemos que no vamos a recibir jamás?

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