“Por más que lo intentaba, no llegaba a descifrar los parámetros dentro de los cuales un acto se considera como infidelidad. Al momento de sacar la vuelta, ¿existe algún tipo de interpretación? ¿Es un valor absoluto? ¿o podríamos hablar de alguna especie de relatividad?”

Por Cecilia de Orbegoso

El sábado pasado David, un amigo cercano recién divorciado tras casi 20 años de matrimonio, a falta de un “plus one” me pidió que lo acompañe a una fiesta de cumpleaños. La invitación, que prometía ser un evento de lo más decadente y divertido en celebración del cumpleaños numero 50 de uno de sus amigos, fue rápidamente aceptada.

Al llegar a la fiesta en el Serpentine Gallery, sin embargo, no pude evitar sentirme ligeramente desencajada, ya que me vi súbitamente rodeada por una interminable manada de parejas casadas. Por dondequiera que mirara, la gente estaba parada de dos en dos, como si se tratara del equivalente moderno del arca de Noé, solo que en lugar de semejante artefacto de madera, nos habíamos embarcado en un restaurante de lo más chic en el Hyde Park.

“¿Son todas parejas casadas?” le dije a mi amigo David, mientras lo miraba como si me hubiese vendido al enemigo “Me siento completamente desubicada aquí, como turista sin visa”. “Tu tranquila, hoy yo soy tu pasaporte”, me aseguró, mientras me presentaba y de paso aprovechaba para hacer catch-up con varios amigos quienes por décadas habían estado “desaparecidos”.

Siempre he sentido que ese tipo de primeros encuentros tienen la tendencia de seguir la dinámica de superficiales entrevistas de trabajo, con la excepción de que en lugar de ofrecerte un asiento se te ofrecen cocktails. Por suerte para mi, no pasó demasiado tiempo para que consiguiera un par de buenas referencias que me abrieran las puertas a una gama mas amplia de “ofertas laborales”, en especial al correrse la voz entre las féminas de mi vasta experiencia gestionando asuntos de amor tanto en la modernidad como en la época pandémica.

Ya un poco más integrada y sintiéndome fabulosa (cosas que a mi se me dan naturalmente), escuché a uno de los amigos de David decir cómo el ser ampayado buceando en un dating app casi le había costado el matrimonio. Mientras contaba la historia, rápidamente se me vino a la mente una tarde tomando vino en Barcelona con una amiga psicóloga, especializada en terapia de parejas:

La curiosidad estaba matando a mi alter ego de gata, así que le pregunté directamente, “¿cuál es el tema por el que más te buscan?”, a lo que ella me respondió “tanto celos como infidelidad.. y ni qué decirte de la cantidad de veces que he escuchado un -me ha dejado en visto en WhatsApp-“.

Camino al hotel esa tarde, en uno de los barrios de L´Eixample, mi mente no dejaba de darle vueltas a la conversación que acababa de tener, pero por más que lo intentaba no llegaba a descifrar los parámetros delimitadores dentro de los cuales un acto llega a fluctuar libremente en el universo de la infidelidad. Al momento de sacar la vuelta, ¿existe algún tipo de interpretación? ¿Es un valor absoluto? ¿o podríamos hablar de alguna especie de relatividad?

Dado que no podemos definir la fidelidad de manera absoluta y tenemos diferentes percepciones de lo que significa sacar la vuelta ¿valdrá la pena tratar de definirla?

Volviendo a la fiesta, la historia del amigo de David estaba llegando rápidamente a su clímax y todas las féminas presentes nos encontrábamos más que dispuestas a argumentar la facilidad con la que los hombres son capaces de engañar. Rápidamente uno de sus amigos interrumpió la conversación para defender el honor del género masculino. “Probablemente él no consideraba ese flirteo como sacada de vuelta” argumentó, mientras que una rubia vestida de pies a cabeza con un suit rojo de lentejuelas decía convencida “los hombres sacan la vuelta porque pueden, es parte de su biología”, con todos los aires de una persona resignada a una realidad inconveniente.

“Se han olvidado un detalle importante” escuché decir a David “las mujeres lo hacen también”. Y es que para mi querido amigo, su recientes andanzas en los caminos de la soltería no habían estado carentes de dolor. El pobre también había padecido penas de amor, tanto virtuales como presenciales, pero ninguna me había conmovido más que la última, protagonizada por una chica que había conocido en Tinder, a quien había invitado comer a un restaurante de moda en Mayfair para después de eso llevarla a la inauguración de una exposición en una galería de arte muy popular.

Todo parecía ir bien y mi amigo estaba de lo mas emocionado. Al terminar la cena, sin embargo, el ingenuo de David se dio con la sorpresa de que había hecho una apuesta sin considerar los riesgos, ya que ni bien levantados de la mesa la muchacha se encontró con un ex saliente, dejando a mi amigo con los crespos hechos. Cual meme del zorrito Run Run “vienes, comes y te vas”.

No había nada que hacer al respecto, Daniel estaba absolutamente convencido de que la decisión de la chica esa noche calificaba sin ninguna duda como un engaño. Por lo que a mi respecta, sin embargo, no estaba tan segura. Después de todo, en un mundo en el que se supone que cada vez tenemos menos reglas, por lo menos en lo que respecta al campo del flirteo, ¿Qué constituye un acto de infidelidad? A fin de cuentas estamos frente a un mercado libre que se rige por la oferta y demanda.

“Ay, eso no es sacar la vuelta, tampoco es como si estuvieran saliendo formalmente” me apuré a decirle yo, a lo que el pobre me respondió que lo menos que se merece uno era fidelidad, aunque sea por toda la duración de la velada.

Idas y venidas más tarde y sin haber logrado muchos resultados, finalmente habíamos decidido zanjar el tema. Total, ninguno de nosotros estaba dispuesto a intentar dar fin a una rivalidad que existe desde las épocas de Adán y Eva.

Yo, por mi lado, no podía evitar preguntarme, si bien el concepto del fruto prohibido está bien establecido, ¿será acaso que el pecado aparece a la primera mordida o se tiene que consumir la fruta entera?¿y si no se llega a probar?¿qué sucede cuando solo estamos mirando, más no coqueteando? ¿Seremos expulsados del Edén si, por más que nos provoque la manzana nunca la lleguemos a tocar?

Francamente la duda me supera, y es que no tengo ninguna intención de intentar resolver un conflicto que tiene tanta antigüedad como la humanidad misma.

Ya que David es un conocido trader de la City of London, camino al after party, la conversación con sus amigos y colegas dio un giro hacia el mercado de valores y sus carteras de inversión. Yo, por mi lado, sentada en el taxi y escuchando como cada uno aplicaba el CAPM (Capital Asset Pricing Model) para delimitar la línea de frontera eficiente entre el riesgo asumido y la rentabilidad esperada del activo, me pregunté ¿será, tal vez, que existe una curva de la fidelidad, que nos permita matemáticamente identificar cuando nuestra actitud está justificada y cuando es totalmente inaceptable? ¿Qué es lo que hace que unos tengan tan poca tolerancia a la infidelidad y al mismo tiempo otros la reciban de manera más misericordiosa? Y, más importante ¿el resultado sería un valor constante o cambiaría dependiendo de si somos los emisores o receptores de dicha infidelidad?

Establecidos los conceptos básicos se tendrían que evaluar las relaciones ¿serán acaso las ganas de sacar la vuelta inversamente proporcionales a la posibilidad de ser ampayado?¿O quizás deberíamos considerar la adrenalina del riesgo como un factor precipitarte?

Y finalmente nos encontramos frente a las consecuencias de la situación. Ya cometida la infidelidad, examinada muestra conciencia, propuesta la enmienda y con dolor en el corazón, ¿qué tan necesaria es la confesión para poder recibir el perdón? Me queda la duda entonces ya que Dios perdona el pecado, más no el escándalo ¿hay sacada de vuelta donde no se supo nunca el ampay?

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