Una importante colección de artesanía, de arte antiguo y contemporáneo, y una notable muestra de mobiliario y marquetería, en una casa limeña hecha para recorrer y mirar.
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Por Rebeca Vaisman / Fotos de Gonzalo Cáceres Dancuart
Uno de los cuadros coloniales en piedra de Huamanga que está empotrado en la estantería de la biblioteca ha recorrido el mundo de ida y de vuelta. Cuando se cumplieron los 450 años de la llegada de Colón a América, hubo que desmontarlo y enviarlo a España para su exposición. Fue un pedido especial, y se tuvo que acceder. Pero, en esta casa, son muchos los objetos con historia y antigüedad. Los propietarios llegaron hace más de veinte años, con varias piezas notables.
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Colecciones heredadas, piezas de familia y arte que admiraban y habían adquirido. Antes de ocupar la casa, debieron hacer algunos ajustes que tenían que ver con los gustos y los requerimientos de la familia, pero también con la necesidad de paredes y espacio para rodearse de sus objetos.
Coleccionar y heredar
La arquitectura original de fines de los años setenta pertenece a Virgilio de la Piedra, y se convocó a Miguel Rodrigo Pérez Araníbar para adaptar el espacio a sus nuevos habitantes. “La distribución estaba muy bien diseñada y resuelta, y por eso fue fácil trabajar en la casa. Fue un buen punto de partida”, recuerda el arquitecto. Se agregaron algunas habitaciones y se ampliaron otras. Su intervención empezó desde la entrada, donde abrió un vestíbulo que no existía. Ese espacio recibe con un óleo de José Tola y una antigua mesa labrada que sostiene una serie de figuras talladas en madera; a la izquierda, se luce parte de la colección de piedra de Huamanga que perteneció al padre del propietario. Desde un comienzo, a pesar de ser una casa que estrenaba arquitectura interior, estaba llena de recuerdos. “Hay varias cosas heredadas”, asegura la propietaria. El biombo de cuero pintado, que fue colgado sobre una de las paredes que dan a la sala a manera de cuadro, antes perteneció al comedor de sus abuelos. “Yo he crecido viendo esa pieza”, agrega. Poder seguir disfrutándola, ahora desde otra perspectiva, solo eleva su valor.
Otra de las intervenciones de Miguel Rodrigo Pérez Araníbar que cambiaron drásticamente el espacio tuvo lugar en el comedor. Originalmente, estaba rodeado por una celosía de madera de estilo colonial, en semicírculo; esta fue reemplazada por un muro plano que separa el comedor de la sala dibujando una curva, y que está recubierto por una tela verde que da textura y color al ambiente. “Quise limpiar la casa y hacerla más sencilla y simple”, acota el arquitecto. La mesa de comedor está compuesta por dos pedestales italianos, un tablero de cristal y las sillas de madera de cerezo y cuero que acompañan a la familia desde su casa anterior. Abrazan el arte de Benjamín Moncloa, Regina Aprijaskis y Tilsa Tsuchiya, y un telar Nazca-Wari.
Esta es una característica de la casa: que confronta estilos y tiempos. Así, conviven una pintura de la escuela cusqueña con expresiones del indigenismo y con piezas modernas y contemporáneas, colocadas con soltura. “Creo que eso es lo que la hace acogedora”, opina la propietaria. Y la calidez no solo recae en el arte: también en el mobiliario que apuesta por el trabajo en madera y por la marquetería. Como la cómoda de madera en dos tonos, que sostiene jarrones de vidrio y una escultura de Lika Mutal; encima, un óleo de David Herskovitz y un telar Wari clásico.
Pese a sus colecciones, los ambientes distan mucho de los pasillos de una galería o un museo: la biblioteca es el lugar de encuentro, donde se ve televisión, con la chimenea prendida casi a diario durante el invierno; el comedor principal se usa todos los días, y la sala acoge a las visitas. Con el tiempo, las paredes se han enriquecido con nuevas adquisiciones. La familia se considera amante del arte y la artesanía peruana, y sus objetos están ahí para convivir con ellos. Eso es lo que los hace más preciados.
Encuentra más fotos de esta casa y otros artículos similares, en la edición impresa de CASAS 236.