El pasado 27 de octubre estrenó El Corazón de la Luna en la cartelera comercial. Una obra arriesgada y de fantasía. El cineasta Aldo Salvini espera competir en los premios Oscar y seguir representando el cine peruano.

Por Manuel Amat

Aldo Salvini destacó por su mirada distinta desde los años 90, con cortometrajes audaces que refrescaron la estética y narración del clásico cine peruano. Largometrajes como Bala Perdida (2001) lo consagraron como un director nacional de culto, para después alcanzar el éxito en taquilla con las dos secuelas de Django (2018 y 2019). 

Ahora regresa con una obra personal y conversa, en exclusiva para COSAS, sobre las dificultades e inspiraciones al crear El Corazón de la Luna. Desde el cine italiano hasta el rock progresivo, Salvini revela la clave para conseguir hacer un cine radical y del género fantástico, en el panorama actual del país.

Aldo Salvini en el set de grabación de «El Corazón de la Luna». Créditos: Morfi Jiménez

El Corazón de la Luna rompe con lo que ofrece la cartelera actual en el Perú ¿Qué tan difícil es hacer realidad un proyecto tan ambicioso y distinto?

Es complicado para los cineastas querer y poder hacer una película de este tipo. Yo tuve mucha suerte de haber tenido el apoyo del centro de producción audiovisual de la Universidad de Lima: CREA. Jamás fui cuestionado con respecto a lo que yo quería hacer, tuve una libertad absoluta. En este tipo de producciones el tema del presupuesto puede ser un limitante, pero al final todo lo que yo había soñado está en la película.

La Universidad de Lima consiguió sacar adelante el proyecto como productora. ¿El futuro del cine peruano de autor está en el apoyo de instituciones académicas?

Este es un buen comienzo. Además de la Universidad de Lima, otras universidades pueden apoyar el arte. La función de una universidad es fomentar no solamente la educación, sino la cultura también y ojalá se puedan hacer más cosas de ese tipo. Pero también está el premio de coproducción de DAFO, que nosotros pudimos ganar, y está PROMPERÚ poniendo dinero para la campaña como precandidatos al Oscar. 

¿Cómo le va a esta campaña de los Oscar? ¿Cuáles son los esfuerzos que se están haciendo?

Nosotros estamos chambeando duro. Hemos contratado a un agente allá en Los Ángeles, hay que hacer prensa, screenings, etc. Es una campaña más política que cinematográfica, entonces necesitas mucha plata para despertar la curiosidad del jurado y que vea tu película entre las otras 92 opciones. Por ejemplo Roma y Parásitos, anteriores ganadores del Oscar, invirtieron 30 millones de dólares para su campaña.

Actriz protagonista Haydeé Caceres interpretando a «M», una mujer desamparada que se encariña de una hormiga. Créditos: Morfi Jiménez

En tu obra el drama psicológico se cruza con la crítica social, y esta película no es la excepción. ¿Cómo el componente fantástico entró en la ecuación?

En El Corazón de la Luna, la fantasía de “M” nace de ella, es mental y psicológica. Hay gente que me dice que como no he hecho mucho cine trato de meter todo en una película pero eso no es así. Este es un estilo que me gusta y lo voy a seguir haciendo. Creo que el género fantástico te permite hablar de cosas de una manera alegórica, metafórica, simbólica, sin hacerlo tan obvio, sino que sea parte del discurso.

Tus personajes comparten entre sí la marginalidad, la locura y la violencia, tanto física como emotiva. ¿Cómo el personaje de Haydeé Caceres destaca dentro del universo Salvini? 

Es mi primera protagonista mujer.  La idea inicial era con un hombre, pero me sentí cómodo escribiendo sobre la maternidad. Yo trato de escribir los guiones de una manera muy específica para que el actor tenga una idea de lo que yo estoy buscando y Haydeé logró entender todo rápidamente y se hizo más fácil. En algún momento pensé en una robot femenina, como la robot de Metrópolis (1927), pero decidí que esta simplemente es la historia de una mujer abandonada por toda la sociedad y su salud mental, su fantasía.

¿Fue necesario adentrarse en las calles y conversar con los verdaderos desamparados?

Tiene que ver con la experiencia de lo que he visto en las calles. Siempre veía a ancianos cargando esos sacos de papa pesados y pensaba cómo era posible. Ellos tienen que vivir, tienen que ganarse la plata para comer. Y no ves esto solamente en el tercer mundo, es en todos lados, así somos la especie humana, somos una cagada.

En cortometrajes pasados te refieres a Lima como “la ciudad del mal” ¿Sientes que es en El Corazón de la Luna en dónde plasmas tu visión definitiva de la capital?

Digamos que hasta ahora sí. Creo que todas las ciudades son «ciudades del mal» porque crecen de una manera vertiginosa y egoísta. Los edificios, los malls y las pistas, terminan aplastando a estas personas. Ellos caminan por la calle y ven esos enormes carteles de hamburguesas, pero no tienen ni un mango. Así hemos construido este mundo y yo no estoy exento. Pero Lima también es la geografía mental del personaje, porque salta de Javier Prado al Rímac y luego a San Borja. Yo no quería una realidad geográfica. Ella está deambulando por esta ciudad perdida como la hormiga que me encontré hace muchos años en un taxi.

«Yawarbot», un personaje robótico que ayudará a «M» en su odisea. Créditos: Morfi Jiménez

La fotografía de colores saturados y contrastes se ha convertido en un sello de tu cine. ¿De dónde viene la fascinación por esta estética?

Cuando era niño me gustaban los colores fuertes de los cromos y los cómics, aunque no los leía, solo veía las imágenes. Quería reflejar en la película también la humedad de Lima, donde no llueve pero siempre está mojada. Además que Lima de noche es naranja, porque como es neblinosa no se pueden usar luces azules y blancas, y eso te da una sensación media rara, media infernal, como Taxi Driver (1976) en la noche.

¿Hay alguna película que haya estado en tu mente al escribir “El Corazón de la Luna»?

Varias. Al momento de escribir el guión técnico pensaba en Umberto D. (1952), en películas de Fellini, en Darío Argento, en Mario Bava, sobre todo en Seis Mujeres Para El Asesino (1964). Recordé una película que vi hace muchos años: Ménilmontant (1926) de Dimitri Kirsanoff, donde había una imagen que se me quedó, un viejito compartiendo lo poco que tiene con una madre pobre. También está Diario de un Cura de Campaña (1951) de Bresson. Las calles al estilo Blade Runner (1982), aunque es mi película favorita, fueron algo que no se planeó en un inicio.

Algunos personajes están inspirados en David Lynch, quien es de los que más me gusta junto con Cronenberg y Scorsese. Hay cineastas que influyen, como Spielberg, que cuando uno cree que va a hacer un montón de cosas, el pata soluciona con un plano y eso es cine.

Algunas referencias no son a nivel cinematográfico. Yo escucho mucha música en mi vida y cuando escribo tengo en mente qué tipo de música conecta sentimentalmente con la película. No sería el cineasta que soy si no fuera por la música, especialmente por la música progresiva, el metal y la música clásica, estoy completamente seguro de eso. Sobre todo por la música progresiva, por la exigencia que hay en buscar nuevas estructuras, nuevas formas. Esa exigencia yo me la trato de imponer.

Yo escuché mucho a Jean Sibelius, pero también soy fanatico de Tool, Yes, Genesis, King Crimson, Jethro Tull, Emerson Lake & Palmer. Me encantan los grupos italianos como Banco del Mutuo Soccorso, Le Orme. Black Sabbath está en mi ADN. Algunos de mis discos favoritos son Close To The Edge (1972), Foxtrot (1972), Mastodon (2008), hay muchos. 

Después de dos taquillazos en la cartelera comercial como las secuelas de Django, ¿que significó para ti presentar una obra más autoral y radical?

Para mí los dos Django son muy importantes. Entregué todo lo que yo tenía que entregar y sabiendo que es una película “pop”, que no es peyorativo para nada. Uno como cineasta tiene que aprender a hacer cine de todo tipo. A mi la segunda entrega de Django me parece la mejor y estuve feliz porque hice cosas que quería hacer, a mi me gusta el cine criminal, es lo que más consumo. Además, El Corazón de la Luna la hice en medio de estas dos películas.

Según Salvini, la historia de «M» recuerda a las corrientes cinematográficas del neorrealismo italiano y el melodrama. Créditos: Morfi Jiménez

¿Sientes que es como un retorno a tus cortometrajes y los temas que tratabas ahí?

Sí, definitivamente, es lo que yo había tocado, pero ahora de una manera más grande, más madura, con una visión del mundo de repente un poquito más amarga. El final de esta película tiene que ver mucho con el final de El gran viaje del Capitán Neptuno (1991), sobre la desilusión, sobre la realidad que se impone y que es mucho más fuerte que tus expectativas y que tus sueños. Eso tiene que ver con el melodrama también.

¿Qué hace falta en nuestro país para que los cineastas se animen a hacer propuestas más arriesgadas?

Si no parte de ti, no vas a poder hacerlo. Nadie va a tocar la puerta y decir: “quiero producir una película muy personal”. Tiene que ver con el carácter. Aunque yo no tengo nada en contra de un cine más sencillo y “simple”. Yo creo que es una cuestión de cómo están hechas, cómo están abordadas. Hay que ser disciplinado y exigente con uno mismo, como en el rock progresivo. No por nada King Crimson tiene su disco Discipline (1981), tú los ves y parecen monjes. Al ser exigente contigo mismo vas hacer que te sigan con los demás y todos van a estar sincronizados a esa exigencia. Trato de ser lo más detallista en muchas cosas, porque esos detalles suman un todo, hay que mandarse, tener huevos y tratar de luchar por esta historia.

¿Qué otros proyectos tuyos podemos esperar en los próximos años?

Los Famosos Inmorales es un guión que desde el 2002 lo hemos presentado con Tondero como 7 veces a DAFO, recién nos lo han aprobado. Es abiertamente fantástico, no es que nazca de la cabeza del personaje, lo vamos a grabar el siguiente año. El otro proyecto es un cortometraje que ya lo hemos grabado con CREA: Una Pequeña Odisea. Este no es fantástico, sino que traté de hacer una cosa bien realista, solo falta editarlo.

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