Hace algunos meses, la nadadora profesional Riley Gaines declaró no estar de acuerdo con que personas transexuales compitan con mujeres en los mismos torneos y bajo las mismas reglas. Su declaración fue la siguiente: “El número de deportistas femeninas al que se le está negando oportunidades o que ha sido traumatizado o herido por políticas que afirman promover la inclusión crece a un ritmo alarmante en este país”.

Por José Ignacio Beteta

Sus palabras no cayeron bien en la comunidad LGBT y hace algunos días, la atleta fue golpeada por activistas violentos del movimiento “trans”. La persecución fue tal, que tuvo que encerrarse durante horas en una habitación para no arriesgar su vida. La policía llegó a sacarla en medio de abucheos e insultos, sin que ninguno de los agresores termine al menos siendo interrogado o investigado. Ahora analicemos el caso.

Primero, en un mundo consciente y pacífico, cualquier acto de violencia es inaceptable, venga de quien venga. Si no coincidimos en esto, sea cual sea tu sistema de creencias, estaríamos legitimando la idea de que esta nueva cultura “progresista LGBT” empieza a parecerse a la cultura dogmática de la edad media, que podía matar o torturar, legítima y legalmente, a quienes pensaban distinto. Y esto es lo que empieza a ocurrir hoy. Si no estás de acuerdo con las agendas minoritarias y expresas tu opinión públicamente, puedes sufrir una serie de agresiones sociales, psicológicas y hasta físicas.

Segundo, la libertad de un adulto para cambiar su sexualidad corporal no está en discusión. En una sociedad laica, con avances médicos y tecnológicos impresionantes y con valores muy distintos a los de hace 50 o 100 años, las decisiones de los seres humanos pueden romper paradigmas que antes eran irrefutables. Y bueno, o lo aceptas (aunque no estés de acuerdo) o naciste en el mundo equivocado.

Eso sí, hacer vocería y promover los valores que defiendes, aún si están en contra de los nuevos paradigmas progresistas, es absolutamente válido, y lo que se espera es un debate de ideas alturado y profundo, en paz, diálogo y conciencia.

Ahora, en tercer lugar, la libertad de un adulto, que acaba de pasar por un proceso clínico de “transición de género” (operaciones de “cambio de sexo”), para competir con mujeres bajo las mismas reglas y sin restricciones, por supuesto que está en discusión, y no es aceptable por una razón muy sencilla: recrea el machismo, pero ahora con un disfraz. Permitir que personas, biológicamente masculinas, compitan con mujeres es una renovación del machismo contra el cual luchamos todos los días, pero ahora más impune y con menos defensas legales.

Riley Gaines

La 12 veces campeona “All-American“ fue atacada mientras hablaba sobre la inclusión de atletas trans en los deportes femeninos durante el evento Turning Points USA en SF State.

Finalmente, en cuarto lugar, en los últimos 3 años, son más los estudios que restringen e incluso prohíben las “transiciones de género” en niños y adolescentes. Finlandia, Suecia, Gran Bretaña y Estados Unidos son países que caminan el sendero de la prudencia en este aspecto. Los efectos colaterales negativos, la necesidad de terapias previas y la multiplicación sin sustento de diagnósticos y pedidos de intervenciones quirúrgicas han levantado las alarmas. Muchos niños o niñas pueden sentirse incómodos con su sexualidad, pero las consecuencias de que sus padres permitan ese tipo de intervenciones clínicas aún experimentales no son medibles, y podrían ser mucho peores que la supuesta solución que traen.

El extra. Lo que no se ve en el gran cuadro es lo siguiente: los que más ganan en esta batalla no son quienes pertenecen a las comunidades LGBT, sino las grandes empresas farmacéuticas que obtienen, gracias a un apasionado idealismo con muchas cegueras, miles de miles de clientes que serán esclavos de medicamentos y hormonas de por vida.

Lo ocurrido con Riley Gaines es una muestra de que la agenda de las minorías radicales, en cualquier caso y bajo cualquier contexto, tiene límites y que el relativismo en la concepción del ser humano nos está llevando a bajar la cabeza frente a la arbitrariedad. ¿Qué mayor arbitrariedad que permitir que personas biológicamente masculinas salgan a imponerse, minimizar, traumatizar y atemorizar mujeres en el mundo del deporte? ¿Qué mayor arbitrariedad que tener que aceptar este tipo de irracionalidades solo porque la ideología relativista lo impone? ¿Qué mayor arbitrariedad que ver a una mujer agredida por hombres y que las autoridades no hagan nada contra los agresores, solo por miedo?

Estamos acostumbrados a escuchar en diálogos coloquiales frases como “no seas intolerante”, “si le gusta, que lo haga”, “todos son libres de hacer lo que quieran mientras no afecten a los demás”, frases que parecen muy sólidas porque nos hacen sentir bien, suavizan momentos incómodos, y nos hacen creer que diciéndolas se solucionan los problemas del mundo, pero no es así. Los límites para nuestras decisiones o deseos, los límites a su validación por los estados y sus políticas, los límites a decisiones que aparentemente no afectan a nadie, pero sí lo hacen, existen y deben ser visibilizados. La agenda de libertades y derechos no es absoluta, tiene límites. Y el testimonio de Gaines lo muestra claramente.

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