“Museo de la ficción I. Imperio” es una vídeo instalación de Matías Umpierrez que está en exposición del 10 al 31 de agosto en el ICPNA de Miraflores.
Por Ariana Cortez
“Museo de la ficción I. Imperio” es una vídeo instalación del director Matías Umpierrez que adapta el clásico de William Shakespeare, Macbeth, a la España postfranquista de los 90s. La narración hace uso de cuatro pantallas grandes, al estilo del cine, que están colocadas en cada pared de una habitación oscura. Este juego con la estructura del espacio se condice con el mantra creativo de Umpierrez, quien señala que le “parece importante cuestionar los cuerpos de las obras de arte también”. De esta forma, logra una narración de 360 grados cuya proyección envuelve la habitación y coloca al espectador al medio.
En un mundo ahogado por el contenido audiovisual, la realidad se vuelve una narración regida por lo que se omite o se incluye entre los márgenes de una pantalla. Podemos hablar del ojo como una pequeña vulnerabilidad doble, sujeto a un encuadre circundado por zonas ciegas que no puede penetrar. Las cuatro pantallas de Umpierrez nos hacen pensar en la narración como un prisma, y libera al globo ocular de la mirada domesticada por los cuatro márgenes. “A veces pensamos que las artes son libres, pero ellas también son super disciplinadas. Vemos cine de una forma, el teatro de otra”, comenta.
La práctica museística, en este sentido, es percibida como una enmarcación de la historia y la memoria, que obedece también a una dinámica de omisión y muestra. ¿Quién decide qué tenemos que recordar? ¿Qué parte de la historia dejan los museos fuera? ¿Si fuera la realidad trasciende el marco en el que se busca encuadrarla, qué hay más allá de lo que se exhibe en los museos? ¿Cómo esta práctica se aplica en los medios para crear narraciones que se alejan de la verdad como táctica política? En esta ocasión, hablamos con Matías Umpierrez, quien nos habla de “Museo de la ficción I. Imperio”.
En tu adaptación de Macbeth se invierten los géneros de los personajes. Lady Macbeth es la que forma parte de la pugna por el poder, y Macbeth es el personaje detrás que la aconseja. ¿A qué se debe esto?
Tiene que ver mucho con la lógica de mi trabajo. Lo que hago como artista obedece a una lógica transdisciplinar: trato de cruzar las fronteras entre el teatro, las artes visuales, el cine, y a partir de eso creo proyectos que piensan en realidad cómo nos relacionamos con la ficción. Por eso es que a partir de dialogar con las disciplinas, con los géneros y trabajar desde una lectura transdisciplinaria, me parecía que era importante también cambiar los roles originales para lo que Shakespeare escribió. Pertenezco a una generación que está repensando las corporalidades normativas y me parece importante cuestionar los cuerpos de las obras de arte también. En ese sentido, trato de llevar a la escena cuerpos “trans” y por eso creo que Macbeth puede ser interpretado por un hombre, una mujer, o quien quiera interpretarlo. Ese personaje responde a la humanidad no a la masculinidad.
Narrar por medio de cuatro pantallas desafía la habitual enmarcación que hace el video, en el que lo que se muestra está circundado por una zona ciega. Este juego de muestra y omisión se observa también en la forma en la que Lady Macbeth, a través de la prensa, crea una narrativa que la favorece políticamente. ¿Cómo posicionas tu obra en un contexto de posverdad?
El arte hace que los espectadores y espectadoras tengan un punto crítico sobre la realidad. Una herramienta política de las últimas décadas es que la industria del entretenimiento domine la política. El reality show se ha vuelto parte de nuestra realidad. A la población le cuesta cada vez más distinguir entre la verdad y la ficción. Hay políticos que parecen tener más que ver con un personaje de reality show que con la realidad. La frontera entre ficción y realidad están en juego. Parte de mi trabajo es generar posiciones críticas en el espectador, entender cuáles son los mecanismos de composición de la ficción para diferenciarla de la realidad. Es necesaria la ficción para entender nuestra realidad, pero también es importante reconocer sus diferencias y poder separarlas.
Llama mucho la atención del título “Museo de la ficción”, porque el museo suele ser asociado a la memoria histórica, a la preservación de los vestigios de la realidad, y en este caso el museo está compuesto por lo ficcional. ¿Podemos hablar de la práctica museística como una enmarcación de la memoria, con zonas ciegas, con alguien que decide “qué va en la toma y qué no”?
Sí, siempre he pensado en esa definición de museo que dice que en este se guarda para la posteridad el conocimiento humano. Siempre me pregunto ¿Dónde está la ficción? El conocimiento humano siempre estuvo relacionado con la ficción, desde la mitología hasta la tradición oral. Quería jugar a que este museo de la ficción es una táctica de resistencia para ese espacio de lo ficcional en relación a qué es un museo y qué no. De alguna manera el museo de la ficción piensa en los espacios de la memoria que se resisten a ser formalizadas por la historia. La historia al final es el modo en el que los círculos de poder dicen que fuimos cierto tipo de personas cuando en realidad se están editando a un montón de sectores que están desaparecidos de la historia. Por ejemplo, nuestros pueblos originarios que cada vez luchan más por ser parte de esa historia, por no ser olvidados, por no ser enterrados como lo fueron por tantos siglos. Este proyecto trata de posicionarse y decir “bueno, el museo lo construimos entre todos a partir de nuestra propia experiencia”. El trabajo con la tecnología, en este sentido, es importante porque es una herramienta de conservación de la memoria.
La obra se ubica temporalmente en la década de los 90s en la España postfranquista. Tú que eres de Latinoamérica, ¿puedes ver las intersecciones con la Latinoamérica post dictadura? ¿Tu Macbeth pudo haber sido una narración argentina también?
Definitivamente. Hice la adaptación a la década del 90 en España cuando entra a la era global tras la transición, y empieza la pugna entre la globalización y la tradición. Las fricciones del poder empiezan para los países que estuvieron atravesados por la dictadura y luego se encuentran en la época de la libre circulación de movimientos de capitales. Todo eso generó una confusión que todavía vivimos. La crisis de nuestros países tiene que ver con la crisis de la globalización. En la época de los 90s se gesta una realidad que se relaciona con nuestra actualidad. Acá en Perú los 90s fueron muy salvajes, en Argentina y España también. Con esta obra quería generar una distancia de la realidad para entender que el orígen de varios de nuestros problemas políticos está en esta época.
¿Y por qué reescribir una obra de hace varios siglos para representar algo que ha sucedido hace 30 años?
La primera pieza del museo de la ficción se llama imperio y es una adaptación de Macbeth. Shakespeare es uno de mis grandes maestros. Es un es un autor con reflexiones muy contemporáneas, con una fibra muy humana que tiene que ver siempre con las dualidades que provocan los excesos de pasión, amor, poder y riqueza. Sus conflictos todavía nos reflejan mucho como sociedad. Quería iniciar la serie con una tragedia que lamentablemente muestra que en más de 400 años hemos aprendido muy poco. Lo que han cambiado son las formas culturales de representación del poder. Antes era la corona, pero ahora son los empresarios y políticos. Ahora la pugna es entre el estado y lo privado, ahí las guerras son muy parecidas.
En este caso, desde el siglo XXI encuentras similitudes en cuanto a sensibilidad con una obra escrita en 1623. Hay un diálogo de sensibilidades con cuatro siglos de diferencia bajo la etiqueta de museo. En ese sentido, ¿Podemos hablar de la ficción como un archivo de nuestra experiencia emocional?
Sí, definitivamente. La historia del arte es la historia de la sensibilidad. Es importante cuidarla para recordar cómo fue nuestra sensibilidad, cómo sentimos a lo largo de las épocas, de las eras. Cualquier arqueología sobre el arte nos va a permitir conocernos y entender cómo llegamos hasta aquí. El trabajo sobre la memoria es fundamental para cualquier sociedad y el arte nos permite justamente eso. Al final, cuando un coleccionista de arte compra arte en realidad lo que está comprando es la sensibilidad de un artista un artista que piensa y que siente en una época específica. Por eso tiene sentido consumir arte, porque nos permite inspirarnos nos permite conocernos y nos permite seguir adelante.
Colocar una pantalla grande en cada pared de la habitación invita a ver la obra de distintas formas. Muchos durante la presentación caminaban, otros se mantenían sentados, otros parados. ¿Quieres sacar al espectador de su rol pasivo?
En esa confusión ves la disciplina que tenemos como sociedad. A veces pensamos que las artes son libres, pero ellas también son super disciplinadas. Vemos cine de una forma, el teatro de otra, cuando vamos a una exposición hay cierta manera de ver. Esta generación está buscando nuevas formas de ver, y eso crea los cuerpos “trans” que venimos a traerle a las artes. Es importante dejar de movernos como un ganado por las mismas rampas y caminos, para empezar a crear una nuevo orden. Me parece que en occidente estamos en una crisis que involucra cuestionar nuestros modos de convivencia y cuál queremos que sea nuestro pacto social de aquí para adelante.
Esta es la primera pieza de Museo de la ficción. Entiendo que podemos esperar más ediciones. ¿Cuál es el outline del proyecto?
La idea es que ésta sea la primera pieza del museo de la ficción, y que las próximas obras puedan ser de autores o autoras de Latinoamérica o Asia. Quiero que el proyecto recorra distintas culturas y modos de ficción. En mi trabajo siempre va a estar presente la lógica transdisciplinaria, me interesa involucrar la danza, el teatro musical, la ópera, la literatura. La idea es seguir jugando con las formas de experiencia que se puedan crear.
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