Una casa miraflorina de los años cuarenta empieza una nueva etapa. La remodelación del arquitecto Giorgio Colareta respeta la estructura original e integra un volumen contemporáneo, pero permite que su cálido espíritu la siga habitando.
Por Rebeca Vaisman / Fotos de Gonzalo Cáceres Dancuart
La casa de los años cuarenta formaba parte de un conjunto de cuatro viviendas de estilo típico miraflorino. Fueron construidas con una estructura y una disposición muy parecidas, pero guardando algún elemento que denotara personalidad propia. Tal como sucedía con sus dueñas: cuatro hermanas, cuyo padre quiso hacerles un regalo. Con el tiempo, las casas fueron intervenidas arquitectónicamente, cada una con un criterio distinto. Excepto por una. Una de las hermanas, propietaria original, habitó siempre la herencia paterna sin alterarla. Aunque permaneció soltera y no tuvo hijos, la llenó con la música de los instrumentos que tocaba, hasta su muerte.
El arquitecto Giorgio Colareta se hizo con la propiedad en el año 2012 para convertirla en la casa de su familia. La obra de remodelación empezó tres años después y finalizó hace nueve meses. El proceso de diseño y de concreción suscitó varias reflexiones en el arquitecto. “Las casas miraflorinas tan características están siendo reemplazadas por edificios de departamentos sin el más mínimo interés por el contexto, totalmente fuera de escala urbana y sin espíritu”, asegura, con pena. Es verdad que Lima no ha sabido resolver el encuentro entre las necesidades contemporáneas y la importancia de mantener la identidad histórica de la ciudad. “Yo pienso que la modernidad va muy bien con la historia, si es que se respeta lo que estuvo primero”, opina al respecto Colareta. Y es lo que intentó con esta remodelación.
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También es verdad que las casas antiguas no cumplen las necesidades de una familia contemporánea. Suelen tener varios dormitorios y solo un baño, por ejemplo, o espacios muy cerrados y oscuros. Una remodelación cuesta trabajo, tiempo y dinero, concede Giorgio Colareta. “Pero lo que sientes en este espacio no lo sientes en el departamento nuevo más lujoso”, asegura. Su estilo de diseño es contemporáneo en su búsqueda de limpieza, y de cierto minimalismo en las líneas y los volúmenes. Pero a Colareta le encantan los espacios antiguos. “Tengo bien claro que esto no se puede volver a hacer: cuando la arquitectura nueva trata de replicarlo, queda como una escenografía”, explica. Por eso se planteó respetar en la medida de lo posible la arquitectura. El primer y el segundo piso pertenecen a la casa original, y se levantaron dos volúmenes nuevos: uno en la parte posterior de la casa y otro en el tercer nivel.
Los interiores fueron intervenidos, pero se rescató gran parte de la carpintería: jambas, molduras, rosetones, puerta principal y adornos de la fachada. Lo que ahora es el hall solía ser parte de la sala principal: esta se retiró para construir el garaje y dejó lugar a una salita que es usada como consultorio. El muro y la ventana se trasladaron tal cual. La cocina y la repostería originales se transformaron en la nueva sala, y se tumbó la escalera en dos tramos para abrir más el espacio. El comedor es la única habitación que permanece intacta.
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El arquitecto no quiso agrandar la mampara hacia el jardín, porque entendió que la luz controlada es parte de lo que hace acogedor el ambiente. Sin embargo, eliminó la terraza techada que oscurecía la casa, y la convirtió en un patio de piedra para el horno y el fogón al dejar que el verde y la luz ingresaran.
Intervención contemporánea
La nueva cocina forma parte importante del área social, y es la base del volumen en concreto que se ha levantado en la parte posterior. Esta construcción tiene otras dos capas: la jardinera de concreto expuesto, primero, y más arriba, el tercer piso ligeramente retirado, conformado por bloques de concreto. Este tercer nivel abraza el resto de la casa. Su fachada está forrada por tablas de triplay, y el volumen aparenta descansar sobre la casa original. Otra intervención consistió en techar el antiguo corredor de servicio para generar la circulación vertical del segundo piso.
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El arquitecto también se encargó del interiorismo. Muestra con orgullo los muebles de anticuario y de La Cachina, las piezas heredadas y transformadas (como el escritorio de madera que perteneció a su abuela, que se aclaró y cortó para convertirse en la mesa de centro de la sala), y el arte recolectado por su joven familia (como el artefacto en papel de Karen Ramírez-Gastón y los óleos de Rosario Pinasco). Todo ello conforma el coro de nuevas voces que siguen contando la historia de un espacio.