El departamento de la diseñadora de modas Jessica Butrich y el artista plástico Abel Bentín refleja sus intereses estéticos marcados por la exageración, una atracción por lo retro y la fascinación por el kitsch. La pareja permite que sus preocupaciones creativas invadan su espacio vital.
Por Rebeca Vaisman / Fotos de Gonzalo Cáceres Dancuart
Tener 30 años y definir cómo se quiere vivir el resto de la vida no es sencillo. El estilo personal, finalmente, no es sino la combinación de necesidades específicas, momentáneas, con un proceso de madurez natural que suele ser mucho más largo.
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Por sus trabajos, Jessica Butrich y Abel Bentín han reflexionado desde muy temprano sobre sus parámetros estéticos y su sello personal. Ella, diseñadora de modas, y él, artista plástico, no solo trasladan sus búsquedas de color, forma y referentes a su taller de trabajo: también a su estilo propio. Incluso en su forma de vestir, Jessica y Abel destacan por un innegable enamoramiento por épocas pasadas, y por jugar en los límites de la exageración y la puesta en escena. Naturalmente, su propio hogar es un laboratorio creativo. Definir cómo debía ser el espacio propio en el que se proponen vivir durante años implicó preguntarse quiénes son ellos ahora, y quiénes serán –si podían adivinarlo– en el futuro.
Historia de una búsqueda
Estaban empecinados en emprender una renovación. Les interesaban la amplitud y la luz de los edificios antiguos, y, si bien su intención era reformarlo con un giro contemporáneo, confiaban en que su espíritu también conviviera con ellos. Encontraron un edificio sanisidrino de 1978: se hicieron con el departamento del último piso y lo derrumbaron. Allí levantaron nuevos dormitorios (para la pareja y su pequeña hija), walk-in closets separados, sala de estar y las oficinas de la pareja. Sobre el techo del departamento construyeron, con material noble, sala, comedor, terraza y cocina. La arquitecta de interiores Teresa Bentín –madre de Abel– les ayudó a diseñar la distribución. Hicieron un tercer piso con estructura ligera para la lavandería y el depósito: allí está también la cúpula de vidrio y metal que baña de luz la escalera central, y dejaron lugar para una segunda terraza, un proyecto a futuro.
Para el piso, compraron dos lotes distintos de mármol en tonos ocre y crema, los cortaron en triángulos y generaron el patrón que recorre el área social. La sala, el comedor y la terraza se pensaron como un solo espacio, separado apenas por una mampara que puede correrse completamente. Jardineras de concreto rodean parte del departamento, y lo proveen de una frondosa vegetación impensable en esta parte de la ciudad. Jessica y Abel se mudaron cuando el espacio aún estaba en proceso. Entonces se dieron cuenta de que, aunque tienen muy claros sus gustos e intereses visuales, volcarlos en el nuevo espacio suponía un reto más complejo de lo que imaginaron.
Lima kitsch
Decidieron convocar a un amigo cercano: si bien Amaro Casanova es más conocido por su trabajo en el rubro de la moda, es diseñador de interiores de profesión. Más importante: conoce de cerca los intereses y el estilo de vida de la pareja. “Ambos tienen muy buen gusto. Yo les ayudé a encontrarse en puntos medios”, describe el diseñador sobre su participación. “Otro decorador nos hubiera tratado de frenar la locura. Pero no Amaro”, dice Jessica, sentada en el sofá verde de los años treinta. “Sabía que ellos detestan lo sobrio, lo clásico, lo tradicional…
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Si querían algo diferente y exagerado, teníamos que hacerlo por completo”, concuerda Casanova.
Trabajaron con un concepto de invernadero. Para reforzarlo, obviaron las cortinas y las alfombras, y dejaron que el verde dominara el espacio. Encontraron grandes peceras de cerámica del Barrio Chino, que adaptaron como macetas. Se intervinieron varias piezas: un sillón de los sesenta, encontrado en el mercado de Surquillo, fue retapizado de negro, y su respaldar se va perdiendo gradualmente (de tal manera que no dé la espalda al ingreso). Se reemplazó la base de la mesa de centro octogonal con tablero de mármol, un diseño de mediados de los noventa de Richard Bresciani, y se bañaron los bordes en pan de oro. En el mobiliario, se buscó contrarrestar la geometría del piso con muchas curvas y fluidez. “Y también buscamos lo inesperado: combinar un jarrón formal o una pieza neutral con un guacamayo o un tigre de resina”, explica Casanova.
Para Butrich, lo más importante del espacio son las obras de arte de Bentín: desde sus primeros bustos de Luis XVI hasta su serie de pinturas negras, sus piezas se encuentran en cada espacio.
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“Pero muchas veces me doy con la sorpresa de que las ha cambiado de lugar, o ha reemplazado una por otra”, cuenta Jessica. “Es verdad; es que soy muy particular con mi obra”, admite Abel. Se entiende. Después de todo, su hogar, para ambos, es parte de su proceso creativo.
Artículo publicado en la revista CASAS #239