Pocas veces llegan al cine momentos tan extraordinarios. Desde la iluminación, a cargo del genial James Laxton (Camp X-ray) hasta el soundtrack trabajado por Nicholas Britell, hombre detrás de Whiplash y Twelve years a slave, Moonlight marca el ingreso de una nueva propuesta a la pantalla comercial. Barry Jenkins, director y guionista cuya propia historia sirve de base para la trama, nos expone a un nivel de sensibilidad pocas veces visto en el cine, y pocas veces reconocido con una nominación al Oscar. 

Mahershala Ali y Alex R. Hibbert, como Juan y Chiron respectivamente.

(SPOILERS A CONTINUACIÓN)

La cinta sigue a Chiron durante tres etapas de su vida. De niño, de adolescente y de adulto, magistral trabajo realizado por los actores Alex R. Hibbert, Ashton Sanders, Trevante Rhodes, en ese orden. Si Hibbert resalta por la sencilla pero precisa interpretación de un niño dulce rodeado de violencia, Rhodes destaca como el adulto que conserva los mismos gestos y el mismo andar, pero que los emplea para estar por encima de la violencia que lo atacó de niño. Sanders tiene una de las tareas más complejas, que logra de forma impecable: encarnar el punto de quiebre en el que el niño se transforma en el hombre. 

Ashton Sanders como Chiron en su adolescencia.

Con Chiron como protagonista y ojos a través de los que el espectador ingresa en el mundo de Moonlight, dos fuerzas mueven la narrativa: Juan, interpretado por Mahershala Ali, y Paula, madre de Chiron, encarnada por Naomi Harris. La cinta inicia con el protagonista en el ambiente en el que lo vamos a conocer: huyendo de otros niños, sus pares. En su escape se encuentra con Juan, el jefe de traficantes de la zona. Chiron no habla pero Juan persiste. Lo lleva a comer, lo lleva a su propia casa, le presenta a su novia y le ofrece un lugar donde dormir. El niño que parecía solo de repente encuentra una figura paterna de especial dulzura. Y también una nueva suerte de figura materna: Teresa, pareja de Juan interpretada por Janelle Monae en su debut cinematrográfico. 

Janelle Monae, como Teresa.

A la mañana siguiente Juan lo lleva a casa, y conocemos a Paula, madre preocupada que sin embargo no alcanza la emoción que se espera de alguien quien ha pasado la noche sin saber dónde está su hijo de ocho años. Su apariencia es la de tantas mujeres trabajadoras de las zonas pobres, pero su actitud agresiva hacia Juan y la desconfianza que Chiron parece sentir hacia ella no encaja en esta imagen. Luego descubrimos que esto es porque todavía existe cierto decoro hacia el mundo en Paula, pero que en realidad es una adicta muy lejos de estar en control. Naomi Harris se luce de manera magnífica. En la primera parte interpreta a la madre de un niño pequeño con la vida que se le escapa de las manos en fumaderos de crack; llena de dureza y poco amor para un hijo que está empezando a ver como un problema. En la segunda etapa, es una mujer destrozada y cruel, que abusa verbalmente de Chiron y que quiere asentar su poder de madre menospreciando su relación con Teresa, todo como parte de la culpa que siente al ver a su hijo llegar a la adolescencia tras haber sido mejor cuidado por otra persona. Finalmente, la vemos mayor y arrepentida, ya limpia de drogas pero no de una culpa que la atormenta. Vale destacar que es una de las interpretaciones más contundentes de un filme construido por actores extraordinarios, y que Naomi Harris la logró en solo tres días, pues por un problema de visa no pudo quedarse a grabar más tiempo. 

Naomi Harris, nominada al Oscar, interpreta a Paula, la madre de Chiron.

Mahershala Ali, actor conocido por Hidden Figures House of Cards, es otro de los seres mágicos que conforman el universo de Jenkins. Interpreta a Juan, un cubano negro a quien vemos sentirse aislado de la comunidad a la que pertenece por un tema de raza. Es tal vez esto lo que lo acerca a Chiron, desplazado entre sus compañeros. Juan es un hombre bueno que se dedica a vender drogas. Es, en la lógica de las típicas películas gringas, un oxímoron. No así para Jenkins que, criado en Compton, entiende que se puede ser héroe y villano cuando la situación así lo amerita. Juan tiene una dulzura que Chiron no ha visto sino en él mismo, pero es a la vez quien maneja el negocio de drogas que ha hecho de su madre una adicta. Tanto Chiron como Juan son conscientes de esto desde el primer momento, situación que lastima a Juan pero que no aparta a Chiron de él. 

Una de las escenas mejor logradas (aparte de aquellas que enfrentan a Chiron y a Paula, su madre) es cuando de pequeño el protagonista les pregunta a Juan y a Teresa qué significa ser maricón. Es una pregunta que evidentemente lo tortura y que no se ha atrevido a hacer en casa. Jenkins captura así las dificultades de crecer como un niño gay en una comunidad profundamente homofóbica. 

«Lo que creo que aprendí de trabajar en Moonlight es que ves lo que sucede cuando persigues a la gente. Terminaron envolviéndose en ellos mismos» – Mahershala Ali

 

Trevante Rhodes y André Holland, como Chiron y Kevin.

Chiron ve fallar su vida en muchos sentidos. Crece convencido de que su madre lo odia y lo desprecia por ser gay. Conoce a Juan para luego perderlo en la violencia que ronda las calles. Quiere a Teresa, pero su cercanía lo hace sentir culpable porque siente que le falla a su madre y a la vez lo hace preguntarse por qué su madre le falla a él. En medio de todo está su relación con Kevin (Jaden Piner en la primera parte, el adolescente Jharerel Jerome para la segunda, y el adulto André Holland en la tercera), único amigo y luego primer amor. Todo tratado con una delicadeza que nos recuerda que el cine puede tocar las fibras más sensibles de lo humano. Ver crecer a Chiron, moldearse a la imagen de Juan, añorar el cariño de su madre y amar profundamente a Kevin es un privilegio que Barry Jenkins nos concede de una forma que condensa absoluta belleza. Moonlight es una película para ver más de una vez. Una puerta a una realidad ajena con la que es sencillo conectar porque el trabajo está realizado con absoluta maestría y porque apela a lo más básico del humano, la intensa necesidad de amar. 

Por Alejandra Nieto