Definitivamente no fue la mejor forma de ganar. Fue entretenido, inesperado, interesante. Un giro de esos que jamás esperarías, situación sacada casi de la ficción. Pero no la mejor manera de ganar. Moonlight merecía su momento puro y completo bajo los reflectores y, aunque el galardón es suyo, no lo fue el protagonismo de la noche, como debió ser.
Barry Jenkins, sin grandes esperanzas sobre la victoria, escribió un discurso diferente de las improvisadas palabras que soltó en medio de la emoción.
«[Tarell Alvin McCraney, guionista de Moonlight] y yo somos este chico. Somos Chiron. No crees que ese niño vaya a crecer y ser nominado para ocho premios de la Academia. No es un sueño que se le permita tener. Todavía me siento así. No creí que esto fuera posible. Ahora miro a otras personas y si yo no pensaba que era posible, ¿cómo iban a creerlo ellas? Pero ahora ha sucedido. Así que vamos a sacar de la mesa mi concepto de posibilidad. Esto ha sucedido.» – Barry Jenkins, director de Moonlight.
Moonlight y el equipo detrás lograron algo que ningún filme del circuito Hollywood ha logrado jamás: darle un espacio de humanidad a personas pobres. Un vecindario típicamente negro y latino en la industria estadounidense suele servir para contar historias de violencia, policiales o describir su sistema penitenciario. Normalmente con un protagonista blanco llegando a salvar el mundo, sea a través de balas o educación. Moonlight nos enseña que muchos estereotipos no están lejos de la realidad (Chiron es hijo de una madre soltera, adicta al crack, y termina como un vendedor de drogas), pero no deja que esta sea únicamente definida por los estereotipos.
Chiron tiene toda barrera económica y social en contra. Sumado al hecho de ser gay en un ambiente que valora una hipermasculinidad, tóxica en muchos casos. Y sin embargo Jenkins eligió mostrarnos su relación con su madre, con fallas y heridas pero también llena de amor. Su relación con Juan, un latino negro (de aquellos que no salen en la tele cuando Estados Unidos nos habla de latinos), cuyo negocio está en las drogas, pero que tiene un corazón suave y delicado cuando se trata de ayudar a un niño en apuros.
Barry Jenkins nos regaló un espacio de humanidad donde antes Hollywood nos había enseñado que solo existía violencia. El Oscar a Mejor Película nos ha regalado el privilegio de celebrar la ternura y vulnerabilidad que todos llevamos dentro.
Por Alejandra Nieto