Armando Andrade interviene por primera vez un hogar ajeno. El encargo: renovar el espacio y hallar nuevas pistas en la importante colección de arte que guarda este departamento. El resultado habla sobre el estilo de vida de sus propietarios, y reflexiona sobre lo que necesita el coleccionista de arte de su espacio vital.
Por Rebeca Vaisman / Fotos de Gonzalo Cáceres Dancuart
Resulta curioso imaginar a Armando Andrade enfrentándose a un espacio con cierta incertidumbre. Es conocido que para el publicista y coleccionista de arte, las casas –sus casas– no son solo receptores de piezas de su interés, sino que se convierten en objetos artísticos: obras complejas y en transformación constante. Entender la forma en que se quiere habitar el espacio propio es también un arte que Andrade ha ido perfeccionando. Pero intervenir un espacio ajeno despertaba dudas. Y suponía un reto que, esta vez, quiso tomar. “No hubiera aceptado hacer una intervención de esta naturaleza si no me hubiera sentido afín al propietario en relación a su interés en el arte”, inicia la conversación Andrade. Y es que el dueño del departamento sanisidrino lo es también de una notable colección. Encontrar nuevos y emocionantes lugares y relaciones para las piezas fue el encargo principal. Y aquello que sedujo a Andrade.
Existían otros puntos que se debían tratar. La calidez se había perdido con los años de convivencia, y repensar los recorridos, colores y mobiliario era necesario. Andrade rediseñó por completo cinco espacios: el ingreso, la sala, el comedor, la terraza y la salita de estar del dormitorio principal. Y, en menor medida, el escritorio y el cuarto de juego de los chicos. El ingreso es uno de los espacios que considera mejor logrados: “Nos cuenta del interés, la preocupación y el rango de visión que tiene el cliente”, asegura Andrade. La poca profundidad y la longitud del espacio se resuelven con una mesa escultórica con faldón, en madera (una reinterpretación del artista Armando Andrade Tudela), que recorre todo el espacio sosteniendo piezas de Giancarlo Scaglia, Mariella Agois y del artista argentino Hugo Aveta, y libros de Horst Hamann y Mario Testino. “Es una idea audaz que también revela el grado de aventura que se quiso correr”, añade Andrade sobre el recurso.
Esta mesa determina, desde la entrada, la escala del departamento. El mobiliario bajo busca ponerse al ras del horizonte, dando la sensación de que todo está a la mano, “y de que los muebles están recibiéndote”, añade Andrade. Se optó por dos sofás inspirados en el modelo Matta, del diseñador chileno Mario Matta. El mobiliario se completó con sillas y mesas en madera capirona, y una consola enchapada en madera nativa de la selva, todas piezas diseñadas por el propio Armando Andrade.
El área social es un espacio que se puede recorrer en 360 grados, sin muebles pegados a la pared. Alrededor: obras de Fernando Bryce, Vik Muñiz, José Tola y Ramiro Llona; una bandera de Eduardo Moll dialoga con el nudo de Eielson, y cerámicas de Carlos Runcie Tanaka se encuentran con una escultura precolombina Nazca. En el comedor, otra pieza escultórica de Andrade Tudela, a manera de aparador, y obras de Tito Monzón y Sandra Gamarra. La colección es la gran protagonista del departamento. “Es una suerte de gran galería de obras de arte, pero vivida”, acota su diseñador, ante el espectáculo.
Andrade conocía la colección de arte que le fue encargada, porque esta se ha ido formando a través de los años, y porque el propietario es fiel asistente a las subastas del MALI, cuyo comité Andrade preside. “La selección de objetos que una persona hace durante una vida habla de la propia persona”, continúa el publicista, él mismo dueño de una de las más notables colecciones de arte y artesanías del Perú. Lo que determinaría la prioridad en el espacio debía ir más allá del valor de la obra en sí misma. “Hay piezas que generan recuerdos, emociones y un mayor interés, dentro de la propia colección”, asegura Andrade. En ese sentido, la remodelación ha conseguido revalorar el impacto que el arte tiene en la vida de quienes lo habitan.
La aventura también ha suscitado en Armando Andrade una reflexión sobre lo que necesita el coleccionista de su espacio. A pesar de estar satisfecho con el resultado final, sabe que el diseño de una casa no puede ser estático. Eventualmente, las piezas volverán a cambiar de lugar. Cuando eso ocurra, será otra cosa lo que tengan que decir.
Artículo publicado en la revista CASAS #243