Una nueva casa debía levantarse en el bosque colonial. Los árboles centenarios dentro de su terreno, así como la normativa de su entorno patrimonial, tenían que respetarse. El estudio 51-1 Arquitectos partió de una investigación para diseñar una casa cuya fachada se integra a la historia de la zona, y cuyo interior resulta contemporáneo, funcional y único en El Olivar.
Por Rebeca Vaisman / Fotos de Gonzalo Cáceres Dancuart
Es mucho lo que el bosque El Olivar, en San Isidro, tiene que contar sobre la historia de Lima. La magnitud de tal afirmación fue lo primero que descubrieron los integrantes de 51-1 Arquitectos cuando recibieron el encargo de diseñar una casa en este remanente de bosque colonial declarado Zona Monumental. No solo porque sus olivos centenarios abastecieron de aceitunas y aceite a la antigua Ciudad de los Reyes. Fue también una de las tres primeras urbanizaciones de Lima moderna que se crearon en la década del veinte, a partir de la aparición de la avenida Leguía (hoy avenida Arequipa). Su planificación estuvo a cargo del arquitecto y escultor Manuel Piqueras Cotolí, quien siguió un modelo abierto, con lotes dispersos e irregulares rodeados por áreas verdes, planteando la posibilidad de vivir dentro del bosque. El Olivar fue distinto desde su concepción. Décadas después, se convirtió en zona patrimonial protegida por el Ministerio de Cultura. Es por todo ello que el diseño de una nueva casa en este entorno tan particular supuso retos nunca antes asumidos por 51-1 Arquitectos.
El caso Tudor
Debido a las condiciones en que se encontraba, la casa existente no era considerada monumento en sí misma, y se decidió demolerla. Frente al diseño de la nueva construcción, lo primero que debieron resolver César Becerra, Fernando Puente Arnao y Manuel de Rivero –directores de 51-1 Arquitectos– fue la normativa de la reglamentación especial de la Zona Monumental. Esta indica que “la tipología e identidad arquitectónica tradicional pintoresquista existente” distingue cinco estilos que deben respetarse para cualquier fachada: estilo neocolonial, inglés de ladrillo visto, vasco, francés y el cottage estilo Tudor. Se optó por este último. “En Lima se desarrolló algo que parecía Tudor: con fachadas que tenían maderas cruzadas para darle esa apariencia. Pero en realidad este estilo es un tema constructivo en el que la estructura queda expuesta”, explica al respecto César Becerra. “Era parte de una moda de la época, de la que algunos arquitectos, como Héctor Velarde, se burlaban, porque eran casas de ladrillos simples a las que les pegaban maderas en la fachada”, interviene Manuel de Rivero. “Era un falso Tudor”, añade. El estudio decidió desarrollarlo a cabalidad y no solo en apariencia.
Respetaron el techo en pendiente abrupta con tejas y tramado de maderas decorativo, utilizando una “técnica de elevación de muros mediante una estructura color oscuro y cuyos espacios intermedios se rellenan con mampostería generalmente pintada de un color claro”, explican en la memoria del proyecto. Pese a esta fidelidad histórica, los arquitectos se negaron a erigir una reproducción. Después de todo, la joven familia que habitaría la casa requería espacios pensados para un estilo de vida contemporáneo. Además, los otros puntos de la normativa exigían soluciones creativas para completar el proyecto. Es así que el estilo Tudor de la casa es solo la parte visible del edificio: el resto tiene una arquitectura contemporánea que resuelve su relación con los árboles del predio, con el entorno y con las dinámicas de los propietarios.
Dentro de la propiedad se encuentran cuatro olivos distribuidos de manera irregular, cuyo retiro también está determinado por el Ministerio de Cultura y corresponde a un metro y medio de radio desde cada árbol. “Esa es una situación rara en cualquier diseño”, comentan los arquitectos. Por ello, se definió un polígono libre sobre el cual levantar la casa sin amenazar a los antiguos árboles.
La casa se divide en tres momentos que, a su vez, proponen tres vistas del bosque. El semisótano alberga la parte privada, con dormitorios cuyas ventanas dan al jardín; la perspectiva es la de estar hundido en la tierra, en el nacimiento mismo de la vegetación que da vida a la casa. La primera planta la constituyen el recibidor, los estacionamientos y la gran terraza; la relación con el bosque es frontal: se es parte del entorno. El techo de esta terraza es una losa postensada de concreto sobre la cual se apoya la estructura de la casa Tudor, a manera de canasta metálica de diez por diez metros. En esta segunda planta se encuentran la sala, el comedor, la cocina y el estudio, bajo un techo de geometrías dramáticas y paredes recubiertas de madera: desde aquí, la vista se extiende sobre las copas de los árboles, perdiéndose en el bosque.
“La municipalidad ha estado muy interesada en esta construcción, pues en El Olivar no hay ejemplos de arquitectura Tudor contemporánea”, anota De Rivero. Para los arquitectos, la base experimental que soporta el estilo de la casa demuestra que toda historia arquitectónica puede revisitarse con un carácter y un uso muy contemporáneos.
Artículo publicado en CASAS #245