Con más de cuatro décadas en el mundo de la actuación, y varios reconocimientos internacionales en su haber, el coprotagonista de la recordada película Tinta roja recibirá un merecido homenaje en el 21 Festival de Cine de Lima.

¿Recuerdas qué soñaste ayer por la noche?

No… Recuerdo poco mis sueños, y, por lo general, son muy extraños o sobre cosas muy cotidianas. Hoy justo me acordaba de que he soñado mucho que tenía conversaciones con personas importantes; con el Papa, con el presidente de Estados Unidos…

¿Recuerdas sobre qué conversaban?

No, ahora solo tengo la imagen, pero eran conversaciones absolutamente cotidianas, como si fueran mis patas de toda la vida.

Hablando de sueños, ¿sigues soñando con vivir a 2500 metros sobre el nivel del mar, rodeado de naturaleza?

Es una de las cosas que siempre me han gustado. No sé si lo llegaré a hacer, porque obviamente soy un animal de ciudad y no tengo ahorros para vivir de esa manera, pero sí, para mí es la altura ideal, donde puede crecer prácticamente de todo. El campo me gusta; soy serrano de corazón.

Por ahora vives en Barranco.

Sí, hace diez años.

¿Cómo evalúas la transformación del distrito?

Hay cosas que podrían haber mejorado sin tocar la infraestructura del distrito. Sería ideal convertir a Barranco en un lugar donde las casonas viejas pudieran ser visitadas como centros culturales. El problema es la ambición de las constructoras, que quieren sacar partido de cualquier metro cuadrado y convertirlo en un edificio enorme. Puede perderse la sensación todavía pueblerina que tiene Barranco; es fantástico por eso, no solo es barrio, es un pueblo dentro de la ciudad de Lima.

¿Alguna vez te han convocado de un partido político?

Alguna vez me han dicho: “Oye, postúlate como regidor”… No quiero, no me interesa, no tengo capacidad de gestión. Puede que sea un buen comunicador, pero hay que ser bien iluso para creer que porque eres conocido vas a ser un buen congresista o alcalde.

Nunca has padecido la fama, ¿no?

No, gracias a Dios. Me gusta vivir mi cotidianidad, estar en contacto con la gente. El trabajo del actor es superprivilegiado… Está como sobrevalorado.

Es un trabajo más.

Es un trabajo más, pero está expuesto. Entonces, nada, disfruto algunas cosas que me da el hecho de ser conocido, pero trato de aterrizar lo máximo posible.

¿El ego te ha ganado alguna vez?

Sí, el ego está siempre presente, hasta en las cosas más tontas. Hay que domarlo; por ejemplo, en una discusión donde crees tener la razón. No es fácil. El trabajo con el ego es un trabajo de toda la vida.

Debes ser uno de los actores que más trabajo tiene al margen de la actuación.

La actuación es el menor trabajo que tengo. He trabajado mucho como actor en algunos momentos, entre 1983 y 1986, más o menos, cuando comenzó el grupo Ensayo, estuve trabajando a tiempo completo en cine, teatro y televisión, hasta que me di cuenta de que era muy difícil vivir de eso. Entonces no había los niveles de producción que hay ahora, la televisión siempre era irregular, el cine nunca pagaba mucho, el teatro no pagaba nada… Era un terreno no fértil, digamos, para formar una familia. Cuando decidí tener a mi hija en el año 88 –Flavio es hijo de Charo, pero Gianfranco ha vivido con él desde que era muy pequeño–, tuve que apuntar a algo más. Estaba trabajando y, de pronto, once días antes de su nacimiento, me quedé sin chamba. Ahí fue que se me abrieron las puertas de la enseñanza, en el IPP.

¿Qué habilidad que te falta te gustaría tener?

Me gustaría saber cantar y bailar bien.

Nunca estarías en “El gran show”, imagino.

No, no… Bailar bien para divertirme en una fiesta. Cuando veo a la gente bailando y que se divierte como loca, digo: “Yo quiero eso, ¿ya?”… Y me gustaría tocar guitarra para poder cantar tranquilo, pero hay alguna tara aquí, en mi cerebro.

¿Identificas lo más maravilloso y lo más difícil que has vivido?

Lo más maravilloso, indudablemente, ha sido el nacimiento de mi hija Valentina. Ese momento fue radiante; una magia, un deseo que se cumplía… Me cambió la vida. Como me cambió la vida el hecho de vivir con Charo. Charo me hizo entender que valía la pena vivir. Y, tal vez, los momentos más difíciles han sido los de separación.

¿Antes no valorabas tanto la vida?

No de esa manera… y esa magia, a veces, no la vemos porque no tenemos la apertura suficiente o a la persona correcta al lado… Y sigue siendo magia, hasta ahora, después de treinta años con ella.

Cuando hablas de separación…

De separación sentimental, muy fuerte, muy dolorosa… La muerte de mi viejo es otra separación.

¿A qué edad te tocó?

A los treinta y seis años. Rompió todos mis sistemas. Hay una noción infantil que es muy bonita, ¿no? Es que papá es Superman; un superhéroe. Cuando yo tenía veintiséis años, mi papá tuvo un primer infarto y, de pronto, me di cuenta de que era mortal. Eso también cambió mi vida.

¿Te da miedo la muerte?

Pienso mucho en la muerte… Me da un no sé qué; no sé si “miedo” sea la palabra porque no la he enfrentado de una manera radical, pero sí me hace pensar, sobre todo, en lo que he hecho hasta ahora, en el valor de mi existencia. A veces considero que podría ser mejor, pienso en cuánta cosa inútil he hecho. Cada vez que pierdo el tiempo, digo: “Oye, podría estar haciendo otra cosa”.

Espero que no sea el caso ahora, durante esta entrevista.

No, no, ahora estoy muy consciente, pero hay otros momentos en que, de pronto, me pongo a ver Facebook.

¿Cuán extraño fue entrevistar a tu propia madre en televisión? (Lo hizo para “Palabreando”, el programa que conduce en Plus TV).

Fue una de las experiencias más bonitas que he tenido como entrevistador. ¡Conozco a mi mamá, pues! Comenzar a hacerle preguntas, saber cómo hacerlo y arrancarle algunas cosas sobre las que mi misma hermana me decía: “Conozco mil veces la historia, pero nunca la había escuchado contada de esa manera”… fue fantástico… fantástico… Muy emocionante, además.

¿Hay algo que te falta o que desees que haría que renuncies a todo lo que has conseguido?

Es que no sé si lo que he conseguido hasta ahora son cosas realmente tangibles… No me gustaría perder el amor de mi mujer, ni de mis hijos; eso no es negociable… Lo que tienes ahora es probable que no lo tengas mañana; entonces, miro la vida así: como momentos.

Momentos que, de alguna manera, hay que aprehender, sentir…

El momento está. Si trato de agarrarlo más, a lo mejor lo estrangulo. 

Por Mariano Olivera La Rosa