Alexandra Obradovich rediseñó una casona de los años cincuenta para su familia. La propuesta refleja su estilo ecléctico y atemporal pero, también, la personalidad de sus hijos.
Por Gloria Ziegler / Retrato de Javier Zea / Fotos de Gonzalo Cáceres Dancuart
Todo empezó con una corazonada. Hace tres años, cuando Alexandra Obradovich encontró esta casona en San Isidro, nadie más reconocía su potencial. Mientras la diseñadora de interiores veía un espacio luminoso, con un frente versátil, su familia reparaba en las habitaciones pequeñas y mal distribuidas, los pisos desgastados y una arquitectura de los años cincuenta sin elegancia, ni mantenimiento. Los desperfectos eran innegables: necesitaba reestructurar la casa a fondo. Pero ahí estaba, también, la oportunidad de adaptarla a su estilo de vida. Y la interiorista apostó por su intuición.
“La arquitectura era bien llana y simple, y empezamos a limpiar el frente y a botar paredes en el interior para generar ambientes más amplios”, cuenta. El trabajo en este terreno de ciento treinta metros cuadrados se basó en un diseño de la interiorista, supervisado por el arquitecto Jaime Llanos. “Siempre me ha gustado organizar reuniones en casa y recibir amigos, así que quería un área social cálida en la planta baja, sin invadir a mis hijos”, explica. Así, en el piso inferior plantearon el espacio con un recibidor, una sala y un comedor, integrando diversos ambientes de la construcción anterior. Para potenciar la iluminación natural, incorporaron un tragaluz con vidrios de protección UV y reemplazaron la escalera original –circular y ubicada en el centro del recibidor– por otra de material noble y acero, pegada a la pared. “Ese cambio no estaba previsto, pero me dio lugar para construir el baño de visitas y un depósito. Y la idea era que se oculten debajo de la escalera”, cuenta Obradovich.
Durante los trabajos acondicionó, además, una estufa decorativa con una chimenea funcional, y reemplazó las ventanas de vidrios repartidos por ventanales llanos con rollers, que suavizan la entrada de luz. Los pisos antiguos –bellos, pero con un desgaste excesivo– los sustituyó por madera de roble inglés, para darle calidez, y la cocina ganó espacio con la incorporación de las antiguas áreas de servicio.
En el segundo piso, ideado para el descanso y la recreación de sus hijos, complementó la construcción original con tres ambientes amplios: dos habitaciones con baños privados y una sala de juegos. Para suavizar la verticalidad de la fachada, Obradovich debía jugar con los volúmenes a partir de este nivel. Por eso, instaló otra ventana expuesta en el pasillo, con una lámpara colgante que baja hasta el recibidor y se ve desde el exterior, además de una jardinera en el extremo derecho del frontis. En el tercer piso, finalmente, ubicó la habitación principal y el área de servicio en el lado opuesto. A pesar de la complejidad, las remodelaciones estuvieron listas en seis meses. Entonces, dice Obradovich, llegó el momento más difícil: decorar su propia casa.
Espacios para disfrutar
Desde que comenzó a trabajar como interiorista, hace diecisiete años, nunca ha utilizado las tendencias como referente para sus decoraciones. La constante en sus proyectos es la atemporalidad y la mezcla de estilos. Su casa no fue la excepción. Pintó las paredes del área social y los espacios comunes de negro, y combinó mobiliarios de distintos estilos: asientos en tonos tierra, con una mesa de centro en mármol, accesorios de yute y piezas de anticuario. Los acentos están en las plantas naturales, las alfombras persas, pinturas contemporáneas de estilo romántico, fanales y pieles intercaladas, también, sobre los sillones. “Es una decoración diseñada para la noche: tiene un ambiente ideal para organizar reuniones, mientras los chicos pueden estar cómodos y aislados en el segundo piso”, explica.
En esa planta, su intervención estuvo orientada por la personalidad de sus hijos. En la habitación de su hijo mayor, Lorenzo, desarrolló la propuesta más minimalista, con una paleta de azules profundos y grises. Con Dariana, en cambio, la decoración tomó más tiempo: querían una alfombra de estilo romántico, pero tardaron un año en dar con la indicada. Recién, entonces, pintaron las paredes de blanco y escogieron el mobiliario en tonos madera y celestes, para equilibrar el ambiente. En el cuarto de juegos, volvió a los colores tierra combinados con cojines de estilo andino. La habitación principal, en la tercera planta, respeta la paleta tierra, pero en una gama más clara. “Necesitaba algo más tranquilo, para compensar mi hiperactividad”, bromea Obradovich. Planteó, también, un walk-in closet y otro armario expuesto, para organizar su gran colección de zapatos. “Queríamos espacios funcionales, para sacarles el jugo, y creo que lo hemos conseguido”, dice la interiorista. En ese proceso, la casa se ha impregnado de su personalidad. Y, también, ha recobrado el equilibrio.
Artículo publicado en la revista CASAS #248